Grandes filósofos debatieron si tenemos un cuerpo o si somos nuestro cuerpo, pero más allá de estos profundos interrogantes, quiero compartir con vos cómo mi cuerpo se convirtió en el motor de mi propio cambio personal.
Si ahora mismo te pidiera que prestaras atención a tu cuerpo, ¿qué notarías? ¿Estás sentada, acostada, caminando? Observá tu postura y reflexioná sobre cómo te sentís. Nuestro cuerpo, más de lo que imaginamos, refleja nuestros estados de ánimo y, por supuesto, influye en la forma en que nos vestimos.
Antes de estudiar Asesoramiento de Imagen, solía decirme que era tímida. Al mirarme al espejo, mi postura lo confirmaba: hombros caídos, mirada baja, como si quisiera esconderme. Esta inseguridad me llevaba a querer cubrirme en lugar de vestirme. La diferencia de altura con otras personas me hacía sentir incómoda y con ganas de desaparecer.
Pero descubrí que podía cambiar mi postura. Frente al espejo, me enfocaba en elevar mis hombros, sacar pecho y levantar el mentón. Al principio fue un proceso lento, pero con constancia, empecé a notar una transformación. Mi cuerpo, poco a poco, se erguía con más confianza y aparecían unas pequeñas sonrisas.
Al mejorar mi postura, pude empezar a elegir prendas que resaltaban mis mejores atributos. Descubrí que los pantalones me quedaban mejor si el largo llegaba al tobillo y que las remeras se veían más favorecedoras por dentro del pantalón. Aprendí sobre proporciones, colores e incluso ilusión óptica. Con cada cambio, mi reflejo en el espejo se volvía más amable y amoroso.
Admirar nuestras posturas y reconocer cómo nos hacen sentir es el primer paso para elegir las mejores prendas.
Al fin y al cabo, tenemos un solo cuerpo, o bien somos ese solo cuerpo… nuestro templo.
Nati Nanni
Asesora de Imagen
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