"Mamá (o papá), no me quiero parecer a vos”. Esa es una de las frases de mi adolescencia que resuenan en mi cabeza.
Cuando estamos en plena etapa de desarrollo, los padres (y otros adultos que nos rodean) son referentes en nuestra vida, tanto de lo “bueno” como de lo “malo”. Locos bajitos, ansiosos de poder hacer por nuestros propios medios, deseosos de convertirnos en héroes, llenos de preguntas respecto al desarrollo de nuestro SER, estamos atentos a la mirada ajena, enfocados en quiénes nos vamos a convertir y, muchas veces, carentes de recursos para desarrollar ese potencial. Somos personitas que se desenvuelven en el mundo adulto, casi en absoluta vulnerabilidad.
Ese mundo adulto nos transmite con poca paciencia que:
- “No se puede todo lo que uno quiere en la vida”.
- “¿Eso vas a hacer?”.
- “Aprovechá a disfrutar ahora, que mañana vas a crecer”.
- “Si querés que te vaya bien en la vida, tenés que…”.
- “Tenés que ser como tu papá/abuelo y estudiar lo mismo, así después trabajas en la empresa familiar”.
- “Todo se consigue con esfuerzo; si no, no vale”.
A nuestros ojos, ese mundo desconocido es una película de terror, un lugar frío y sombrío donde no la vamos a pasar tan bien como en nuestra infancia o adolescencia.
Así, esos adultos pesimistas y mandones se convierten en nuestro “modelo”… el modelo a “NO SEGUIR”. Y es entonces cuando observamos a ese modelo y pensamos: “¡No me quiero parecer a vos!”.
Cada vez que nos conectamos con otros desde lo que NO QUEREMOS, toda nuestra biología se dispone a observar ESO: lo que NO queremos.
Por ejemplo, no quiero seguir la profesión de mi papá —“¡NO quiero ser contador!”— o no me quiero parecer a mi mamá —“¡NO quiero cometer sus mismos errores!”—.
Es tanto lo que no quiero, que mi foco está puesto en verlo para no hacerlo… Un juego casi perverso en el que nos sumergimos.
Ahora bien, si nuestro foco solo está en ver eso que no queremos, ¿qué creen que aprendemos? ¿De dónde aprendemos?
Teniendo en cuenta los aportes que en la actualidad nos ofrecen las neurociencias, una de las formas de aprender es con nuestras neuronas espejo. Es decir, aprendo de lo que percibo en mi mundo.
Es uno de los caminos más primitivos: todos los niños aprendemos de lo que vemos (gestos, movimientos, tonos de voz…) y lo incorporamos a nuestro ser. Cuando un niño de dos años hace con su mano un montoncito, como si dijera “¿Qué estás haciendo?”, y los adultos comienzan a reír diciendo "¿De dónde sacó eso?” … Bueno, esas son las neuronas espejo en acción. El niño imita un gesto que observó en otros para representarlo y manifestarlo, a veces acorde al momento y otras no tanto.
Lo curioso es que cuando ponemos el foco en lo que NO QUEREMOS, cuando solo estamos enfocados en NO parecernos a nuestros padres en ESO, nos damos cuenta de que… ¡lo hacemos igual!. Lo ves vos, lo ve el mundo que te rodea.
Es que el cerebro no reconoce el NO. Es como si lo tacháramos: “NO quiero cometer los mismos errores que mi mamá”. Entonces, ¿qué decimos? ¡Pues que queremos cometer los mismos errores!
Son órdenes poco claras, pues cuando definimos lo que NO, no tenemos claro lo que SÍ.
En tal caso, te propongo sumergirnos en el mundo del coaching ontológico, el cual plantea un proceso reflexivo y filosófico para transformar la cultura en la que nos encontramos transitando nuestra vida. Vení, pasá, te invito…
Si sabemos que “donde ponemos el ojo, ponemos la bala”, ¿qué tal si nos preguntamos dónde queremos poner el ojo?
Si cada vez que pensamos en el futuro, en lugar de seguir agrandando viejas historias (con todo lo que eso implica incluso a nivel emocional), nos preguntamos “¿Qué quiero?, ¿qué SÍ quiero?”, damos inicio a un proceso reflexivo que nos permite tomar conciencia de nuestros deseos, escucharlos, hacer foco en algo diferente, comenzar a disponer de nuestra biología a nuestro favor, de lo que sí queremos que haya en nuestra vida, a darle forma y a hacernos responsables (entendido como la habilidad para responder por ello). Esto también permitirá que el cerebro reciba una orden clara y precisa, que no le queden dudas y apunte a conseguirlo.
Lo maravilloso que podemos aprender con estos procesos reflexivos es, y acá viene el sentido de esta nota, a recuperar nuestro PODER personal.
Ese poder, como capacidad de acción efectiva para el logro de resultados deseados.
No sirve de mucho guiarnos por lo que NO queremos SER, HACER o TENER…
Te propongo un ejemplo corto: ¡no pienses en un elefante rosa…! ¿En qué pensaste?
Ahora que te diste cuenta, tenés la oportunidad de elegir en dónde vas a poner el foco, tu atención y tu energía para que eso se materialice en tu vida, usando toda tu biología a tu favor.
Somos observadores en permanente construcción, no somos productos terminados. Tenemos en nuestras manos el poder de crearnos a nosotros mismos. Somos seres que sostienen conversaciones internas y con los demás, seres relacionales, emocionales, que viven logrando resultados.
Solo necesitamos hacernos preguntas desafiantes, que requieran nuevas respuestas, que habiliten a un diálogo interno de calidad para transformarnos, dejar de hacer siempre lo mismo y obtener los resultados deseados.
Como dijo Ghandi:
“Observa tus pensamientos, porque se convertirán en palabras.
Observa tus palabras, porque se convertirán en actos.
Observa tus actos, porque se convertirán en hábitos.
Observa tus hábitos, porque forjarán tu carácter.
Observa tu carácter, porque formará tu destino,
y tu destino… será tu vida”.
¿Estás dispuesto a convertirte en quien querés ser?
María Fernanda Estevarena
Fundación ELAC, Directora de Quilmes y Barracas
Master coach profesional acreditado
Facilitadora profesional avalada
Especialista en gestión emocional y valoración corporal
Practitioner en PNL