miércoles 25 de junio del 2025

La serie “Adolescencia” y el colapso psíquico del rechazo, analizado por la Lic. Carolina Molina

La adolescencia es una etapa de tensiones, emociones intensas, búsqueda identitaria, abandono del cuerpo infantil y de los padres idealizados. Se trata de un proceso complejo, lleno de inseguridades y ambigüedades, donde el rechazo puede generar heridas difíciles de elaborar. En esta nota, la Lic. Carolina Molina, referente indiscutida en psicoanálisis vincular, analiza la serie Adolescencia de Netflix, y abre una lectura necesaria sobre el colapso subjetivo, la violencia, y los desafíos de acompañar a los jóvenes en un mundo donde la mirada del otro puede marcar —o destruir— una vida.

La serie “Adolescencia” y el colapso psíquico del rechazo, analizado por la Lic. Carolina Molina
La serie “Adolescencia” y el colapso psíquico del rechazo, analizado por la Lic. Carolina Molina | CREDITO CARAS
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El colapso subjetivo del adolescente: una lectura psicoanalítica sobre la serie Adolescencia - Por la Lic. Carolina Molina

La serie Adolescencia aborda con crudeza una temática que puede aparecer en cualquier ámbito familiar. Un adolescente de 13 años, tras ser rechazado por otra adolescente de su misma edad y etiquetado en redes sociales como “incel” a través de un emoji, comete un crimen brutal.

El término incel (involuntary celibate) surgió en foros de internet para describir a hombres que se sienten excluidos de relaciones afectivas y sexuales. Con el tiempo, se asoció a discursos de odio, generando una narrativa donde el rechazo femenino se vuelve intolerable, y la violencia aparece como forma de castigo.

La serie muestra el sufrimiento de un adolescente frente a esta designación pública, reforzada por múltiples “me gusta”, que actúan como confirmación colectiva de ese juicio. Estar atravesado por la mirada de los otros, y no poder escapar de ella, impacta directamente en su subjetividad.

Y es desde esa “marca” que se le impone desde afuera, pero que lo habita y sufre desde adentro, que se desata la tragedia.

El protagonista, Jamie, intenta ser suficiente para su padre. Así lo relata a la psicóloga que lo evalúa. Sin embargo, hablar de su padre le provoca mucho enojo, como si removiera una herida que no puede nombrar. Su padre, criado en un entorno violento, intenta conscientemente no reproducir ese modelo. Pero sin darse cuenta, perpetúa los estereotipos de la masculinidad tradicional.

En esa intersección inconsciente e intergeneracional, aparece la vergüenza de ambos:

  • La de Jamie, por no ser lo que se espera de él.
  • La de su padre, por rechazar en su hijo lo que no encaja en su ideal de varón.

A Jamie le apasiona dibujar. Recién puede desarrollarlo estando en prisión, lejos de las imposiciones y expectativas del entorno.

Es importante aclarar que no todos los adolescentes que son humillados reaccionan con violencia extrema. Pero algunos sí.
La diferencia no está solo en lo que les sucede, sino en los recursos psíquicos que tienen —o no tienen— para procesarlo.

El rechazo es una experiencia estructurante. Todos, en algún momento, nos enfrentamos al dolor de no ser elegidos, de no ser reconocidos como deseamos. Pero la forma en que ese dolor se elabora depende de la historia subjetiva de cada quien.

El protagonista de Adolescencia no tiene herramientas para sostener la frustración.
No puede poner en palabras lo que le ocurre, no puede resignificar su dolor.
Su psiquismo colapsa, y en ese derrumbe, la única salida que encuentra es extrema.

No es solo la historia de Jamie. A diario, vemos cómo la humillación, el rechazo y la frustración se transforman en pornovenganzas, acosos o incluso en femicidios.
Desde el hostigamiento sistemático en redes hasta las agresiones más crueles, el odio hacia lo que no se puede poseer o controlar sigue siendo un motor de violencia.

La clínica actual lo confirma: adolescentes al borde del colapso psíquico, arrastrados por discursos que los empujan a actuar antes que a pensar, a destruir antes que a sentir lo que devuelve el espejo del otro.

Es prioritario desactivar estos relatos de odio.
Es urgente construir nuevas narrativas, donde la frustración no se transforme en violencia, sino en una oportunidad de transformación.
Porque las palabras —los emojis, los comentarios, los silencios— construyen o destruyen subjetividad.
Y hoy más que nunca, hablar a tiempo puede ser un acto de prevención psíquica y social.

Reflexión final

Cuando el Otro se vuelve un espejo roto, el sujeto queda fragmentado. En la adolescencia, donde el Yo aún se está esbozando, el juicio de los demás no es una opinión: es una sentencia ontológica. No hay estructura aún para alojar el rechazo sin quebrarse.

La violencia no nace de la nada, sino del vacío simbólico, del silencio parental, de la palabra no dicha, del deseo no inscrito. Un emoji puede no parecer nada, pero en un psiquismo frágil, puede operar como un acto: marcar, excluir, definir.

En un mundo que premia la imagen por sobre la palabra, que expone antes que escucha, la violencia aparece como último recurso ante la imposibilidad de simbolizar la herida. Por eso, no basta con castigar. Es necesario comprender. No para justificar, sino para transformar.

Cada vez que la sociedad deja sin respuesta a una subjetividad doliente, el odio encuentra lugar para crecer. Y cuando el deseo no puede ser alojado, la pulsión encuentra su camino por la vía del acto.

El crimen de Jamie no es sólo el acto de un joven; es el síntoma de una época.
Y en esa época estamos todos.

Para contactar a la Lic. Carolina Molina:
Instagram: @lic.carolinamolina
WhatsApp de consultas e info.: 351 599 4408

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