Grace Kelly, reconocida en la historia como un ícono de Hollywood y como la sofisticada princesa de Mónaco, enfrentó en su vida privada una lucha que no todos conocen: la constante desaprobación y desprecio de su propio padre, John B. Kelly.
La estrella, aclamada en la gran pantalla y admirada por millones, nunca pudo obtener el reconocimiento de un padre que cuestionaba sus elecciones y menospreciaba sus logros, incluso en sus momentos de mayor éxito.
Así fue la relación de Grace Kelly con su padre, John
John B. Kelly, empresario millonario y campeón olímpico de remo, fue un hombre de origen humilde que construyó su fortuna desde abajo y esperaba lo mismo de sus hijos. Su visión rígida y exigente de la vida lo llevó a ser un padre autoritario y extremadamente crítico. A lo largo de su vida, nunca ocultó su desprecio hacia la carrera de Grace como actriz. Para él, Hollywood era un lugar de poca reputación, y la actuación, apenas superior a “la de una prostituta”.
Esta actitud hiriente marcó profundamente a Grace, quien, siendo la tercera de cuatro hermanos, siempre se sintió menospreciada. Su padre fomentaba una constante competencia entre sus hijos, y su hermana, Peggy, era su favorita, relegando a la futura esposa de Rainiero a un segundo plano. La presión y las constantes críticas no solo afectaron su autoestima, sino que también la impulsaron a demostrar su valor en el escenario y la pantalla.
La infancia de Grace en Filadelfia fue, en apariencia, privilegiada. Creció en una familia adinerada y prominente, pero vivió bajo un estricto régimen de disciplina, tanto por parte de su madre, Katherine, como de su padre.
En un ambiente de constante competencia y presión, la joven Grace Kelly creció insegura y tímida, sintiéndose eclipsada por sus hermanas. Desde temprana edad, tuvo que lidiar con la falta de apoyo de su padre, quien incluso se burlaba de su sueño de ser actriz.
AM