La ansiedad suele entenderse como un trastorno exclusivo de los adultos, y se la asocia a causas tales como preocupaciones laborales, económicas, familiares y – hoy en día – a la pandemia que nos atraviesa. Sin embargo, los bebés y los niños también pueden sufrir ansiedad.
Es importante que comprendamos primeramente qué es (y qué no es) la ansiedad para así poder descubrir si estamos experimentándola nosotros o nuestros seres queridos. De esta manera, y como la información es poder, no nos generaremos a nosotros mismos ansiedad ante la incertidumbre de no saber qué nos está sucediendo.
Aaron Beck, el padre de la psicología cognitiva (desde la cual trabajo), describe la ansiedad de forma muy sencilla, como una reacción de miedo. Es un mecanismo fisiológico que nos permite adaptarnos al medio: nos pone en alerta ante potenciales peligros del entorno y nos prepara para una conducta adecuada a la amenaza percibida: evitándola, huyendo o afrontándola.
Existen dos tipos de ansiedad, la diferencia entre ellas está en la percepción de la amenaza por nuestra parte:
. Una ansiedad funcional, que opera como un mecanismo adaptativo y protector, absolutamente necesario para todos (adultos y niños). Llevado a un ejemplo: aparece una gran amenaza (por ejemplo, fuego), percibimos un gran peligro, nuestra reacción de miedo es muy grande y se activa nuestro mecanismo fisiológico de adaptación: huimos del fuego. Para resumirlo matemáticamente de forma super simple: existió una amenaza de 100 puntos, nuestra mente la percibió de 100 puntos y accionamos en base a esa percepción de 100 puntos, en este caso, huyendo. Esta es la ansiedad que todos necesitamos y debemos amar ya que, gracias a ella, estamos vivos. Es decir, no toda la ansiedad es mala!
. Pero también existe un tipo de ansiedad disfuncional y patológica. Seee, acá aparece esa vieja conocida para muchos de nosotros….Surge cuando nuestra respuesta es desproporcionada frente a la amenaza que aparece. Incluso puede ocurrir en ausencia de estímulos externos que la justifiquen y, aun así, se disparan síntomas físicos y psicológicos. Llevado a un ejemplo: estamos muy cansados, mala época laboral, nos sentimos una olla a presión, estamos durmiendo y comiendo mal, hartos de la pandemia, de todo lo que generó y hartos de estar hartos también. Llegamos a casa y uno de nuestros hijos, sin querer, rompe un plato al poner la mesa. Podemos sentir una oleada de ira que hará que le gritemos desaforadamente, o podemos largarnos a llorar desconsoladamente durante una hora, o podemos tener cualquier otra respuesta emocional muy alta y de larga duración. Volviendo a nuestro resumen matemático: no existió amenaza en el plato roto (0 puntos), nuestra mente (que ya venía en alerta máxima) percibió el hecho como una amenaza de 100 puntos (más o menos como si estuvieran amenazándonos con cortarnos la yugular con el plato roto) y accionamos como si estuviéramos ante esa amenaza de 100 puntos.
¿Que cuáles son los síntomas fisiológicos que vivenciamos ante esta ansiedad disfuncional? El listado es amplio, pensá cuál dice “presente” con mayor frecuencia en tu vida: taquicardia, palpitaciones, escalofríos, sudoración, falta de aire, presión elevada, dolor de estómago, acidez, úlcera, náuseas, vómitos, diarrea, estreñimiento, subida de los niveles de colesterol, disfunciones sexuales, cefaleas, contracturas, calambres, temblores, mareos, zumbidos, disfonía y un largo etcétera.
Muy lindo todo, pero ¿qué hacemos entonces?
Ante todo, descubrir si lo que experimentamos es una ansiedad funcional o disfuncional.
Si es funcional, ante todo agradecele a la ansiedad porque te está cuidando, se debería activar solamente cuando aparece un estresor frente a vos. El problemita es que lo tenemos en la puerta de casa desde Marzo 2020…y no tenemos posibilidades de afrontarlo a patadas, huir a un lugar seguro o evitarlo. Hasta en una guerra podemos huir a otro país neutral. En esta pandemia no.
No voy a caer en los lugares comunes que ya conocés, esos que te dicen cómo gestionar tu ansiedad funcional descansando, comiendo sano, relajándote y demás.
Sí te diría que cuando sientas que no podés gestionarla, que nada te está dando resultado por más empeño que le pongas y/o que no sabés si es funcional o patológica, consultes a un profesional de la salud mental: a un buen psicólogo o psiquiatra. Somos los únicos que poseemos una matrícula otorgada por el Ministerio de Salud que nos habilita a ejercer y cuidar tu salud mental.
Cuidate. Y buen camino!
Lic. Diana García Dilba
Psicóloga e Hipnoterapeuta
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