Vivimos en un mundo con otros, en un mundo de afectos, de amor. En este mundo las familias son la base de la sociedad. Los seres humanos somos dependientes del amor. Necesitamos amor para vivir, para crecer, para ser felices. Desde que nacemos dependemos del amor y del cuidado ajeno. Un bebé sin amor, sin alguien que lo abrigue, lo alimente, simplemente muere. Esto no sucede en otras especies de la naturaleza; un cachorro, a los minutos de nacer, se para, camina y busca alimento. Por extraño que parezca, esa dependencia con la que nacemos, esa indefensión, deja una huella que nos marcará por siempre. Tenemos una carencia emocional que nos acompañará toda la vida. Cada rechazo, cada ausencia, nos recordará que fuimos y estamos indefensos frente un mundo hostil. Cada soledad nos hará revivir esa soledad, ese miedo, esa dependencia emocional. La vida nos llevará por distintos caminos y cada persona soportará o sufrirá este miedo a la soledad de manera particular.
Hay un solo antídoto para calmar ese dolor, esa angustia de sabernos indefensos: el amor. Y aquí está “la trampa” porque “amor” no es sinónimo de “pareja”. Si suponemos que lo único que nos alivia en la vida es algo que no tenemos, corremos el riesgo de vivir en una carrera llena de obstáculos y frustraciones.
Sabemos que la familia ideal no existe, sabemos que la imagen de pareja romántica que muestran en publicidades, películas, redes, no existe…sabemos, pero nos daña, aunque sepamos. Nos daña cuando se convierte en un mandato, en una ilusión, en una fantasía que perseguimos y cada vez que creemos que estamos por alcanzarla se nos escabulle por los dedos. Esto sucede porque es una ilusión, una imagen.
Las parejas se construyen con tiempo, con esfuerzo, con consensos y con muchas concesiones. Si a cada persona a la que nos acercamos inconscientemente le pedimos que sea la salvación, la respuesta a nuestro dolor, seguramente ahogaremos un vínculo que no llegó a formarse.
Si iniciamos una relación con miedo a la soledad o miedo a que la otra persona nos abandone, seguramente la presión sobre el vínculo será muy grande. No es lo mismo elegir a la otra persona por amor que por necesidad.
Si nos angustia “la soledad”, podemos pensar específicamente qué queremos o necesitamos. Pretender que una pareja sea: la amiga confidente, la persona con la que divertirnos, la compañía en la enfermedad, la pasión y miles de roles más, es suponer que una sola persona puede colmar un montón de expectativas, es enamorarse de un superhéroe, de una fantasía y no de una persona real.
Miremos a nuestro alrededor, tal vez no tengamos pareja, pero seguramente tendremos a alguien. Familia, amigos, vecinos. Si quitamos la presión sobre la pareja y dividimos la atención en entre mucha gente, la sensación de soledad va a disminuir.
Para poder estar en pareja, para poder estar con otras personas, debemos soportar la angustia que nos genera la soledad. Para poder conectarnos con otras personas debemos conectarnos con nuestro interior, saber qué nos gusta, qué queremos, qué nos alegra y qué nos angustia. Aceptar y aceptarnos. Conocer nuestros propios límites y entender que las personas también tienen límites, falencias. De ese modo se construyen vínculos sanos y fuertes.
Lic. Marina Halperin
Psicóloga MN.27032
Instagram: @marinahalperinpsicologa
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