martes 05 de noviembre del 2024
CELEBRIDADES 10-04-2022 16:36

10 de abril de 1912: el Titanic y una carta de amor premonitoria

Un día como hoy, el argentino Edgard Andrew subía al Titanic sin desearlo. El viaje lo separaba de su amiga y antes de partir, le escribió una carta de amor que presagió el destino del barco más grande del mundo.

«Josey, muy bien sé que la noticia de mi partida será dura, pero paciencia. Así es el mundo». El cordobés Edgar Andrew no quería que sus letras delataran la tristeza que sentía, pero las frases de la carta a Josefina Cowan eran evidentes.

La llegada a Inglaterra de su amiga era importante y él había estado esperándola con ansias: quería contarle sus planes, su pronta y repentina partida a Estados Unidos y si se animaba, la propuesta de reencontrarse en Norteamérica con un futuro que a todas luces brillaba.

Edgar y Josey eran hijos de inmigrantes británicos que se habían radicado en Argentina a fines del siglo XIX, como tantas familias dispuestas a hacerse la América. Los Andrew en Córdoba, los Cowan en Buenos Aires.

10 de abril de 1912: el Titanic y una carta de amor premonitoria

Para ambas familias, que sus hijos viajaran a Inglaterra tenía el claro sentido de conocer parientes y estudiar, perfeccionar el idioma o especializarse en carreras promisorias. Esta costumbre no era exclusiva de las clases altas, y justamente los Andrew y los Cowan no lo eran.

Partir antes de tiempo

El 10 de abril de 1912 en el puerto de Southampton miles de personas se despedían del barco legendario que partía con destino a Nueva York. «El objeto móvil más grande creado» era la descripción de esta nave lujosa y con una característica que irónicamente poco iba a durarle: el insumergible.

A bordo del Titanic, 2.223 personas estrenaban el colosal proyecto naviero que enorgullecía a la compañía Harland and Wolff. El frenesí de la partida y la algarabía de los pasajeros que saludaban desde la cubierta —políticos, magnates, industriales y damas de la alta sociedad— contrastaba con las familias que viajaban en las categorías más bajas. Sin embargo, la emoción de sentirse parte de la historia igualaba a la mayoría de los pasajeros.

Edgar Andrew no pertenecía a esa mayoría. Su partida había sido apurada, con un cambio de planes de último momento que lo obligó viajar en el Titanic. Desde la baranda, miró alejarse la costa inglesa y pensó en las palabras que le había escrito a Josey.

10 de abril de 1912: el Titanic y una carta de amor premonitoria

«No puede imaginarse cuánto siento el irme sin verla. Pero tengo que marchar y no hay más remedio», le dijo en la carta que fechó el 8 de abril de 1912. Sólo se tuteaban cuando estaban juntos, en esas oportunidades que la capital de Argentina había sido el escenario de sus encuentros.

Edgar había viajado a Inglaterra a fines de 1911, sabiendo que su querida Josey llegaría en abril. Pero cuando su hermano Alfredo Andrew lo invitó a su casamiento en Estados Unidos y luego a sumarse a la próspera empresa de su futura esposa, Edgar aceptó.

Tenía que llegar a tiempo a la boda y eligió la fecha de su viaje pensando en compartir con Josey los primeros días de su estadía en Inglaterra. Le mostraría la ciudad de Bournemouth, estarán juntos lo suficiente para afianzar su relación y convencerla tal vez de un futuro juntos.

Pero la huelga de carboneros diluyó el plan. El vapor Ocean —en el que Edgar tenía pasaje— suspendió su viaje del 17 de abril y todo el carbón disponible en el puerto de Southampton se concentró en la estrella del mar que partía una semana antes: el Titanic. La diferencia económica que representó cambiar el pasaje no lo enojó tanto como perderse la oportunidad de ver a su querida amiga.

10 de abril de 1912: el Titanic y una carta de amor premonitoria

Ya en altamar, la novedad del barco y el ajetreo del viaje entretuvieron al cordobés que compartió comidas y paseos con otros pasajeros. Pero la cuarta noche de esa travesía que parecía insuperable, un iceberg se cruzó en el camino.

Era una noche estrellada, pero sin luna. Todo parecía tranquilo y el mar estaba sorprendentemente calmo. En ese paisaje helado, frente a las costas de Terranova, las palabras que Edgar escribió a su enamorada, cobraron vida. 

«Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada de orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano».

La colisión se produjo en el lado de estribor a las 23:40. Tras chocar con la mole de hielo, el Titanic se hundió en apenas dos horas y cuarenta minutos, dejando un saldo de más de mil quinientos muertos, entre ellos, el argentino Andrew.

10 de abril de 1912: el Titanic y una carta de amor premonitoria

Josefina Cowan recibió la carta un mes más tarde. Sola, en esa tierra que no tenía encanto sin Edgar, leyó las últimas y premonitorias líneas de la carta de amor:

«Josefina esta es mi última noche y tengo la cabeza como un volcán, así que no se extrañe de la composición de mi carta. Reciba un millón de besos de su amigo. Adiós, Edgar».

 

Por Diana Arias

Escritora y Periodista.

Autora de Amores inmigrantes.

@dianaariasoficial

 

Agradecimiento: a Analía Gozzarino, docente y creadora del Museo Edgar Andrew.

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