Durante mi transcurso en la universidad tradicional de medicina, entre los años 1996 y 2003, recibí muy poca información sobre la importancia de la mente y la salud física. Cursé Salud Mental en el primer año de la carrera, todos los lunes por algunas horas, parecía ser superficial y hasta no tan relevante al momento de sentarme a estudiar en comparación con Anatomía e Histología que eran de mayor carga horaria, intensas y agobiantes, ambas lograron mis primeros desvelos y episodios de llanto, que ocasionalmente se hicieron presente a lo largo de toda la carrera. Luego tuve psiquiatría por pocos meses y no recuerdo otra materia en relación.
Todo se trataba de células, tejidos, órganos, funciones, fallas, bichos y fármacos. Poco se hablaba de lo que al paciente le pasaba por la cabeza y mucho menos por el corazón. En alguna situación, recuerdo que me recomendaron mirar a los ojos, escuchar al paciente de corrido los primeros cinco minutos, evaluarlo físicamente, registrar todo en la historia clínica, no tomarle la mano si se angustiaba, no tocarlo para no crear un contacto desubicado y ser concisa y clara al dar las indicaciones. No tenía ni idea de la existencia de la salud emocional, y creo que mis formadores tampoco.
Con el tiempo y tras la decisión personal de estudiar Decodificación Biológica, pude conocer lo que hoy las Neurociencias afirman, que el pensamiento y las emociones son parte clave de la salud y los ciclos de enfermedad. Porque la enfermedad no viene a dañarnos, viene a mostrarnos que hay un tema guardado en la mente que no se pudo resolver. Con esta técnica las personas logran resultados de toma de consciencia, se dan cuenta del conflicto raíz, y por el otro lado se activan respuestas neuronales tras el cambio de pensamiento que ayuda a mejorar o transformar ese estado de “enfermedad” por el de “bienestar”.
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Fotografía: José Italo Ceol