A menudo nos encontramos en el mundo con adultos a quienes les cuesta entablar relaciones, confiar en el otro, abrirse a mostrar sus sentimientos o que no pueden comprometerse emocionalmente, y esto no es más que el resultado de un niño interior herido. Pero… ¿A qué nos referimos con eso? Pues se trata de ese niño que fuimos y que pasó por distintas experiencias antes de hacerse adulto, algunas buenas y otras no tanto; el problema es que no somos conscientes de todas aquellas situaciones en las que nos sentimos lastimados ni tomamos dimensión de cómo eso nos condiciona hoy.
Algunas de las heridas que podemos identificar en la niñez son la herida de injusticia: aquella ocasionada cuando los padres, tutores o adultos a cargo fueron rígidos, autoritarios y muy exigentes con los niños, haciendo que estos lo vivan como una injusticia, provocando que hoy en día sean adultos autoexigentes y rígidos a quienes les cuesta aceptar un pensamiento diferente al suyo y aspirando constantemente a la perfección. Para trabajar esta herida es necesario buscar el modo de ser más flexibles y cultivar la tolerancia.
Por otro lado existe la herida de abandono: que se da cuando en la niñez se experimenta abandono por parte de los adultos, siendo el sentimiento de soledad el más marcado, acompañado por falta de afecto, de cuidado y compañía, causando temor extremo a quedarse solo y dando como resultado adultos con dependencia emocional y que evitan constantemente estar solos. Aunque, en algunos casos, serán estos quienes prefieran abandonar a la otra persona a fin de no correr el riesgo de tener que experimentar otro abandono. Es importante trabajar el respeto, la autonomía y el saber recibir las críticas, cultivando además el amor propio.
La herida de rechazo, por su parte se refiere a niños que sufrieron la no aceptación de sus padres, familia o entorno a medida que fueron creciendo, en cuanto a sus pensamientos, sentimientos y vivencias, ocasionando auto desprecio, creyéndose no merecedor de recibir o dar amor. Esta herida podemos verla manifestada en adultos que sufren ante la mínima critica y que necesitan constante aprobación y reconocimiento. En este caso es necesario trabajar la auto valoración, respeto y las inseguridades.
Además podemos identificar la herida de humillación que se da cuando el niño recibió críticas que afectan su autoestima, dejándolo muchas veces en ridículo y haciendo que estos vayan construyendo su personalidad en base a las opiniones que los demás tienen. Al ser adultos, estos tratan de complacer al resto para ganarse la aprobación, cariño y respeto, muchas veces ridiculizándose a sí mismos, sintiéndose más pequeños o no merecedores. La mejor manera de sanar esto es soltar el pasado, soltando el perdón hacia todas aquellas personas que de algún modo lo lastimaron y comenzar a valorarse tal cual es.
Por último, la herida de traición, ocurre cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres o familiares más cercanos, sintiendo aislamiento y desconfianza. Como resultado, de adultos son personas posesivas que quieren tener el control de todo y les cuesta respetar los límites de los demás. Para mejorar esto es necesario cultivar la tolerancia, la confianza, e ir delegando responsabilidades a los demás.
¿Podrías tomarte un tiempo para reflexionar sobre estas heridas y ver si te identificas con alguna? ¿Podrías reconocer a ese niño que llevas adentro, darle lugar, tomarlo de la mano para sanar juntos? Hoy como adulto que eres tienes el poder de sanar esas heridas y crear una vida más maravillosa, construyendo vínculos más sanos empezando con vos.
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Sabrina.D.Marsicano.