Julio en Argentina es sinónimo de frío, abrigo, comidas calientes y, muchas veces, excesos. En consulta, suelo escuchar frases como: “En invierno no puedo controlarme”, o “Ahora no es el momento de cuidarme”. Pero ¿qué pasaría si dejamos de hablar de control y empezamos a hablar de cuidado? Como nutricionista, mi propuesta es repensar el invierno como una oportunidad para reconectarnos con el cuerpo, desde el placer y no desde la culpa.
1. En invierno comemos más… y está bien
El cuerpo necesita más energía para mantener su temperatura. Por eso, es esperable sentir más hambre o desear comidas más calóricas. No es falta de voluntad, es biología. La clave está en escuchar al cuerpo y elegir opciones reconfortantes pero nutritivas.
2. Optá por preparaciones cálidas y saludables.
No hace falta vivir a ensaladas para “comer sano”. El invierno también invita a guisos con legumbres y vegetales, sopas caseras con zapallo, zanahoria o puerro, budines o panes integrales, e infusiones naturales. Comer rico y casero también es cuidar la salud, sin caer en dietas restrictivas.
3. Permitido no es descontrol.
Un chocolate caliente, un alfajor o un postre casero no son un “permiso” ni un “error”. Son parte de una alimentación real, emocionalmente saludable y sostenible. Cuando hay prohibición, hay ansiedad. Cuando hay permiso, hay equilibrio.
4. Alimentar también lo emocional
En invierno suele haber menos movimiento, menos exposición solar y, en muchos casos, más ansiedad o tristeza. Por eso, además de lo que comemos, también es importante moverse (aunque sea en casa), priorizar el descanso y buscar momentos de auto cuidado.
5. Constancia, no perfección
No hace falta esperar al lunes o a la primavera para “empezar”. Cada pequeña elección cuenta: cambiar una fritura por una cocción al horno, agregar una fruta más por día, elegir pan integral. No se trata de hacer todo perfecto, sino de avanzar paso a paso hacia una relación más sana con la comida… y con una misma.
El invierno no tiene por qué ser una excusa ni una etapa de culpa. Puede ser el mejor momento para sembrar hábitos que florezcan después. Porque cuidarte no es restringirte: es escucharte, darte lo que necesitás y construir una alimentación posible, real y con sentido.
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