¿Te imaginás un día de tu vida sin celular, sin notificaciones de WhatsApp o sin hacer scroll en Instagram?
Vivimos en una sociedad donde el celular se ha convertido en una extensión de quienes somos: algo indivisible de nuestra identidad. Ante cualquier nimiedad o situación importante, el celular está ahí: documentando, cuestionando, buscando respuestas o sirviéndonos de apoyo frente a la incomodidad, la angustia o la ansiedad. En otras palabras, nos ofrece una inagotable fuente de distracción y compañía.
Mientras las redes sociales y la inteligencia artificial se apropian de un campo cada vez mayor, funciones como la atención, el lenguaje y la memoria comienzan a atrofiarse. Entonces, surge la pregunta inevitable: ¿cómo será el cerebro humano en el año 2050?
En la última década, numerosas investigaciones han demostrado que la capacidad de atención se está reduciendo de forma alarmante. Gloria Mark, doctora en Psicología, docente e investigadora, ha estudiado durante años el impacto del uso de la tecnología sobre la atención. En 2004, el promedio de duración de la atención sostenida en una pantalla —sin revisar el correo ni abrir otro chat— era de dos minutos y medio. En los últimos cinco años, ese tiempo se redujo a apenas 47 segundos.
¿Por qué esta cifra es preocupante? Porque al desviar la atención de un objeto a otro en lapsos tan breves, el sistema nervioso entra en un estado de estrés constante. Es como si una alarma sonara cada 47 segundos: el colapso psicofísico se vuelve inminente. Al aumentar el estado de alerta, los músculos se tensan, la presión arterial sube, los tejidos demandan más glucosa para mantenerse activos y el sistema inmune se prepara para defendernos, aunque no exista ninguna amenaza real.
Sin embargo, no se trata solo de cuánto tiempo podemos sostener la atención, sino también de cuántas cosas intentamos hacer al mismo tiempo. La multitarea —poner el foco en varias actividades simultáneamente— ha demostrado afectar tanto el rendimiento como el bienestar. Cada vez que interrumpimos una tarea y redirigimos la atención hacia otra, volver al punto inicial implica un costo: no solo se requiere mayor esfuerzo, sino que también perdemos información valiosa. Accedemos a muchos datos, pero no logramos retenerlos.
La conclusión es clara: la hiperconexión de este siglo —donde todo parece resolverse con el artefacto que sostenemos en la mano— está atrofiando nuestra capacidad de atención, afectando la concentración, limitando la comprensión de temas complejos y, por añadidura, deteriorando la memoria.
Recordá esto: solo memorizamos aquello a lo que le prestamos atención.
Si este artículo te interpela y querés saber más sobre atención, neuropsicología y psicología del estrés, te invito a seguirme en mis redes sociales: @psi.sofiajuarez.
Hasta la próxima.
Sofía C Juárez | Mat. Nac. N° 68797
Lic. en Psicología. Mag. en PINE

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