martes 05 de agosto del 2025

El silencio del deseo: la Lic. Ana Faingerch pone luz sobre la sexualidad dormida

La Lic. Ana Faingerch, psicóloga especializada en terapia integral y de pareja, es una de las voces más sólidas y sensibles en el abordaje de los vínculos afectivos. Con una mirada profunda y una metodología propia basada en las configuraciones del inconsciente, propone desentrañar los silencios que atraviesan la vida sexual en la pareja. Esta nota revela cómo el deseo no desaparece: se esconde, se transforma y, si encuentra lugar, puede volver a nacer.

El silencio del deseo: la Lic. Ana Faingerch pone luz sobre la sexualidad dormida
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¿Qué sucede cuando el deseo se apaga en una relación? ¿Es solo el paso del tiempo o hay algo más que no se dice? En esta nueva editorial, la Lic. Ana Faingerch profundiza en los silencios que atraviesan la sexualidad en la pareja, revelando que lo que calla el cuerpo muchas veces grita desde el inconsciente. Con una mirada integradora que une su formación en psicología, constelaciones familiares y regresiones, Ana nos lleva a repensar la intimidad, no como una obligación, sino como un espacio de verdad compartida.

Cuando el deseo se calla: sexualidad y silencios en la vida de pareja

En la vida de pareja, hay momentos en los que el deseo empieza a apagarse. A veces lentamente, otras sin aviso. De pronto, el cuerpo ya no busca al otro, las miradas se vuelven funcionales, las manos no se extienden. Entonces surgen preguntas que muchas veces no se dicen en voz alta: ¿Qué nos pasó? ¿Por qué ya no es como antes? ¿Será la rutina, el cansancio, o hay algo que no queremos ver?

Hay parejas que siguen conviviendo como si nada. Otras que se angustian y se culpan. También están quienes transforman ese silencio en reproche, o quienes se resignan, convencidos de que así es el paso del tiempo. Pero la distancia en la sexualidad rara vez es un fenómeno aislado. Lo sexual no se apaga por azar. En general, está diciendo algo.

En el cuerpo se inscriben escenas que muchas veces no han podido ponerse en palabras. El modo en que alguien se entrega o se inhibe, lo que le gusta o le incomoda, lo que lo excita o lo retrae, no surge de la nada. La sexualidad no es instinto. Está atravesada por historias. Por lo que se vivió. Por lo que se esperó del otro. Por lo que se dio de más o por lo que nunca se recibió.

A veces, detrás del “no tengo ganas” hay un enojo callado. Un dolor viejo. Una sensación de no ser visto. En otras, hay miedo a la entrega, temor a perder el control, vergüenza del propio cuerpo. También existen pactos silenciosos entre los miembros de la pareja que funcionan como barreras: reglas no dichas sobre lo que “se puede” y “no se puede” desear, mostrar, pedir. Pactos que, si se rompen, amenazan con romper algo más profundo. Y entonces el deseo se guarda, para no poner en riesgo lo que sostiene el vínculo.

Muchas personas viven su sexualidad desde el esfuerzo. Desde el deber. Desde la evaluación constante de sí mismos o del otro. “No me busca, ya no le gusto”. “Seguro hay alguien más”. “¿Soy yo quien está fallando?”. En esos casos, lo sexual se convierte en un escenario de juicio, no de encuentro. El deseo no desaparece, pero se repliega. Porque cuando se lo fuerza, se lo apaga.

Otras veces, ocurre lo contrario: cuanto más caótica es la relación, más intensa la pasión. Como si se necesitara del conflicto para sostener el erotismo. Hay vínculos que se erotizan en la tensión. Donde el ir y venir, el riesgo de perder al otro, o la amenaza de separación, se vuelven el combustible de lo sexual. Pero esa intensidad suele ser frágil. Y agotadora.

En los vínculos largos, la sexualidad cambia. No porque el amor se acabe, sino porque las formas del deseo se transforman. Ya no alcanza con la novedad o con la química. Hace falta otra cosa. Espacio. Escucha. Tiempo. Y sobre todo, coraje para nombrar lo que se siente y lo que se desea. Para decir “esto me incomoda”, “esto me gusta”, “esto ya no me alcanza”. Y también para escuchar lo que el otro dice sin defenderse, sin sentir que el cuerpo o el deseo están en evaluación.

Hablar de sexualidad en pareja no es fácil. Hay vergüenza, pudor, temor a herir o a ser herido. Pero cuando se logra, algo se afloja. Lo no dicho empieza a encontrar lugar. Y en ese espacio, aparece la posibilidad de volver a encontrarse. No con el deseo del comienzo, sino con uno nuevo. Más verdadero. Menos atado a mandatos o a imágenes idealizadas.

Hay cuerpos que no se acercan porque están enojados. Otros, porque no fueron cuidados. Algunos porque aún están esperando algo que nunca llegó. Lo importante es poder mirar más allá de la superficie y preguntarse: ¿Qué está diciendo este silencio? ¿Qué lugar ocupo yo en lo que no está pasando? ¿Qué parte de mi historia se reactiva en este momento del vínculo?

Porque cuando el deseo se calla, el cuerpo no miente. Solo espera ser escuchado. Y a veces, para poder escuchar lo que está diciendo, hace falta un espacio distinto. Uno donde la palabra circule, donde la historia se mire sin miedo, donde lo que no se pudo decir encuentre su tiempo. Uno donde el deseo —sin apuro ni presión— pueda volver a aparecer, no porque se lo exija, sino porque se lo habilita.

A veces, cuando el deseo se apaga, no es que dejó de existir, sino que está esperando otro modo de ser escuchado. Tal vez no se trata de volver al principio, sino de animarse a mirar lo que nunca se miró. Porque lo que se nombra, aunque duela, ya no actúa en silencio. Y cuando eso sucede, algo en el vínculo —y en uno mismo— empieza a moverse.

REFLEXIÓN FINAL:

El deseo no se mide por su frecuencia ni por su intensidad, sino por su autenticidad. Lo que no se nombra —el miedo, la vergüenza, la historia— encuentra expresión en el cuerpo. Y ese cuerpo, lejos de mentir, intenta decir lo que no pudo ser dicho.

La sexualidad no es solo una función ni un deber dentro del vínculo: es una forma de hablar sin palabras. Escuchar esa voz, abrir espacio para lo incómodo, soltar la exigencia de “ser como antes” y empezar a construir una intimidad real, es uno de los caminos más potentes de transformación en la pareja.

Porque cuando se deja de forzar el deseo y se comienza a mirarlo con humanidad, entonces sí —con tiempo, escucha y verdad— el deseo puede renacer.

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