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Los niños y niñas con altas capacidades intelectuales (ACI) suelen caracterizarse por un pensamiento complejo, una sensibilidad emocional acentuada, gran creatividad e intensas motivaciones internas. Estas particularidades, que son verdaderas fortalezas, pueden volverse fuente de conflicto en entornos educativos convencionales. La rigidez académica, el énfasis en la repetición y la falta de desafíos reales pueden generar desmotivación, frustración y sufrimiento emocional.
Muchos niños y adultos llegan a la consulta psicológica por dificultades de integración, perfeccionismo paralizante, baja tolerancia al error o ansiedad. El juego —herramienta fundamental para todo niño, sin distinción de perfil psicológico— se convierte, en estos casos, en un recurso valioso que permite tanto diagnosticar aspectos del perfil cognitivo y emocional como habilitar procesos de reparación.
Como señala la UNESCO: “La función que el juego ha llegado a adquirir como estimulante del desarrollo físico e intelectual del niño refuerza aún más su importancia”. Investigaciones coinciden en que el juego ayuda a recrearse, liberar tensiones y energía excedente, ejercitar funciones necesarias para la vida adulta, expresar emociones y fantasías, y elaborar ansiedades internas. Además, permite trabajar funciones ejecutivas, desarrollar flexibilidad cognitiva, empatía y liderazgo saludable, en un entorno placentero y seguro.
La doctora Graciela Scheines señalaba: “Solo cuando jugamos juegos inútiles, cuando jugamos simplemente, el juego resulta ‘útil’ en una dimensión trascendente, ontológica: nos hace crecer como seres humanos.
A través de juegos de reglas, creativos o estratégicos, los niños logran canalizar su mundo interno, enfrentar la frustración, practicar habilidades sociales y mejorar su autorregulación emocional. El juego simbólico, donde representan roles o escenarios, les permite explorar la realidad, adaptarse a ella, afirmar su identidad, desarrollar pensamiento que conduce a la abstracción y desarrollar imaginación y creatividad.
Además, el juego, ayuda a transformar a la comunidad educativa y familiar, logrando un entorno más comprensivo e inclusivo
Según Scott Eberle, el juego comienza con anticipación y sorpresa, sigue con placer y comprensión, y culmina en una sensación de fuerza y desenvoltura, generando confianza, fluidez y apertura hacia nuevas experiencias lúdicas y de aprendizaje.
El juego en el consultorio es transformador y terapéutico. Los niños pueden reencontrarse con su esencia, construir confianza, y aprender que no están solos en su manera intensa y profunda de habitar el mundo. Jugar ayuda a recuperar el derecho a la infancia, a la creatividad y al error como parte del crecimiento.
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