Cuando algo trágico ocurre y hay adolescentes involucrados, la pregunta surge casi como un reflejo social: ¿Dónde están los padres? En esta nueva editorial, la Lic. Carmina Varela—psicóloga experta en heridas emocionales de la infancia—aborda con profundidad este interrogante. A partir de dos series de Netflix que se convirtieron en fenómenos, Varela abre un espacio de reflexión sobre la ausencia emocional adulta, el cambio de paradigma en la crianza y la necesidad urgente de volver a habitar nuestro rol como adultos presentes y conscientes.
Editorial | Por Lic. Carmina Varela
¿Y dónde están los padres?
Es la pregunta que muchos nos hacemos cuando somos testigos de algo trágico protagonizado por adolescentes. Dos de las series número 1 en Netflix hablan sobre este tema que nos interpela como sociedad y como padres. Una de ellas se llama Atrapados y, a diferencia de la serie británica Adolescencia —que es lenta e intimista— la producción argentina ofrece un gran despliegue de escenarios y elenco, giros inesperados y una trama digna de un caso de Sherlock Holmes.
Sin embargo, ambas abordan de diferente manera algo profundo y movilizante: la brecha entre la idea que tenemos los adultos sobre el mundo adolescente y lo que realmente pasa en las vidas de nuestros hijos.
Preguntas sin respuestas fáciles
La adolescencia es, por definición, la etapa de las preguntas sin respuesta, de la construcción de la identidad en base a algo que aparece con mucha fuerza: la responsabilidad por el propio deseo. Ese poder de decidir entre lo que quiero y lo que debo, entre lo que puedo y lo que no, y aceptar las consecuencias para mí mismo y para mi entorno de esa decisión.
¿Por qué no? ¿Qué pasa si? ¿Quién dice que no se puede? son las puertas hacia la exploración de lo prohibido. Ese límite que en la niñez estaba muy claro y que, al pasar los años, empieza no solo a desdibujarse y ser cuestionado, sino también a ser ignorado deliberadamente en la búsqueda de la propia versión de lo que está bien o mal, de lo que es seguro o peligroso.
Atrapados nos muestra todo el tiempo estas contradicciones entre lo que parece y lo que es; la lucha interna entre el bien y el mal y la cuestión filosófica de fondo: ¿quiénes son los malos y quiénes son los buenos? ¿Puede una mala acción con buenas intenciones estar justificada? ¿Cuáles son los límites del respeto a la privacidad si se trata de nuestros hijos? Este es el gran tema que, a mi parecer, aborda la serie argentina, que como buena serie de suspenso empieza con una muerte y muchos posibles perpetradores.
Lo que el tiempo se llevó
Diferenciarse, crear un mundo propio y construir un universo subjetivo en el que los adultos “no entren” es parte de esta etapa. Pero hasta hace algunos años bastaba con que los padres dieran un par de recomendaciones para sentir que cumplían con la tarea de educar y cuidar: no te juntes con fulano, no vayas a tal lugar, volvés a tal horario, no tomes alcohol.
Era un mundo visible y tangible, de personas reales con nombres reales, y en ese mundo los adultos podían saber más que los jóvenes de ese peligro sobre el cual les advertían. Lo seguro siempre eran las 4 paredes de casa y el peligro estaba afuera, lejos de la mirada paterna y cerca de la adrenalina de lo prohibido.
¿En qué momento ese orden se alteró y el peligro empezó a estar en nuestras casas y un teléfono celular se transformó en un arma? ¿Cómo ayudarlos a que se cuiden y no corran peligro en un territorio desconocido para nosotros?
Padres reales en tiempos virtuales
Aunque muchas de estas preguntas no tienen una única respuesta, el espacio de poder irrenunciable de los adultos sigue siendo el de la PRESENCIA. Ellos necesitan saber que somos red de sostén, que estamos mirando, que no nos da lo mismo. Y para eso existen recursos concretos que pueden ayudar:
- Comunicación entre los padres del grupo de amigos.
- Pedir ubicación en tiempo real.
- Preguntas: ¿A dónde y con quién vas? ¿A qué hora volvés?
- Rituales: ver una serie juntos, hablar sobre lo que pasó en la semana, mandar un mensaje de buenos días.
Reflexión final
Si estamos demasiado cansados, desconectados o estresados, la tarea de acompañar y cuidar a nuestros hijos se vuelve insostenible. Y cuando eso ocurre, dejamos de ser presencia y nos convertimos en sombra. Es hora de revisar nuestras propias elecciones de vida, porque solo desde ahí podremos construir una relación real, posible y nutritiva con ellos.
Ser adultos presentes, disponibles y responsables nunca fue tarea fácil. Pero renunciar a ese rol—aunque sea de forma fallida e imperfecta—es entregar a nuestros hijos a la deriva, sin brújula emocional, sin red, sin tierra firme.
Desde la mirada gestáltica, sabemos que la ausencia emocional en presencia física genera una de las heridas más profundas. Porque estar no es suficiente: hay que vincularse, escuchar, sostener, validar. Es en ese contacto cotidiano y amoroso donde se forja la voz interior del niño y del adolescente; esa voz que luego lo guiará en la vida, lo protegerá del abismo y le permitirá decir "no" cuando nadie más lo diga por él.
Por eso, como bien advierte la Lic. Carmina Varela, no estar—ni en cuerpo ni en alma—es dejar a nuestros hijos sin red. Y esa red invisible, tejida con presencia, límites, ternura y escucha, puede ser—como en Atrapados—la diferencia entre la vida y la muerte.
Para más información:
Instagram: @carminavarelapsicologa
WhatsApp de consultas e info.: 381 210 2004











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