El hambre emocional, es aquella conducta que nos lleva a comer para calmar algunas emociones como ansiedad, tristeza, estrés o incluso aburrimiento.
El estrés, promueve el aumento del cortisol, hormona que - si se mantiene elevada de manera crónica - puede aumentar el apetito y la preferencia por alimentos ricos en azúcares y grasas. Este tipo de alimentos generan la liberación de dopamina, un neurotransmisor asociado al placer, lo que refuerza el ciclo emocional-comida.
A diferencia del hambre física o fisiológica —que aparece de forma progresiva y se satisface con casi cualquier alimento— el hambre emocional es repentina, urgente y muy selectiva: solemos desear “algo dulce” o “algo salado”, muchas veces incluso después de haber comido.
Un estudio publicado en 2013 encontró que personas con altos niveles de ansiedad o depresión eran significativamente más propensas a comer en exceso, incluso sin tener hambre real. Esto se conoce como comer hedónico: buscamos comida no por energía, sino por recompensa.
¿Qué podemos hacer? La clave está en desarrollar conciencia.
- La alimentación consciente consiste en prestar atención plena al acto de comer, sin pantallas ni distracciones, observando nuestras emociones, reconectándonos con las señales de hambre y saciedad.
- Hacer una pausa antes de comer para identificar si tengo hambre o si voy a comer en respuesta a una emoción.
Reconocer el hambre emocional es un primer paso hacia una relación más sana con la comida y con uno mismo.
Agustina Sadie Chamas
Licenciada en Nutrición MP 5844
Cel: 2216827723
Mail: [email protected]
Instagram: nutricion.aguschamas