Desde la cubierta del barco sos capaz de detectar el oscuro esqueleto de madera, lo que no podes ver son las corrientes que se entrecruzan a esa profundidad.
Como vas a pasar mucho tiempo bajo el agua, te pones una escafandra de lona, unas botas con plomo, y en la cabeza una especie de casco con unas ventanitas que limitan tu campo visual. Tu cuerpo ahora parece que pesa una tonelada.
Tan pronto como desapareces de la superficie, te adaptas a tu peso y te vas hundiendo hasta el fondo del mar. En cuanto tus pies tocan el fondo, empezas a luchar contra una fuerte corriente. Podemos pensar que ese traje es el cuerpo físico donde habita el alma mientras permanece en la Tierra.
Todo va bien mientras las corrientes son favorables, la luz es la adecuada, y controlas la situación, pero la luz que se filtra puede verse atenuada repentinamente por las nubes y el fondo del océano tornarse oscuro.
Comenzas a fatigarte, empiezan a dolerte los músculos. Lo que parecía ser una tarea fácil se convirtió en un trabajo complicado. El oxígeno te llega con dificultad, empezas a preguntarte que haces ahí abajo y si un tesoro merece semejante sufrimiento. El tiempo parece detenerse.
Te da la impresión de que estás en el fondo del mar desde siempre y que seguirás ahí eternamente. La vida que normalmente hacías a bordo, pasa a ser un sueño. Las voces que te llegan por el tubo de oxigeno se tornan inhumanas e irreales.
La única realidad es la batalla que estas librando para no ser arrastrado por la corriente. Tan derrotado te sentís que casi no podes hacer la seña a los hombres que están arriba para que te saquen a la superficie. Mientras vas subiendo, padeces unos tremendos dolores abdominales provocados por la reducción de la presión, y cuando finalmente te suben, estas más muerto que vivo.
Mientras te recuperas, tumbado boca arriba y respirando aire fresco, el recuerdo de esas horas interminables que pasaste se convierten en un confuso sueño. La irrealidad es ahora el tiempo que pasaste en el fondo del océano y la realidad la cubierta del barco y la seguridad que te proporcionan los que te rodean.
Algo parecido sucede con el alma. Entra en el mundo de los vivos con demasiada frecuencia, con demasiada confianza y retoma a su estado original tras la muerte, con muy poca confianza, habiendo olvidado que esos mundos separados coexisten y que el uno es tan real como el otro.
Aldana Casal - Lic. en Piscología
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