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Tenemos una mente que opera bajo la negatividad, a la que se denomina sesgo de la negatividad. Esto no es casual, corresponde a una adaptación evolutiva que nuestro cerebro realizó para anticiparse al peligro. Te lo cuento de una manera simple:
Si, por ejemplo, un hombre de la era de las cavernas escuchaba un ruido ajeno, extraño a su manada, tenía que temer y ponerse en alerta para protegerse y proteger a los suyos. Entonces aprendió a pensar en negativo. Todo lo distinto, ya sea como sonido, como sabor, como imagen y como percepción, incluyendo la información que sus sentidos le ofrecían, y le denotaban rareza, debía marcarle un simbolismo de negatividad. Todo esto para preservar su vida y la continuidad de su especie. Este es el fin último de lo que hoy conocemos como mente inconsciente.
Entonces, si hoy yo percibo algo raro está perfecto que piense en negativo, para estar atenta al peligro. Pero qué pasa si mi mente me juega una mala pasada, debido a mi estado ansioso permanente, de querer resolver mi futuro “YA”. Seguramente, el exceso de negatividad me sofoque.
Si necesito lograr objetivos, si voy en búsqueda de nuevos desafíos, primero debo calmar mi mente. Las técnicas de atención plena, la realización de sesiones de biodecodificación, el ejercicio de entender quienes fuimos y quienes somos ahora, es clave. Si quiero cambiar debo observar. Una observación sin prejuicios ni juzgamientos. Entender, tomar consciencia. Y de ahí en adelante ir con todo hacia el cambio tan deseado, disfrutándolo como si ya estuviese concretado, con emociones y sentires claros, en medio del pecho. Para lograr el cambio hay que vibrarlo en el cuerpo, en la mente y en el espíritu antes de que se haga realidad. Y cuando eso suceda, será tan parecido, o aún más maravilloso de lo imaginado, que podrás reconocer el milagro de tu propio poder creador.
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Fotografía José Ítalo Ceol
