Los piercings en la lengua, los labios o los frenillos son cada vez más comunes como forma de expresión estética. Pero detrás de esa apariencia moderna, estos pequeños accesorios pueden alterar profundamente el equilibrio funcional y neuromuscular del sistema estomatognático (ese complejo que involucra mandíbula, lengua, dientes, músculos y articulaciones).
Cuando un paciente llega a consulta y, al revisar los tejidos blandos, noto un piercing oral, no tardo en decirles que es importante retirarlo cuanto antes. La respuesta suele ser casi automática: “¡Ay Lu, qué exagerada! ¡No pasa nada!”
Pero sí pasa.
Aunque parezcan inofensivos, los piercings en la boca pueden afectar la armonía miofuncional, generar hiperactividad muscular y desencadenar disfunciones mandibulares.
¿Y cómo sucede esto?
Al tener un piercing, ciertos músculos comienzan a trabajar más de lo necesario para estabilizar la mandíbula, y la lengua suele reubicarse buscando evitar molestias o interferencias. Este nuevo patrón, sostenido en el tiempo, puede generar contracturas, fatiga o sobrecarga en los músculos masticatorios, lo que da lugar a una hiperactividad muscular compensatoria.
La lengua, en reposo, debería ubicarse en una posición específica sobre el paladar. Pero con un piercing lingual, esto no es posible. Y cuando la lengua no está donde debería, se altera la deglución fisiológica, se rompe el equilibrio entre los músculos agonistas y antagonistas, y aparecen disfunciones miofuncionales.
Además, esa posición alterada puede afectar el descanso: al ocupar espacio en la vía aérea o desplazarse hacia atrás durante el sueño, la lengua con piercing puede favorecer episodios de apnea obstructiva del sueño (AOS). Y como si fuera poco, la tensión muscular o el dolor mandibular pueden empeorar la calidad del sueño y contribuir al bruxismo nocturno.
Toda esta cascada de alteraciones puede impactar directamente en las articulaciones temporomandibulares: ruidos articulares, dolor, limitaciones al abrir la boca o desviaciones funcionales del cóndilo son algunas de las consecuencias posibles.
Por eso, más allá de lo conocido —como las recesiones gingivales, las fracturas o la movilidad dentaria—, es importante que quienes están pensando en colocarse un piercing oral, o ya lo tienen, entiendan que también están interfiriendo en una armonía funcional que es silenciosa, pero esencial. No se trata solo de lo que se ve, sino de cómo ese pequeño accesorio puede alterar el equilibrio muscular de la boca y desencadenar una serie de consecuencias que, muchas veces, no relacionamos con su verdadera causa.
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