A más de quince años de su separación definitiva, la historia del matrimonio entre la infanta Elena de Borbón y Jaime de Marichalar sigue revelando detalles de malestar, silencios incómodos y humillaciones que marcaron para siempre a la hija mayor de los reyes eméritos de España.
Lo que en su momento fue presentado como un cuento de hadas entre un aristócrata de renombre y una princesa, con el tiempo se transformó en una relación opresiva, distante y emocionalmente asfixiante.
La relación entre Elena y Marichalar nunca estuvo basada en el amor genuino. De hecho, el día de la boda, la infanta estuvo a punto de cancelar la ceremonia, pero las presiones del entonces rey Juan Carlos I fueron más fuertes que sus dudas. La princesa, marcada por el deber y la tradición, decidió avanzar en una relación que luego fracasaría.
La infanta, entre la sumisión y la humillación cotidiana
Durante años, Elena soportó el carácter dominante y controlador de Jaime, cuya actitud se volvió aún más errática y difícil de manejar tras el ictus que sufrió en 2001. Lejos de convertirse en un punto de inflexión positivo, la enfermedad derivó en episodios más frecuentes de inestabilidad emocional para la infanta.
En nuevas revelaciones, se supo que Jaime limitaba hasta los detalles más personales de la vida de su esposa. Entre ellos, la elección de la ropa interior. Obsesionado con las apariencias y el lujo, Marichalar insistía en que usara encajes y modelos sofisticados, incluso dentro del hogar.
Las diferencias entre ambos eran evidentes: ella, más reservada y hogareña; él, exigiendo una vida glamour, con una necesidad permanente de figurar en la alta sociedad. Mientras Elena prefería los eventos ecuestres y los planes familiares tranquilos, Marichalar vivía para los flashes y las fiestas.
Estas discrepancias también se evidenciaban en la crianza de sus hijos, con posturas casi opuestas que acentuaban el desgaste del vínculo. Finalmente, la ruptura llegó en 2007. La Casa Real evitó en su momento dar detalles, pero con el tiempo, el silencio comenzó a romperse, aunque Elena decidió hacer su vida lejos del foco mediático, dedicada a sus hijos y recuperando de a poco la independencia que tanto necesitaba.
La historia con Jaime de Marichalar no fue un capítulo feliz en la vida de la infanta, pero fue una mujer que aprendió a decir “basta” cuando las presiones de su exmarido se hicieron inaguantable.
VO

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