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ACTUALIDAD 21-11-2020 10:00

Los Merlos: tres generaciones de alto handicap

En el campo familiar La Mariana, el legendario “Cacho” Merlos posa junto a sus tres varones y los siete nietos que enriquecen la leyenda. Galería de fotosGalería de fotos

Todo comenzó cuando don Fernando Merlos llegó de España con apenas dos años de vida y se radicó en Mar del Plata. Amante del fútbol y ya de adolescente abocado a cuidar las vacas en el tambo de su padre, dicen que por una travesura suya los Merlos arrancaron con el polo. Porque ese percance lo trajo a vivir a Buenos Aires, donde con el tiempo su hijo más chico, Héctor Merlos (76), fue convenciendo de a poco a los socios ingleses del Hurlingham Club que lo suyo arriba de un caballo era cosa seria. Bastó que lo vieran taquear para que le dieran la oportunidad de demostrar sus condiciones naturales perfeccionadas por su capacidad de observación.

Amigo del recordado “Gordo” Héctor Barrantes, cuando terminó el colegio se fue a trabajar a Trenque Lauquen con la familia Lanusse. Allí emplazó el campo familiar La Mariana, mientras su trayectoria en el polo de alto handicap empezaba a dejar huella. Así fue que “Cacho” escribió su historia grande ganando con la camiseta de Santa Ana dos Palermo y una Triple Corona, la de 1973, pero además sembró la semilla de un legado que continuaron sus hijos y nietos. Se convirtió entonces en el patriarca de tres generaciones que no sólo lo enorgullecen, sino que emparentan a su apellido con el de familias emblemáticas del polo argentino que también dejaron sucesión, como ser los Harriott, Heguy o Pieres.

   “Debuté en Palermo en el ‘67, tenía cinco goles de handicap y apenas cuatro caballos. En el ‘73 llegué a Santa Ana gracias a mi amistad con Daniel González, y en ese primer año ganamos la Triple Corona rompiendo con la hegemonía de Coronel Suárez. Por ahí está la camiseta de la final, tiene los dientes marcados de ‘Juancarlitos’ Harriott(risas)... El polo me dio grandes oportunidades, como haber tomado dos veces el té con la Reina Isabel II (94). Ella es una apasionada por los caballos, de golpe te decía ‘que buen caballo que jugaste en tal chukker, ¿Cómo se llama?’ También jugué con el príncipe Carlos (71) y con su padre, Felipe de Edimburgo (99)”,recuerda hoy en su otro campo familiar La Mariana, el que adquirió como buen visionario, allá por los ‘90, en General Rodríguez. Allí se forjaron y se forjan, como en el predio homónimo de Trenque Lauquen, los secretos de una dinastía apasionada por los caballos y el polo. “Llevamos el polo en la sangre”, dice “Cacho”, y lo avalan tanto su mujer, Cristina Rojo, como sus tres hijos varones, sus nueras y sus diez nietos.

   El mayor de sus tres herederos es Juan Ignacio Merlos (52), una vez ganador del Abierto Argentino con La Dolfina (2002) y hoy más dedicado a la cría de caballos y a ser coach. Junto con su mujer, Mariana Irazu, concibieron a Celina (24), la primer universitaria del clan gracias a su reciente título de veterinaria, Juan Cruz (23), polista de seis goles que jugó recientemente la Copa Pilar con su padre, y Valentina (15), fanática del salto que ya pisa fuerte en concursos hípicos. “Ser el más grande me facilitó llegar rápido al alto handicap, porque papá cuando se retiró me dejó su organización hecha y fresca. Yo viví la etapa de él como jugador, recuerdo esas tardes inolvidables de Santa Ana en las que me encargaba de prepararle el termo con glucolín y limonada. Gané un Palermo, perdí cinco finales, llegué a diez de handicap y me di el gusto de jugar en el alto nivel con mis dos hermanos cuando formamos La Mariana y El Paraiso. Hoy me divierten otras cosas, como dedicarle tiempo a los caballos, ellos requieren de un cuidado artesanal que no podés darles cuando competís”, señala “Pite”, el primer admirador de la obra paterna: “Lo que hizo papá creo que no tiene parecido alguno en el deporte, el haber arrancado con tan poco y habernos abierto tantas puertas a nosotros. Más allá de los trofeos que tengamos, hoy los Merlos son sinónimo de historia, garantía, solvencia y tres generaciones de polistas”. Y como hermano mayor analiza a sus hijos y sobrinos que tomaron la posta: “Están en diferentes etapas, todos tienen un talento impresionante y la pasión que los va a hacer distintos. Ojalá La Mariana algún día vuelva a tener a varios Merlos en su equipo, sería un sueño”, afirma esperanzado.

   El del medio es Sebastián Merlos (48), vencedor como su padre en dos Palermo (2002 y 2013) y confeso apasionado de los caballos, las crías y las domas. Junto con su mujer, Silvina Neyra, por ahora es el que más nietos le dio a “Cacho”: Segundo (20), polista de cuatro goles, Olivia (18), ganadora este 2020 del British Open femenino y cada vez más apegada al polo, Santos (14), de tres goles, e India (8), que “todavía no juega pero anda a caballo todo el día, creo que se va a dedicar al salto”. Esta temporada disputó la clasificación para Palermo con La Alegría, y considera que su momento quizás ya pasó. “Me siento útil y jugando me divierto más que antes, mientras estés bien montado y organizado es mucho más fácil. También tenés que cuidarte, sino puede ser peligroso y es una falta de respeto hacia tus compañeros”, destacó, a la vez que hace una encendida defensa del jugador de polo: “Por ahí muchos lo ven como un deporte de elite, y no es así. La mayoría de los que jugamos somos gente de campo, gente común y laburante que amamos los caballos y que encontramos la forma de hacer unos mangos con esto. Todo es a pulmón y no jugamos por la plata, sino por el honor”, esgrime sin olvidarse del apoyo incondicional de su mujer: “Llevamos 23 años de casados y 29 juntos, imaginate la paciencia que me tiene”.

   Dueño de un récord muy difícil de superar, el de máximo goleador en un partido de Palermo con 18 conquistas, Agustín Merlos (43) es el exponente del clan más competitivo hoy en día. Juega la Triple Corona para el debutante cuarteto de Los Machitos, tras ver frustrada su participación en el 2019 por una inoportuna caída en una práctica. Casado con Celina Caset, sus tres hijos nacieron con el ADN polo: Rufino (13) ya jugó torneos en Inglaterra y los Estados Unidos, Celestino (10) también lo practica y Florencio (8) da sus primeros pasos arriba de mansos petisos. De chico quería ser futbolista, pero cuando a los ocho años ganó un torneo de padres e hijos se lo tomó en serio y fue haciendo “la colimba del polo”, como describe a esa etapa formativa entre Copa Potrillos, intercolegiales y el Abierto Juvemil. Al igual que sus dos hermanos alcanzó los diez goles de handicap, cumplió el sueño de jugar con ambos la Triple Corona y destaca la evolución competitiva que tuvo el polo: “El cambio es gigante, requiere de mayores exigencias tanto para los caballos como para el jugador. Además de montar, hoy me entreno fuerte tres veces por semana”, confiesa uno de los amigos argentinos de Tommy Lee Jones (74), para quien jugó durante tres años en los Estados Unidos: “Es un señor y un apasionado del polo, un tipazo”. Delantero de alma, “Tincho” sostiene que los extranjeros admiran lo jinete que es el polista argentino. “Acá se juega al polo los doce meses, andás a caballo todo el año, y de ahí salen tantos jinetes. Nuestra ventaja es que tenemos otra clase de relación con el caballo”, argumentó.

   Cálido, conservador y agradecido por “todas las satifacciones que el polo me dio”, “Cacho” no empatiza mucho con el polo que se juega ahora. “Veo partidos trabados y con mucho control de pelota, ‘Juancarlitos’ (Harriott) siempre decía que el camino más corto al gol es la línea recta. Yo le digo a mis nietos que el fútbol se juega por los costados, pero el polo profundo y por el medio”. En su intimidad no duda de que sus nietos van a llegar al alto handicap, y como sus consejos son muy valorados suele trasladarse desde Hurlingham –donde vive– hasta General Rodríguez para acudir al llamado de los chicos. “Rufino me llama y me dice ‘viejo, ¿qué estás haciendo? Vení que voy a taquear y quiero que me corrijas un poco’. Y no me queda otra que agarrar el auto y venir. Yo les digo que aprendan a andar a caballo, que los sientan, que conozcan las limitaciones del animal y los lleven suavecito. Tienen que lograr que el caballo se entusiasme y le guste jugar al polo”. Y es ese vínculo generacional, de abuelo a nietos, su gran incentivo diario: “Me entusiasma pensar que los chicos lleguen, eso me mantiene pleno y activo. A veces me arrepiento de no haber aceptado las ofertas que tuve para radicarme en los Estados Unidos, sobre todo por la situación que se vive hoy. Pero también pienso que de haberme ido no tendría la familia que tengo”.

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