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“Soy de Tinogasta, un pueblo bello y cordillerano de la provincia de Catamarca. Tinogasta es un vocablo quichua que significa ‘reunión de pueblos’, y nos gusta contar esto porque nos conecta con la toponimia ancestral que dejaron los pueblos originarios. Para nosotros es un orgullo seguir recorriendo estos caminos y compartirlos con quienes nos visitan.
Allí se formó caminando senderos que ahora guía con orgullo. “Lo nuestro no es una moda —dice—, es algo que sentimos de verdad y que buscamos transmitir en cada relato, en cada pausa del camino.”
Y Catamarca tiene mucho para contar. Desde la Cuesta del Portezuelo con sus mil tonos de verde, hasta las dunas blancas de Tatón o las lagunas escondidas en el cráter del Volcán Galán, cada paisaje asombra, abruma, transforma.
Jorge conoce cada rincón, cada nombre, cada historia. Habla del Balcón del Pissis —mirador de gigantes de más de 6.000 metros—, del campo de piedra pómez que parece de otro planeta, y del salar de Antofalla como si fueran parte de su propio cuerpo. Porque, en cierto modo, lo son.
Pero Catamarca no es solo paisaje. Es cultura viva, pueblos que resisten, comunidades tejedoras, rituales compartidos. Y es también un desafío: zonas remotas, alturas extremas, caminos de montaña. Por eso Jorge —y todos los guías con los que trabajamos— planifican cada salida con responsabilidad y equipos preparados para cada imprevisto.
“Estas son travesías para los sentidos —nos dice—. Para sentir el viento, el sol, la nieve. Para llevarse la emoción en la piel y el paisaje en la memoria.”
Viajar con Jorge es mirar Catamarca desde adentro. Y eso, para quienes llegan con ganas de conectar con lo verdadero, lo cambia todo.
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