El corazón de aquella niña de seis años se nutría con sueños lejanos. Ser modelo, viajar por el mundo, conocer al gran amor de su vida, casarse con él y formar una familia. En Las Catitas, localidad del Departamento Santa Rosa, Provincia de Mendoza, la familia de Elina Costantini (30) —por ese entonces Fernández Fantacci— la tenía como a una niña mimada, pero consideraban que esas ilusiones que empezaba a manifestar eran “solo cosa de chicos”.
“Tenía claro lo que quería ser pero nadie me tomaba en serio (Risas). Lo sostuve hasta que mi padre, a los 12 años, me anotó en un concurso que hacía un shopping, donde salí ganadora y ahí empezó mi precoz carrera como modelo. A las tres semanas me llamaron, hice mi primer desfile, y ahí me conoció quien sería después mi primer manager de Mendoza. Me propuso estar en su agencia y así comencé”, dice a CARAS la mujer de Eduardo Costantini (73), Fundador y Presidente del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba).
Desde su residencia campestre, la Top Model de Alta Costura recuerda aquellos humildes orígenes y cómo, con tanto esfuerzo, fue creciendo en su carrera en el universo fashion. “Seguí haciendo desfiles y, cuando terminé la secundaria y tras haber comenzado la carrera de Comunicación Social, a los 19 años viajé a Buenos Aires, donde ingresé a la agencia de Ricardo Piñeiro”, explica Elina, que un año después viajaría a China para radicarse durante más de cinco meses en Shanghai, contratada por una agencia que le consiguió campañas en Hong Kong, Macao y Guangzhou.
“Tenía 20 años, estaba sola, no hablaba ni una palabra en inglés. Fue un experiencia hermosa, y por la necesidad de hablar aprendí el idioma super rápido. Cuando volví a la Argentina, me salió una campaña de jeans Levi’s para hacer en Japón. Estuve tres meses en Tokio, donde en las calles estaba lleno de imágenes mías. Esos viajes me sirvieron muchísimo para despegar en mi carrera. Después me fui a Tailandia, y por trabajo también viví en Chile, Nueva York, México y París”, agrega.
Elina conoció al recordado diseñador Jorge Ibáñez (a quien define como su mentor) en 2010, durante un desfile en Jujuy (Dos días antes de partir hacia China). Cuando volvió al país, Ibáñez la contrató para un desfile. Y al año siguiente la eligió como su musa.
“Entablamos una relación divina, nos hicimos muy amigos”, afirma la mujer que conoció a Costantini, uno de los empresarios argentinos más ricos y exitosos, en mayo de 2019, y se casaron por Civil en febrero de 2020. “La boda con vestido blanco y fiesta iba a ser el 25 de marzo. Teníamos todo organizado, estaba la lista de invitados, el lugar, pero debido a la pandemia nos pareció lo más apropiado cancelarlo. Nos encantaría reprogramarlo, pero con todo lo que está pasando no sabemos... Ojalá lo podamos hacer este año, pero la situación que atraviesa el mundo entero genera mucha incertidumbre”, asegura.
Luego dice que el vestido que usará será uno que le regaló Jorge Ibáñez en 2013, en el último viaje que hicieron juntos a París, meses antes de que el diseñador falleciera. “Estábamos en la Basílica de Sacré-Cœur, en Montmartre, haciendo una producción. Me dijo: ‘Vas a conocer al amor de tu vida y me encantaría que cuando te cases con él uses este vestido’. El era muy visionario, una persona muy intuitiva”, comenta.
—La pandemia los obligó a mantener una convivencia extensa. ¿Qué confirmó y qué descubrió en el día a día?
—Gracias a la cuarentena, disfrutamos de mucho más tiempo en pareja y de hacer cosas que antes no podíamos realizar. Con Eduardo, cuando no existía el virus, era una vorágine de viajes, reuniones, trabajo... Pero en cuarentena, me sorprendió. Yo no sabía que era tan cooperador... Me encontré cocinando y él a mi lado rayando el queso. O poniendo la mesa. Ayudándome con las ensaladas. A mí me gusta cortar flores del jardín y armar arreglos florales, y él está siempre cortando flores conmigo. Bañamos juntos a los perros. Son cosas increíbles que, si no hubiese existido la cuarentena, nunca lo hubiéramos vivido. Nos unió mucho más como pareja.
—De usted se llegó a decir que hasta realizó un “embrujo” llamado “Agua de Tanga” para conquistar a Eduardo... ¿Esas versiones no le molestaron ni siquiera un poco?
—Fue muy gracioso. No me molestó nada, porque entiendo el juego mediático y que hay gente que aparece hablando en los programas porque necesita cámara. Me causó mucha gracia porque parecía un culebrón que duró como un mes y medio. Con Eduardo decíamos que era igual a una novela. Por ejemplo, cuando estaba casándome por Civil dijeron que yo tenía mellizos en la panza. Al mes, en cuarentena, de vuelta afirmaban que estaba embarazada.
—También debe ser muy duro escuchar que la acusen de “cazafortunas”...
—No me afecta porque estoy feliz y agradecida con Dios y la vida, por el hombre que me mandó. Todo lo que pueda opinar la gente no me molesta. El amor le duele a aquellos que no lo tienen, porque viven por los demás y no tienen su propia historia de vida. No son felices ellos mismos entonces no encuentran otra manera que criticar. No me engancho ni en la envidia ni en la maldad. Me centro en mí y agradezco lo que estoy viviendo, y por la persona hermosa que tengo a mi lado. Lo que digan los demás, poco me importa.
—¿Cómo se lleva con la familia de Eduardo? También se dijo que algunos miembros no la habían aceptado...
—Fue otra de las cosas que se inventaron. Con la familia de Eduardo me llevo espectacular. Ahora nos vemos menos por la pandemia y los cuidados que hay que tener, pero ellos me aceptaron desde el primer momento. Yo también los adoro. Pero con Eduardo somos muy conscientes, a pesar de que tiene siete hijos, 21 nietos y 2 bisnietos, que nuestra familia es la primaria. Partimos de esa base. Somos Eduardo, yo y si llega un hijo.
—¿Están buscando tener su propio hijo?
—No puedo decir que no esté en los planes, pero por ahora no. Nosotros estamos esperando que Dios decida ese momento. Los hijos son almas que vienen al mundo en el momento justo, por eso lo pusimos en manos de Dios.
—Pero debe fantasear con ser mamá de un hijo de su gran amor...
—Si me muero de amor por mi perro (Gino, un pomeraña), al que estoy todo el día besando y lo cuido como si fuera un niño, imaginate un hijo... Debe ser el regalo más lindo que Dios te puede dar. No me imagino tener un hijo con otro hombre que no sea Eduardo, porque él es el amor de mi vida. Mi sueño desde niña fue ese: encontrar al amor de mi vida, casarme y formar una familia.
—La pandemia también sacó a relucir su costado más solidario...
—Siempre estuve vinculada a la solidaridad porque a cada país que iba hacía trabajos de beneficencia. En China, Tailandia, Chile, Nueva York, iba a comedores sociales a ayudar. La mitad de lo que me pagaban en las campañas se la donaba a ellos. En la Argentina, íbamos con Jorge Ibáñez a desfiles por el interior y mi cachet lo donaba íntegro a alguna institución. Porque veíamos las necesidades que tenía la gente. Pensaba que si Dios me daba tanto trabajo también yo debía ayudar a las personas carenciadas. Y cuando conocí a Eduardo, que es un hombre muy solidario, nos unimos para seguir ayudando en Tigre y ahora en Escobar.
—Específicamente, ¿qué obras realizan?
—En barrios de Escobar como San Luis, Stone, Villa Alegre y Matadero, además del barrio San Miguel que se encuentra en la localidad de Ingeniero Maschwitz, estamos donando seis mil módulos que incluyen viandas con alimentos. También estamos armando otra fundación que ayudará a niños y ancianos. Lo estamos trabajando en conjunto con el intendente de Escobar, Ariel Sujarchuk y su equipo, que es espectacular. Me siento muy involucrada desde el minuto cero en que conocí la situación en la que vive mucha gente. Yo me hice muy de abajo, todo lo logré con mucho esfuerzo, entonces poder ayudar es una gran satisfacción.
—¿Las viandas las prepara usted misma?
—Primero las hicimos con una empresa, pero después se me ocurrió hacerlas yo misma. Cocino guisos, verduras, comidas muy abundantes y especiales para épocas de mucho frío por la necesidad de sumar calorías. Para Escobar también donamos ropa y yo misma la administro en cajas. Ellos la vienen a buscar porque ahora, con la pandemia, si bien Eduardo está mejor que yo, por su edad preferimos no exponernos. Ni yo tampoco, porque puede ser riesgoso para él si yo me contagio. Entonces trato de salir lo mínimo e indispensable. Una vez que termine la pandemia, iremos los dos a llevar todo personalmente.
—¿Qué representa la solidaridad para usted?
—Lo que le pasa a los demás también me pasa a mí. Siento eso. Ayudar me llena el alma. Si bien yo instalé mi propio nombre en el mundo de la moda, provengo de una familia de clase media muy laburante. Cuando vine a Buenos Aires desde Mendoza, al principio no me fue bien tan fácilmente. Seguí luchando por mis sueños, pero en mis comienzos llegué a pasar hambre. Había venido con plata, pero no me salieron trabajos de la noche a la mañana, y se me iban consumiendo los ahorros. Entonces hoy, cuando veo gente tan necesitada, me veo a mí misma cuando tuve que pelearla. Ser solidario es lo más lindo que te puede pasar. Si bien mi trabajo y estar viviendo esta historia de amor son cosas hermosas, la solidaridad te brinda algo que no se compara con nada.
—¿Cómo sigue su carrera de modelo?
—Estoy esperando que termine la pandemia para que empiecen los desfiles y las campañas, porque amo mi profesión. Pienso seguir trabajando de modelo por un tiempo más, y en el futuro ir abriéndome a otros proyectos. Tenía en mente otras cosas que no se dieron por la pandemia. Tengo pensado producir contenido de moda, desfiles, eventos...
—¿Qué lecciones cree que nos está dejando la pandemia?
—El virus detuvo la soberbia de quienes se creían todopoderosos. Nos hizo reencontrar con las cuestiones más básicas y esenciales, y hoy nos damos cuenta de que podemos vivir con muy poco. Después de la pandemia, el ser humano será muy diferente, más sabio y más fuerte.
—¿Conserva algo de aquella niña mendocina llena de ilusiones?
—Si bien siempre supe lo que quería lograr en la vida, siento que el Universo me dio más de lo que pensé. Nunca esperé recibir tanto. Estoy más que agradecida. En mi pueblo, Las Catitas, siempre estuve muy conectada con la Naturaleza, con los animales de campo... Además se me daba por encender velas y ya era bastante mística. Tuve una infancia muy pura. Y esta cuarentena hizo que me reencontrara con esa niña, con esa Elina de seis años. Hoy me percibo como una mujer madura pero nutrida de aquella pureza. Es una sensación de infinita plenitud.
Prod . Sol MIranda