Con la llegada de la pandemia, llegó también un cambio radical en la vida de Natalia Ruíz, fundadora de Heladería Freed. “Mi cambio provino de lo que fue para todos un antes y después en nuestras vidas, por el miedo a lo desconocido, la incertidumbre con lo que pasaría, la necesidad de estar seguros en nuestros hogares y cuidar de nuestras familias, en fin… Pero en mi caso en particular recuerdo todavía que había pensado en reunir provisiones y quedarme junto a mis hijos en casa hasta que todo pasara, como si se tratara de algo pasajero. Y conforme fueron pasando los días me tranquilicé y me di cuenta de que era algo a lo que debía acostumbrarme. Pero, para entenderme un poco mejor, debería contar un poco de mi historia personal”, asegura Natalia, que nació y creció en Monteros, un pueblito de Tucumán y donde vivió con sus tres hermanos hasta la separación de sus padres, cuando se fueron a vivir a la casa de su abuelo en San Miguel de Tucumán y donde finalizó sus estudios secundarios para, a los 20 años, comenzar con su propia familia. “Tengo seis hijos y fue entonces cuando empezó el negocio de los helados junto a quien hasta hace tres años fue mi pareja”, recuerda.
- ¿Cómo nació Freed?
Todo comenzó con un pequeño local que contaba en ese entonces con dos freezers. El helado se transportaba desde Termas de Rio Hondo, lugar en que mi pareja tenía a su padre y el cual ya se dedicaba al rubro con una pequeña fábrica.
- ¿El éxito fue inmediato?
Sí, vendíamos palitos helados en forma de tirabuzón, que es un molde diferente a las clásicas paletas. Así nos convertimos en la primera heladería aquí, en San Miguel de Tucumán, que los comercializaba. Conforme fueron pasando los años, Freed fue haciéndose conocido y muy pronto comenzamos a fabricar los helados aquí, en la provincia, siempre abocándonos a fabricar un buen producto acompañado de una excelente atención al público. Todo esto fue hace unos dieciocho años, aproximadamente.
- ¿Y por qué hizo referencia a la pandemia como una bisagra en su vida?
Porque fue un antes y un después en mi vida. Me separé, y con esto también se dividió la sociedad de la fábrica. Me vi asustada y mis preguntas eran ‘’¿qué hago ahora?’’; “¿cómo sigo?’’; ‘’¿podré salir adelante sola?’’. Acompañada de un conjunto de emociones que provenían de la tristeza e incertidumbre, toda mi vida y mi familia se transformaría ahora y todo dependería de mí: decisiones, cuidado de mis niños pequeños, el negocio y el rumbo que tomaría. Todo hasta que comprendí que nadie vendría en caballo blanco a solucionar mi vida. Entonces, decidí levantarme, estar bien y demostrarles a mis hijos que tenían una mama fuerte que saldría adelante.
- ¿Cómo fue su transformación?
Me compré un curso de inteligencia emocional y también de ventas, lo que me llevó a conocerme, saber quién era, qué debía sanar, perdonar, en resumen, cambiar ese chip que tenía programado. Y, en cuanto a las ventas, debía empezar a organizar, por primera vez, mi negocio. Hoy siento que voy aprendiendo, que es un proceso y tengo todas las ganas de seguir progresando y en un futuro poder ayudar a otros con lo aprendido.
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