Cuando tenía 5 años una señora le preguntó:”¿Qué querés ser cuando seas grande?” Ella sonrió y su convicción pudo más que su inocencia:“Actriz”, le gritó. “Entonces siempre vas a ser una niña que juega”, le respondió inmediatamente aquella mujer. “Y no se equivocó en lo más mínimo”, dice Esther Goris sentada en el estudio de su amigo, el artista plástico Juan Cavallero, en plena producción con CARAS. “Siempre supe lo que quería ser. Es raro, pero presentí cada cosa que luego me pasó profesionalmente. Por eso me dediqué de chica a la actuación y después a la escritura de ficción. También tuve suerte porque hasta ahora me gané la vida jugando”, afirma la actriz que también se recibió de Licenciada en Letras y hoy juega a ser “Diana” en “La Leona” —ficción protagonizada por Nancy Dupláa y Pablo Echarri por Telefe—. “Para poder hacer un personaje cuyas conductas no son las mejores, hay que apiadarse de él. Y Diana me da piedad porque no puede controlar su intensidad. Y así asfixia a los que ama, ya sea en su perverso vínculo con su hijo (Peter Lanzani) o esposo (Miguel Angel Solá). Trabajar con semejante elenco es un privilegio. Todo se da naturalmente, como mis escenas con gusanos y mariposas. A la hora de actuar soy intuitiva, no racional. En lo que me parezco a Diana es en su vulnerabilidad. Todos los personajes que interpretamos tienen nuestra semilla, es un mito aquello de que el actor se despoja completamente de sí mismo”, agrega. Y con ese mismo convencimiento, confiesa que le hubiese gustado tener un amor eterno:“Si volviese al pasado seguiría siendo actriz, aunque le dedicaría a la vida el mismo tiempo que le di a la profesión. Esto no significa que reniegue de mi vocación artística que tanto me llena, sino que de alguna manera siento que el trabajo me robó el amor. El arte me completó tanto que pasé por alto algunas cosas que ahora me parecen esenciales. Nunca aprendí a relegarme y ceder en función de una relación o de formar una familia. De eso me arrepiento”. Es que el amor y el sexo, entendido como ese erotismo que hace más bellas a las personas, siempre fueron cruciales en la vida de Goris. Y más allá de cualquier edad. “Tuve un novio de 22 años, cuando tenía 40 y también de 30 a los 50. Pero siempre fui más feliz con parejas mayores por tener más cosas en común. Quizás por el peso que tiene en mí la mirada de los otros, por ese prejuicio social que hay sobre las mujeres que están con hombres menores. Nadie cuestiona al varón que está con una mujer menor. Todavía nos falta avanzar bastante en la igualdad de género. ¡Pero, no hay caso, les gusto más a los hombres jóvenes que grandes (Risas)! Me buscan y encaran más los jóvenes porque son más libres, no están casados. Aparte nunca miré ni me enamoré de personas comprometidas”, afirma.
Reflexiva, Esther habla de la maternidad con la misma sinceridad de esa niña que soñaba con ser actriz:”Me di cuenta que quería tener un hijo cuando me enamoré de un hombre que me lo pidió. Lo intenté a través de tratamientos por haberlo buscado por primera vez después de los 40 años — durante su relación con Alberto Rodríguez Saá (66)—, pero no lo logré. Luego de la separación, quise adoptar y tampoco pude... Los trámites de adopción en la Argentina son engorrosos. En ese momento, ser madre era mi prioridad. Hoy ya no lo es. Sí me hubiese gustado haberme ocupado más del tema cuando lo decidí”. De lo que está convencida es de lo que la sigue enamorando de un hombre: “Lo que me atrae es el amor que provoco en ese otro. Cuanto mejor me refleja, más me enamoro. Me conquista la inteligencia, la belleza física y el poder reírnos juntos. Si bien estoy soltera, soy optimista. Siempre siento que el amor está por venir, que lo mejor que me puede suceder es enamorarme otra vez”. De la misma manera que cree que no hace falta vivir todas las experiencias para actuarlas o escribirlas:“No experimenté la maternidad, sin embargo, puedo sentir al actuar el dolor que padece una madre al ver a su hijo sufrir. Puedo percibir todo lo que quisiese hacer esa mamá para evitarle el sufrimiento, por lo menos durante ese mágico momento en donde uno lo imagina y actúa”. Es que lo que más le gusta en la vida a Esther es observar la interesante diversidad y complejidad humana. Por eso se dedicó a la actuación: para jugar y vivir todas las vidas posibles, incluso aquella maternidad y aquel amor pendientes.