viernes 19 de abril del 2024
ACTUALIDAD 11-08-2016 08:32

Gonzalo Bonadeo, el "periodista olímpico"

"En Río cumplí mi meta de usar camisas slim fit". Galería de fotosGalería de fotos

En su preparación para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, Gonzalo Bonadeo ya realizó 20 clínicas deportivas —practicó tiros libres con Emanuel Ginóbili, peloteó con David Nalbandián y hasta se ató las piernas para saber qué se siente ser un nadador paraolímpico— y visualizó más de 2000 horas de distintas disciplinas para hacer frente a las más de 300 horas en vivo durante los 22 días de transmisión de TyC Sports.

No es un desafío nuevo para el "hombre olímpico". Desde Atlanta 1996 en adelante, el periodista participó de todos los JJ.OO, trascendiendo a generaciones de deportistas. Según él mismo admite, en el microclima del Comité Olímpico Internacional es tratado como una celebridad, algo difícil de alcanzar en un ámbito tan celoso y reservado como el del olimpismo.

En su libro "Pasión Olímpica: Las historias más sorprendentes y los secretos mejor guardados de los Juegos Olímpicos" (Editorial Sudamericana), el "ex Gordo" Bonadeo —bajó a base de dieta y deporte 11 kilos en dos meses y un total de 30 desde el Mundial de Sudáfrica 2010 a los JJ.OO. de Londres 2012— se remonta a su primer recuerdo olímpico, el de México 1968, cuando acompañó la cobertura que realizó su padre, el periodista Diego Bonadeo, como enviado especial.

Además de ser uno de los prologuistas junto a Javier Mascherano, su padre y mentor en la profesión es protagonista de una anécdota memorable y que surge de asomarse por la medianera de su casa de Boulogne del conductor. Es que los Bonadeo son vecinos del club Atalaya, donde Ernesto "Che" Guevara jugó al rugby antes de convertirse en leyenda. En ese entonces, sobre un lateral de la cancha, un joven de 10 años le sostenía el inhalador contra el asma, enfermedad que el líder revolucionario cargó hasta su final. Ese chico no era otro que Bonadeo padre. Apenas una de las tantas historias de una familia signada por el deporte.

—Si algo le faltaba sobre un Juego Olímpico es presentar un libro del tema...

—Me propusieron hacer un libro sobre mis Juegos Olímpicos, desde 1996 en adelante, y les dije que consideraba que debía ser desde 1968, que fueron los primeros JJ.OO. que cubrió mi viejo y de los que tenía recuerdo. Como introducción, le agregué algunas historias sueltas de los JJ.OO. anteriores que había vivido por lecturas. Tiene cosas autorreferenciales; de 1968 en adelante tiene que ver con qué me pasaba o cómo los vivía yo. La parte final fue la más complicada porque es en los Juegos donde yo trabajé, ya que no te apoyás tanto en cómo lo vieron otros sino en tu visión de las cosas. Es un libro arbitrario como todo libro de recuerdos. Está dividido en capítulos y tiene una trampa que es que todos son cortos para poder entrar y salir rápidamente de uno a otro. Es mi primer libro y me encantó como experiencia, aunque no sé si se la recomendaría a un amigo porque tiene mucho de desprendimiento. Además, si bien escribo desde siempre y la gráfica es mi lugar fundacional en el periodismo, no tiene nada que ver escribir un libro con hacer una crónica. Son artes diferentes. Si me pedís que te escriba una nota ahora, lo hago en media hora, y si me pedís que lo haga dentro de una semana, lo hago media hora antes también. Y con un libro esa lógica es fatal.

—¿Practicó algún deporte con constancia?

—Siempre lo hice, sobre todo en los intercolegiales, donde jugué a diez deportes diferentes. Fui arquero en Defensores de Belgrano dos partidos pero no pude seguir porque tuve un problema en la mandíbula; jugué al rugby en Belgrano y luego en Olivos; tuve un buen nivel intercolegial al voley pero nunca para dedicarmente profesionalmente. Era muy vago para entrenarme. Y dentro de eso tenía la fantasía de estudiar Agronomía porque mi familia siempre tuvo campos. Pero para eso hay que estudiar de verdad, y nunca supe hacerlo. A la larga me doy cuenta que no hubiese sido tan difícil, porque mi laburo básicamente tiene que ver con el estudio. Pero es otra lógica, no es tan estructurado y no está inducido.

—¿Nunca pensó en salir de la sección Deportes?

—No, salvo ahora que estoy haciendo un ciclo de entrevistas por la Televisión Pública, “El Buscador en Red”, e hice durante tres años un programa en “Metro” de interés general. Me divierte poder demostrar que los que laburamos en el deporte no somos todos animales.

—¿Le huye al fútbol?

—Hay muchos colegas que creen que si vos sos de la garrocha y la jabalina no te puede gustar el fútbol. Y yo dedico infinitamente más tiempo al fútbol que a cualquier otra cosa. Es como que vos no puedas comentar un partido de fútbol si te gusta ir a un museo.

—¿Cuántas horas de visualización diaria realiza?

—De visualización el promedio es de 3 y 4 horas diarias. Igual no alcanza. Mi archivo no lo voy a terminar de clasificar antes de morir. Por eso voy a lo más sensible y decidí optimizar. Youtube e Internet ayudan a eso.

—¿Qué número de Juego Olímpico es Rio de Janeiro para usted?

—El sexto desde el lugar y trabajando a la distancia desde 1984. Participé en ‘84 y ‘88 desde el diario; en 1992 transmití con Juan Pablo Varsky para Telefé y, en 1996, fue desde Atlanta. En lo personal, Londres 2012 fue el mejor. Hay una presión de hacer un laburo parejo durante unas 12 horas por día, sin entrar en muchos altibajos.

—¿Se disfruta o en algún punto se padece tanta exigencia?

—Para mí es mucho peor diseñar edificios... (risas) La gente mira los Juegos Olímpicos en todo momento pero yo también duermo. Con estas coberturas descubrí dos drogas naturales: el ego y la adrenalina. Además no te generan ningún efecto nocivo. Eso sí, terminan los Juegos y tengo una bola de angustia gigante encima y, al día siguiente, si me decís de empezar de nuevo no puedo. Es como un parto, siento que terminó algo que fue motivo de concentración muy fuerte no sólo durante 20 días sino durante años. Se termina algo que era la razón de mi vida. Es un vacío.

—¿Cuántas clínicas deportivas realizó?

—Hice de hockey, basquet, voley, waterpolo, martillo, bala, jabalina, disco, badmington, tenis de mesa, esgrima, equitación, rugby, boxeo, taekwondo, judo, tiro al platillo y arquería. Y hasta nadé con Guillermo Maro, un referente del nado paraolímpico, con las piernas atadas para saber qué se siente. Es sentir lo que sienten ellos. Todo eso me da una enseñanza, porque me gustan los deportes, los respeto y me parece que corresponde.

—¿Practica deporte con frecuencia?

—Sólo tenis. Bajé un poco más de 40 kilos después del Mundial de Sudáfrica, en 2010. Mi clínico, que trata de no exagerar con la medicación, me dijo que la obesidad no es una enfermedad en sí misma. Lo que te provoca es hipertensión, problemas ligamentarios, cardíacos; técnicamente no te vas a morir de obeso sino de las consecuenicas. Y en ese momento no tenía problemas, aunque inevitablemente los tendría. Estaba en 160 kilos y mido 1,93 metros. Me presentó una nutricionista, Ina Steinel. Le dije que no me quería operar aunque tampoco quería comer lechuga todos los días. Entonces me racionalizó todo, me dio estímulos y me explicó muchas cosas, como por ejemplo: por qué comer pan negro y no blanco, porque el blanco te da más ansiedad porque tiene fibras; me prohibió las galletitas porque por su composición son más adictivas; corté el pan a dos veces por semana y los reemplacé por rollos de jamón y queso; la mitad del plato tenía que ser de verduras. Comer un plato y evitar el picoteo; en el momento que sentís hambre es cuando estás bajando de peso; y comer seis veces por día. Juego al tenis y en verano me entreno todos los días. En octubre de 2012 había bajado más de 30 kilos. La nutricionista me dijo que si seguía entrenando no tenía que verla más y, en efecto, no la volví a ver. El año pasado viajé 100 días de los últimos 150 del año, me desordené y entrené poco; subí 7 u 8 kilos. Tuve problemas con el colesterol, aunque sin un riesgo grande. Como el médico me indicó una pastilla, le propuse retomar la rutina de entrenamiento y dieta, y en un mes y medio, bajé 11 kilos.

—¿Cómo hace con la ropa?

—Yo me había armado una cárcel que era la ropa. Llegué a un momento en el que me quedaban grandes los talles especiales y estaba justo en el último talle de afuera del país, no de la Argentina donde la ley de talles es una estafa. Y me compré en Toronto unas camisas slim fit que me gustaron, y me quedaban demasiado ajustadas, así es que me puse como objetivo que me entraran para Rio. Y estoy en eso. Me inventé una cárcel. El pantalón soy 42 ó 52 según el corte y a partir de eso, si ya no me entra un pantalón es un alerta. Al margen de comer menos, aflojar con los dulces y las grasas y entrenarme, el tema era orinar, porque es la manera de eliminar las grasas. Suelo terminar el día jugando un rato a la “play”, así es que aprovecho el momento y me tomo un té, me hice fanáticos de los tés. Y me levanto dos veces por noche. En promedio duermo entre 6 y 7 horas. Orino entre 2 y 3 veces antes de ir a dormir, y otras dos durante la noche. Y efectivamente, le incorporé cortar con el pan una o dos veces por semana. La verdura de hoja, las ensaladas, ayudan mucho. El próximo objetivo es dejar de fumar.

—¿Cómo concilia la familia con los frecuentes viajes?

—Carmela me acompaña en la gran mayoría. Es algo que valoramos mucho, tener un rango etario de 4 a 24 años en los chicos (Catarina, de 24, Martina, de 21, Valentina, de 20, Joaquina, de 9, y Fermín, de 4); tenemos gente que trabaja en casa y nos permite tener las espaldas bien cubiertas. Es fundamental para el trabajo, no podría dedicarme a ésto si no fuera así. Carmela no viene a Rio porque voy a estar muchas horas trabajando y no tiene sentido. Sí me van a acompañar unos días y van a compartir el departamento conmigo. A esta altura, después de mejores y peores momentos, aprendí a darme cuenta que Carmela necesita tanto como yo que la apuntalen en su laburo, entonces la banco a muerte en cada emprendimiento, anímica y financieramente. Su influencia y la de mis hijos es invalorable en lo que produzco, sin estas piezas no podría hacerlo.

Por Diego Esteves.

Fotos: Marcelo Dubini.

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