La Gloria: los sándwiches de autor que nacieron en un acto escolar

Todo empezó en un acto escolar. Julián y Mauro se conocieron cuando sus hijos compartían sala en el jardín de infantes. Un ensayo de padres, una casa prestada y un casting improvisado para que Mauro interpretara a San Martín marcaron el comienzo de una amistad que, con el tiempo, se transformaría en La Gloria: una sanguchería y focaccería de autor que hoy es furor en Berazategui y Ranelagh.

Ambos compartían la pasión por la gastronomía y, en sus charlas de sobremesa, detectaron algo claro: en la zona no había un lugar que ofreciera sándwiches de calidad, con ingredientes cuidados y un concepto distinto. Julián ya venía experimentando con focaccias caseras, a partir de un emprendimiento familiar que había nacido en pandemia. Y fue Mauro quien, entre bocado y bocado, tiró la frase que encendió el proyecto: “¿Sabés lo que deben ser tus focaccias como sándwiches?”.

Así nació La Gloria, pero lejos de quedarse en una buena idea, Julián y Mauro pusieron manos a la obra. Todo lo que ofrecen está pensado al detalle: desde la elección de materias primas hasta la puesta en escena del contenido en redes. Trabajan con marcas líderes, seleccionan personalmente las verduras, y más de la mitad del menú lleva recetas propias. Incluso desarrollaron una opción veggie que se volvió referente en la zona, pensada especialmente para amigxs que no se sentían incluidos en la oferta local.

Pero La Gloria no es solo buena comida. “No pensamos en sándwiches, pensamos en un universo”, cuentan. Para ellos, el nombre representa eso que sucede cuando todo está bien: un momento, un recuerdo, una experiencia. Buscan transmitirlo también en lo visual: climas nostálgicos, referencias noventosas, guiños estéticos a videojuegos, películas o música de su infancia. “Queremos que quien nos elija sienta que vive algo distinto, desde que ve una historia hasta que le llega la caja con su pedido”, explican.

El camino no fue fácil. Ambos trabajan en relación de dependencia y son padres, por lo que encontrar tiempo para todo fue uno de los principales desafíos. Pero con organización, ayuda y mucha pasión, lo lograron. “Hicimos una pre-venta y se nos fue hermosamente de las manos”, recuerdan. Con el tiempo, incorporaron dos personas al equipo, lo que les permitió delegar y sostener la calidad que los caracteriza.

Actualmente, La Gloria funciona desde una casa que refaccionaron con ese objetivo. El próximo paso es abrir al público para quienes quieran vivir la experiencia in situ, y a mediano o largo plazo, sueñan con tener su primer local o incluso desarrollar un modelo de franquicia. “Nos cuesta soltar, somos muy obsesivos con el producto, pero es algo que nos gustaría explorar”, admiten.

El equilibrio entre vida personal y emprendimiento es otro de los grandes desafíos. “Lidiar con pre-fermentos y masas es más fácil que con nuestras parejas”, bromean. Pero lo dicen en serio: la pasión por el proyecto convive con malabares diarios entre familia, trabajo y cocina.

Y aunque todavía sienten que están lejos de su techo, saben que la base ya está firme: calidad, concepto y amor por lo que hacen. “Si van a emprender, háganlo en algo que les apasione. Y que estén dispuestos a dejar todo. Porque cuando hacés algo con amor, el resto llega”.

 

 

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