miércoles 28 de mayo del 2025

El teatro se cocina en el fuego de la infancia: Cuando cuerpo y voz regresan a casa.

ARIANA CARUSO —Actriz, docente y dramaturga. Especializada en antropología teatral, nos recuerda que la escena no empieza en el escenario, sino en la infancia. Comparte cómo los recuerdos más sutiles —una voz, un aroma, una frase— se transforman en materia viva de su trabajo. En esta columna, explora cómo aquello que fuimos se enciende en lo que hacemos y es lo que somos. Y cómo su método “Potenciá tu presencia escénica” recupera esa memoria profunda para habitar la escena con honestidad. Galería de fotosGalería de fotos

ARIANA CARUSO
El teatro se cocina en el fuego de la infancia: Cuando cuerpo y voz regresan a casa. | CREDITO CARAS
CREDITO CARAS

“El teatro se cocina en el fuego de la infancia”
dijo Jorge Dubatti en una clase de la diplomatura en dramaturgia. Recuerdo que, en ese momento, todxs dijimos "wow, qué frase". Pero recién ahora —entre el sonido de una vaca rockera, pajaritos, un caballito cabalgando, un cocodrilo que se mete en la cueva: Con este ambiente sonoro del jardín, mientras acompaño la adaptación de mi hijo, siento que empiezo a comprender a qué se refería.
Porque el fuego del que hablaba no es sólo el de la vocación. Es ese fuego interno que se gesta en la infancia, donde cada estímulo —por mínimo que parezca— va dando forma a la materia prima de lo que, más tarde, será nuestro lenguaje como artistas.

El aroma a calabaza en la sopa de verduras al entrar a casa, el sonido rítmico del mortero de mi mamá mientras hacía gomashio, el calor del rayo del sol entrando por la ventana en la casona antigua en la que vivíamos, el mantra tibetano (Om Mani Padme Hum) sonando mientras yo jugaba con mis hermanxs en el patio, la música guaraní, la guitarra de mi hermano, las vocalizaciones de mi papá conferencista, sus respuestas filosóficas a preguntas simples en la sobremesa y el sahumerio Nag Champa ardiendo en algún rincón. Todo eso, que en su momento era cotidiano, es lo que hoy me estructura. Me forma. Me sostiene. Me explica.
Todas estas imágenes son las que forman parte de nuestro “acopio” personal, que después, de manera generosa, ponemos a jugar con los personajes. Pienso que la imagen es la base y bagaje de nuestro archivo para crear. Imágenes de nuestra biografía, imágenes que creamos, que observamos y absorbemos: Visuales, auditivas, olfativas, táctiles, gustativas, que modelamos y habilitamos gracias a la técnica.

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Cuando, después de estudiar actuación y el profesorado de teatro, me encontré con la antropología teatral, no entendía del todo qué me llevaba a quedarme ahí. Se trataba de un tipo de entrenamiento físico y vocal muy arduo, donde las piernas iban pasando de estado y haciendo, como me gusta decirles hoy a mis alumnxs, la alquimia de los elementos: Primero fueron tierra, pesadas y dolientes. Luego agua, y el dolor se volvió emoción que fluyó. Después fuego, quemando lo viejo; y al final, aire: piernas livianas, como si danzaran solas.
Había algo que me decía: “Estás en casa”.
Esa sensación de hogar no era literal. Era corporal. Sentí ese mismo “aroma a hogar” al toparme con las calidades de energía del samurai o la geisha, con las nociones de koshi como centro vital del cuerpo y presencia, al transitar las bases del teatro kabuki. Ahí entendí que oriente y occidente podían abrazarse en escena.
Y me sorprendí a mí misma repitiendo una y otra vez, enseñando

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Conectá con tu centro para encontrar presencia.
Respirá profundo.
Vos no sos los pensamientos que tu mente piensa.

Frases que mi padre, filósofo y astrólogo, me decía cuando me angustiaba de chica.
Palabras que escuché decenas de veces mientras jugaba entre libros con símbolos que no entendía: Un zodiaco, planetas con imanes, monedas del I Ching. El idioma de papá.

El cuerpo es un archivo. La voz también.
Ambos registran nuestras historias, nuestras experiencias, incluso aquellas que no recordamos con claridad.
Por eso, desde mi enfoque pedagógico, cuando trabajo con mis alumnxs, no hablo sólo de técnica. Hablo de imágenes. De lo que está inscripto en nosotrxs.
La voz y el cuerpo se entrenan, sí, pero también se escuchan. Y para escucharlos, muchas veces hay que volver al origen. A ese fuego.
En mi método, trabajamos de manera integral desde el cuerpo y la voz para “potenciar la presencia escénica” y recuperar lo que somos.

Porque no hay personaje posible sin una raíz disponible.

Y no hay raíz sin memoria.

Y no hay memoria sin imágenes.

Recuerdo a Marcela, una alumna muy querida. En una clase, en plena danza del viento, la escuché rugir como una leona. Estaba transmutando el dolor por la pérdida de su abuela en pura acción física. La traía al presente, no desde el relato, sino desde la memoria encarnada: imágenes que se volvían acciones, que se volvían teatro.
Desde mi metodología, trabajamos con ejercicios técnicos que habiliten un cuerpo disponible, alerta, un pensamiento y emoción en acción. Un cuerpo trampolín, capaz de dejarse atravesar por esas imágenes que, como un río, buscan su cauce.

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Cada vez que un alumnx logra compartir ese “entre” su mundo interno y el externo, cada vez que alguien se encuentra en escena con un gesto que no sabía que tenía guardado, ahí está el fuego. El de la infancia, donde “se gesta ese gesto”

El que se cocina sin que nos demos cuenta, pero que arde cuando una voz encuentra su cuerpo.

Aquí, sentada en un rincón, en la sillita amarilla del jardín, intento activar mi superpoder: volverme invisible para que Boris —mi hijo— explore el mundo sin mí, por un ratito.

Causalmente, la primera vez que entré a este lugar sentí aquel aroma a hogar. ¿Serían las guitarras? ¿La música que viaja entre culturas? ¿Los rayos de sol filtrándose por la ventana de la casona? No lo sé. Hay cosas que no se explican con palabras.

Desde esta altura, veo a una niña corretear con una cinta en la mano. Dice “Yo creo en la magia” y esa cinta, con su imaginación, se transforma en una mariposa.
Y lo más hermoso es que yo le creo. ¿Cómo no hacerlo, actuar no es eso, acaso? Crear en un tiempo y espacio efímero, esa convención, ese acto de fe, para que la magia suceda.

ARIANA CARUSO

Hoy entiendo que lo que fui sigue respirando en lo que soy.
Y que quizás la tarea más bella que tengo como artista y docente es ofrecer herramientas para que otrxs también puedan encontrar su propio fuego.
Ese que no se enseña, se despierta, se enciende… y para mi eso es presencia.

Ariana Caruso

@alacaruso

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www.arianacaruso.com

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