Trascender. Si Eduardo Costantini (75) tuviera que elegir una palabra para resumir la génesis del Malba, esa sería una de las primeras. Es que cuando ideó el Museo de Arte Latinoamericano a fines de los ´90, dio forma a un proyecto que tarde o temprano excedería los límites de su creador. Fundado en septiembre de 2001, a tan sólo tres meses de aquel diciembre caliente que sintetizó en explícitas imágenes a una de las peores crisis de la Argentina, el Malba nació para trascenderlo a él y al siglo XXI. 'Es un proyecto a 100 años', dice el coleccionista con asombrosa naturalidad, en un país gobernado por el cortoplacismo. Y recuerda cuando por consejo de un director del MoMA (Museo de Arte Moderno) de Nueva York, decidió abandonar aquella idea de bautizarlo como Museo Costantini. Perdió el ego y ganó el Malba, un ícono de la cultura porteña que trascendió fronteras y conquistó el ansiado prestigio internacional.
Junto a su mujer, Elina Costantini (31), el fundador y líder de la desarrolladora Consultatio, creadora de Nordelta, Puertos y el edificio Grand Bourg entre otras muchas obras arquitectónicas, recorrió junto a CARAS el detrás de escena de la muestra que celebró los 20 años del museo: Rafael Barradas: hombre flecha. Fue justamente la obra del pintor uruguayo titulada Quiosco de Canaletas, una de las primeras en integrar la colección fundacional junto a maestros latinoamericanos como Frida Kahlo, Diego Rivera, Tarsila do Amaral, Emilio Pettoruti, Antonio Berni y Xul Solar.
—¿Qué recuerda de aquel septiembre de 2001 cuando fundó el Malba mientras la Argentina vivía una de sus peores crisis?
Eduardo Costantini: —En realidad el proyecto del Malba nunca tuvo en cuenta la situación del país porque los museos tienen que trascender esos inconvenientes, hubo incluso otros que pasaron guerras. Este proyecto nació a partir de un terreno que apareció, que es único y especial para un museo. Un terreno en esquina, sobre avenidas en una zona de museos. En ese momento yo ya tenía una colección de arte latinoamericano que era reconocida internacionalmente y de ahí se me disparó la idea de hacer el museo con todo lo que significa el Malba, con un proyecto de cine independiente, literatura, artes visuales y programas de educación, que hicieron crecer la idea original.
—¿Y cómo fue la recepción del museo por parte del público?
—Lo bueno del Malba es que cuando inauguramos la gente lo asimiló inmediatamente. Eso es lo que uno más desea de un museo, que los visitantes sean los protagonistas. El haber sido recibido de esa forma es espectacular.
—¿Siempre visualizó tener un museo?
—Para nada. Primero me llevó unos cuantos años identificarme como coleccionista, empecé espontáneamente a comprar arte y después a través de décadas gracias a mi mentor, Ricardo Esteves, fui adquiriendo obras de importancia artística histórica, entonces después de años de adquirir y reunir ese conjunto, me di cuenta que eso tenía un valor social-cultural. Me surgió la idea de donar esa colección en algún momento, o sea que el proyecto fue decantando en una arista social. La colección fue exhibida en San Pablo, en Río de Janeiro, en Uruguay, en el Museo de Bellas Artes de Argentina, cuando ni siquiera tenía la idea del Malba. Con esa base, me pregunté si esto era tan bueno como para ser exhibido en un museo, ¿Por qué no tener uno propio? Fue de menor a mayor la idea.
—¿Por qué eligió el arte latinoamericano?
—Porque yo me dedicaba a seguir la situación social y económica de países latinoamericanos y, al mismo tiempo, fui adquiriendo obras argentinas y uruguayas, más rioplatenses, entonces con el fin de tener una colección con más peso y visibilidad internacional, y dada la cercanía geográfica y cultural, empecé a comprar arte de México, Brasil, Colombia y Chile, entre otros países, para darle mayor calidad a la colección. Era una época en la que el arte latinoamericano tenía poca visibilidad, entonces aparecían obras de gran calidad a precios más que accesibles. Eso fue en los 80s y 90s. Los museos centrales como el MoMA y el Reina Sofía de España, los museos de Londres o los de Houston y Los Ángeles, no habían puesto la mirada en el arte latinoamericano en ese momento. Cuando nació el Malba, el museo de Houston y el MoMA nombraron curadores de arte latinoamericano con programas de adquisiciones propios. Empezaron a validar la calidad del arte latinoamericano, y tuve que competir con museos. Obviamente, los valores de las obras subieron enormemente.
—Cuando usted compra un cuadro, ¿Piensa en términos de inversión o se deja llevar por su deseo?
—Compro por la calidad de la obra, soy coleccionista, muy difícilmente venda una obra. Lo que uno intenta hacer a través del tiempo es formar una colección, entonces cuando aparece una obra que desde el punto de vista artístico es sumamente significativa, ahí estoy yo intentando comprar. En ese momento, el valor va a depender de esa curva de suba de precios que tuvo el arte latinoamericano. En la década del 80, las obras valían el 10% de lo que valen hoy. Yo acepto la convalidación del mercado e intento comprarlas.
—¿Cómo es participar de una subasta teniendo esa desventaja de comprar por el valor artístico y no por el precio?
—Eso me ha ocurrido, no la mayoría de las veces porque yo siempre hice precios máximos. La gente me individualiza como el que hace precios máximos. Eso es porque aparecen obras únicas de los artistas. En el caso de una obra de Diego Rivera, hice una compra que se convirtió en la obra de mayor valor de arte latinoamericano, pero era una obra que había aparecido en el año 1995 y la compré en 2017. Cuando compré Frida Kahlo en 1995, hice precio máximo de arte latinoamericano durante siete años, pero era una obra de Frida de 1942, que perteneció a la colección IBM, que rajaba la tierra. Siempre he comprado obras únicas de los artistas. Con una obra del artista cubano Wifredo Lam que compré el año pasado pasó lo mismo. Todavía no la vimos, la compramos por teléfono al igual que muchas otras obras. Suelen aparecer en el mercado por una muerte o un divorcio.
—¿Qué detrás de escena de una compra le llamó más la atención?
—Esta misma obra de Diego Rivera. En 1995 la colección IBM decide desprenderse de varias de sus obras pero hubo dos de ellas que me llamaron la atención: Autorretrato de Chango y Loro de Frida Kahlo de 1942, que ahora está en el Malba, y Baile de Tehualtepec de Diego Rivera, una obra de 2 por 1,60 metros. No podía comprar las dos, entonces compré la de Frida Kahlo. Alguien compró la de Diego Rivera y no la vi más durante 21 años. La había comprado el dueño de la bebida Seagrams. Esa obra estaba en su casa junto a Picassos y ese tipo de arte. Lamentablemente fallece, y el hijo la manda a vender al mismo rematador que me había vendido a Frida en 1995. Entonces me llama por teléfono y me dice que era el primero de la lista y negociamos un mes y salió por 17 millones de dólares. Después de 21 años se reunieron la obra de Frida con Diego, marido y mujer, en la sala del Malba.
—¿Cuáles son sus cinco obras favoritas?
—Primero la elijo a Elina (risas). Abaporu de Tarsila do Amaral, que es la obra más importante de la historia de Brasil, Autorretrato de Chango y Loro de Frida Kahlo, Manifestación de Antonio Berni, Baile de Tehualtepec de Diego Rivera, Omi Obini de WifredoLam. Pero el Malba tiene 20 obras que rajan la tierra
El Cuadro Escrito de León Ferrari es una grafía y la obra de arte conceptual, a mi juicio, más importante de Latinoamérica de la década del 60. Lo convencí personalmente a León después de tres o cuatro años llamándolo todos los años, y no podés hacer una muestra de León Ferrari sin ella.
—¿Es más fácil negociar con el artista o con el vendedor de la obra?
—Eso depende. Le quise comprar a León el cuadro del avión con el Cristo crucificado, y nunca me lo vendió. No lo pude comprar (risas).
—¿Qué momentos marcaron la historia del Malba?
—La inauguración sin duda fue increíble. Estos 20 años serán un hecho relevante en mi carrera como coleccionista y fundador. Consolida una trayectoria. La muestra de Kusama, cuando le cortamos la cúpula al Obelisco a través de un efecto visual. Tuvimos visitas increíbles como Carlos Fuentes, José Saramago, Ernesto Sábato, Horacio Coppola, Jeff Koons... Hay cosas que han ocurrido acá, que ocurren todo el tiempo y es una fiesta por el poder de convocatoria que tiene el Malba.
—¿El museo se vio afectado por la pandemia?
—Esas son cosas temporales porque un museo lo tenés que pensar a 100 años. Lamentablemente atravesarán guerras o pandemias, pero también surgen cosas nuevas como la virtualidad. El Malba creció mucho en la virtualidad a través de las redes con una cantidad de audiencia muy importante y estamos trabajando sobre eso. Hay que vivir el presente mirando hacia adelante y tratar de estar por delante de la curva y no por detrás. Esa es la flexibilidad que tiene que tener una institución si se piensa a 100 años. Van a pasar tantas cosas, lo estamos viendo ahora con la transformación social que generó la pandemia sin ir más lejos.
—¿Qué piensa respecto a la virtualidad tratándose de un cuadro que debe ser visto en vivo?
—El mundo va hacia un sistema híbrido en todo, incluso en la forma de trabajar. El museo virtual te permite llegar a una mayor cantidad de audiencias. Hemos tenido conferencias de más de 20 mil personas. Eso para nada va a inhibir la presencialidad porque el hombre es social y necesitamos la presencialidad porque está en nuestra naturaleza. Incluso ya hay un arte virtual. Ahora hay un sistema que registra el derecho de propiedad, que se llama NFT, entonces la gente crea imágenes virtuales y las vende. Si bien se puede reproducir innumerables veces, uno tiene el derecho intelectual de esa primera imagen. Hay memes que se rematan y se venden por 200 mil dólares como sucedió con un chico de 12 años. Es algo que nos supera.
—Va a tener que colgar pantallas en lugar de pinturas…
—(Risas) Seguro.
—No está cerrado a nada, ¿no?
—Hay que abrirse a lo que venga. Las generaciones te pasan por arriba, más allá de que uno trate de entenderlo. Nunca voy a poder ser un programador, pero sí le tenés que dar cabida. Y a nivel institucional, tomar gente joven y darle énfasis a lo tecnológico y a lo virtual. A la gente experimentada hay que agregarle juventud, entonces vas transformando culturalmente a tu organización.
—Una tapa reciente suya en Forbes se tituló 'Ver más Allá', ¿Hasta dónde proyecta su mirada?
—Lo que puedo hacer es tratar de entender los cambios que se van produciendo, no predecir. Lo que siempre hice en mi vida es tener una estrategia de largo plazo e ir construyendo y que el tiempo, por la consistencia del proyecto, lo vaya validando. Es como una buena obra de arte, un cuadro bueno crece en el tiempo, se sostiene, pero el cuadro malo se cae. Por eso para mí son importantes los 20 años del Malba, el tiempo lo convalida. Por ejemplo, Nordelta es un proyecto de 40 años, no es de 2, 3, 4 ó 5 años. El Malba es un proyecto de 100 años. Hay que tener flexibilidad, solvencia y darle continuidad. Tengo mi creatividad, pero no soy un mago.
—Cuando fundó el Malba, ¿Pensó que llegaría a tanto?
—Sabía que el Malba iba a continuar. Nació con fortalezas y debilidades. Las fortalezas son la ubicación, el edificio, la colección única y el haber tenido la financiación y el equipo profesional, mientras que la debilidad es que hay que hacerlo crecer institucionalmente, despersonalizarlo para que no sea el proyecto de una familia. En estos 20 años hemos trabajado desde lo profesional y desde lo institucional. Al comienzo quise llamarlo Museo Costantini y el director del MoMA me dijo que me clavara un puñal en el ego y no le ponga mi nombre. Me tuve que clavar ese puñal y le puse Malba. Pero para tratar de conformar mi ego, abajo le puse Colección Costantini (risas). Trancé en eso. Pero el Malba empezó a adquirir obras, entonces Colección Costantini ya no funcionaba. Alguien me recomendó poner Malba grande y sacar Colección Costantini. Y así fue. Hubo una etapa que decía Fundación Costantini, pero lo cambié por Fundación Malba. Desaparecí de escena. Y desde el año pasado, la presidenta del Malba es Teresa Lanari no es más Eduardo Costantini. Hoy soy presidente honorario sin voto y fundador del Malba. Hay un consejo del que ya no formo parte.
—Es como un hijo de 20 años que se independizó
—Así debe ser para que el Museo perdure y trascienda. El pecado original del Malba es que tuvo un sólo fundador, en cambio el MoMA fue un grupo de mujeres de familias ricas, una de ellas los Rockefeller. El MoMA nació 10 días después de la Gran Depresión de 1929. Esas tres mujeres consiguieron más familias neoyorquinas, más allá de la compañía constante de Rockefeller.
—Es una coincidencia que al igual que el Malba, haya surgido en un contexto de crisis…
—Cuando apareció el terreno fue en 1997. Argentina tiene sus vicisitudes y siempre cambia. Cuando se inauguró estábamos a punto de explotar. El año 2001 fue horrible, estábamos todos parados y no se vendía nada.
—Elina, ¿cómo es el Eduardo detrás del coleccionista y empresario?
— Es un hombre fabuloso, creativo, muy dedicado a la familia. Está todo el tiempo pendiente de mi y siempre está ideando no sólo emprendimientos propios sino para la familia. Estamos construyendo una casa en Uruguay, siempre con proyectos juntos y visionando el futuro y siendo felices que es lo más importante. Nosotros hablamos de todo, Arte, Economía y de la vida en general. Pasamos de la alegría a la emoción. Hablamos de nuestros perros, que cuidamos como personas, y siempre tratamos de divertirnos y disfrutar de la vida.
—¿Cómo explica el éxito de su marido?
—Es una persona que admiro porque todo el tiempo está visionando algo diferente. El Malba es una clara muestra de ello, lanzar un Museo en el peor momento de la Argentina e incluso con la oposición de parte de los vecinos. Y siempre fue para adelante y nunca mira lo negativo y sigue firme para cumplir sus objetivos. Lo que quiero destacar que es importante es que va a dejar una huella en este mundo. Cuando Eduardo ya no esté, la gente va a poder disfrutar del museo. Es muy valorable eso. Y este año compartimos la compra de los nuevos cuadros.
—En el año de pandemia, adquirió cuadros por 25 millones de dólares
—Estábamos juntos en plena pandemia en Uruguay y compró Omi Obini y Remedios Varo, que se disparó el remate pero valió la pena. Nos encanta compartir todo de la vida y lo admiro profundamente y es un ejemplo de éxito y superación en un país que no es fácil. Siempre trata de trabarte pero él siempre tiene una mirada positiva hacia adelante tratando de dejar una huella y algo que aporte bienestar a la gente.
—¿Ayuda a Eduardo en su quehacer cotidiano?
—Siempre decimos que respetamos el espacio del otro porque nos gusta tener nuestras individualidades para compartir cuando llegamos a casa. Pero más allá de eso nos consultamos sobre Arte y Economía. Aprendo mucho al lado de él.
Eduardo: —¡Y yo al lado tuyo baby! (risas) Somos sparrings, consejeros y cómplices.
Elina: —Estudiamos mucho de religiones también. El cuadro de Lam tiene un trasfondo que remite a la religión afrocubana y tiene todo un significado, entonces nos encanta saber de qué se trata.
—¿Qué aprendió de Elina?
—Ella es muy sabia, creativa, tiene sabiduría sobre la vida. Hay que vivir en cada momento cada etapa, por ejemplo, la pandemia. Ella tiene la paciencia y la seguridad de que esto es una interrupción momentánea y sabe verlo en su conjunto con una mirada holística y es muy familiar y súper cariñosa conmigo y con las personas que están alrededor, desde los animales a las flores. Es híper sensible desde lo afectivo y tiene los sentidos muy agudos. Nos llamamos Alfa 1 y Alfa 2. Claramente ella tiene mayor personalidad.
Elina:-Cada lugar en el que estamos tratamos de darle nuestra identidad. Cocinamos juntos y decoramos cada lugar en el que vivimos. También nos dedicamos mucho a la familia y él aprendió conmigo a darle valor a esas cosas y que no todo es negocios, sino que los afectos son importantes. El empezó a vivir eso conmigo y cada tanto se emociona. Lo lindo de la vida son las cosas simples.
Eduardo: —Los dos empezamos de abajo. Nosotros podemos estar comiendo en cualquier lado de cualquier manera y no nos cambia. No me gusta vivir en un lujo asiático.
—¿Cómo llevaron la pandemia teniendo en cuenta que se casaron dos semanas antes de que comenzara la cuarentena?
Eduardo: —Nos vino bien porque pudimos tener una mirada mayor sobre la pareja.
Elina: —La pasamos bien porque empezamos a disfrutar de las cosas simples como cocinar o cortar flores. Son cosas sencillas pero son lindas.
Eduardo: —Estábamos encerrados pero con un jardín grande y nuestros animales.
Elina: —Y nos pudimos conocer más y crecer más como pareja. La pasamos muy bien.
—¿Con qué plato la sorprendió Eduardo?
Eduardo: —Soy un principiante al lado de ella… (risas)
Elina: —Unas pastas con salsa. Le encanta cocinar y ayudarme.
Eduardo: —Soy el che pibe (risas).
—¿Qué proyectos tienen?
Eduardo: —Ella tiene un proyecto profesional pero no lo quiere decir todavía. Algo tiene entre manos (risas). Tenemos varios proyectos y están todos en marcha menos uno. Los dos que están con mayor dinamismo y crecimiento son dos ciudades, que son Nordelta y Puertos en Escobar. Cada ciudad te reclama el desarrollo de distintos programas en distintos lugares. Tenemos multiobras. En Puertos estamos haciendo un núcleo comercial sobre la ruta 25, un centro urbano sobre la Bahía, desarrollando dos barrios, mejorando la circulación, un proyecto de arte para 1300 hectáreas con obra en la vía pública. Nordelta tuvo una crisis como la de los carpinchos o también cosas fabulosas, estás criando comunidad, con una organización política, obras civiles, programas deportivos, educacionales, un ecosistema de innovación y tecnología en Nordelta, son cosas muy variadas. Son dos ciudades proyectadas por urbanistas porque en 20 años vas a desarrollar 30 ó 40 edificios, entonces necesitás un sanatorio, restaurantes, escuelas, lugares de emprendedurismo, supermercados, estaciones de servicios, y tenés que ir componiendo e integrando todo eso a través del tiempo.
—¿Es conciente que hay una generación Nordelta?
Eduardo: —Nordelta es una localidad dentro del municipio de Tigre. Hoy tiene 40 mil personas y estimamos que llegue a 80 mil.
Elina: —Yo le visioné Puertos y en la fiesta de fin de año él decía que sería difícil vender ahí, pero el lago de Puertos tiene algo tan especial que sentí que se iba a empezar a vender mucho. Todos me miraban como si fuera una loca, y así fue. Tengo intuiciones inexplicables que se dan. Y la pandemia aceleró eso.
Eduardo: —Se vendió en el último año el doble de terrenos que en Nordelta. Hay 500 casas terminadas, 500 en construcción y 500 con permiso de construcción. En dos años va a tener 1500 casas. Los últimos dos años fueron de consolidación.
—¿Son intuitivos?
Eduardo: —Sí, somos creativos e intuitivos.
Elina: —Yo soy intuitiva en la vida y Eduardo es como un brujo de los negocios.
Eduardo: —Mi premisa es que lo que haga tiene que ser una nueva propuesta. Es como aquella obra de arte que agrega algo y descubre un nuevo camino, un avant-garde, y los proyectos como Nordelta y Puertos son lo mismo, son dos propuestas únicas. No hay ningún desarrollador que esté haciendo algo parecido. Por eso la gente los elige.
—Y ustedes se conocieron en el Malba…
Elina: —Justo en aquella mesa señala. Todo tiene algo muy especial. Fue el 3 de mayo de 2019.
Eduardo: —Por suerte se largó a llover y ella estaba en el Paseo Alcorta y vino para acá. Vi una mujer deslumbrante y nos empezamos a mirar.
Elina: —Yo estaba esperando que parara la lluvia para irme. El vio que pedí la cuenta y se acercó. Al principio no lo reconocí pero cuando vi que se le acercaban me di cuenta quién era.
Eduardo: —Yo sabía que si no me acercaba la perdía, porque no tenía ninguna referencia. Me mataba si se iba. Le pregunté cómo estaba, me presenté, le dije si la podía conocer y le pedí el whatsapp.
Elina:—¡Le da vergüenza contarlo! (Risas) Me preguntó si tenía un minuto para tomar un café y cuando alguien me interesa suelo decir que no, entonces le puse excusas para irme. Pero al final estuvimos dos horas y media hablando. Él me invitó a almorzar y no iba a ir, pero fue insistente.
—¿Fue más insistente que con la compra de Abaporu, la obra de Tarsila do Amaral?
—¡Más! (Risas) Yo no sabía si iba a venir a almorzar, entonces le dije a un amigo que estuviera atento por si ella no llegaba para ocupar la silla vacía (risas). Entonces apenas llegó, le cancelé a mi amigo.
—¿Quieren tener un hijo?
Eduardo:—Hay tiempo para todo. Si Dios nos permite ser padres, va a llegar.
Elina:—Esta unión de reconocernos como el amor de nuestras vidas y ser buenas personas y hacer el bien a muchas personas sirve de mucho y estamos abiertos a lo que Dios nos provea.