A simple vista, la vida de un miembro de la realeza parece estar rodeada de privilegios, lujo y comodidad. Sin embargo, en el caso de la infanta Elena de Borbón, hija mayor de los reyes eméritos Juan Carlos I y Sofía de Grecia, esa imagen idílica está lejos de la realidad que atravesó desde su infancia.
Lejos del foco mediático que persigue a su hermano, el rey Felipe VI, y de la exposición más reciente de sus hijos Froilán y Victoria Federica, Elena vivió una historia de silencios, presiones familiares y heridas emocionales que comenzaron a una edad muy temprana.
La infanta comenzó tratamiento psicológico a los ocho años. Fue entonces cuando su entorno detectó los primeros signos de angustia y desconcierto, provocados por un ambiente familiar frío, estructurado por las estrictas reglas de la Casa Real y marcado por la distancia emocional de sus padres. Según allegados al círculo de la realeza, Elena siempre fue la hija más "Borbón" en cuanto a carácter: tradicional, leal y profundamente respetuosa de su linaje, incluso cuando ese mismo entorno le generó un sufrimiento persistente.
La infanta Elena vivió una infancia complicada
En aquellos años, mientras la atención estaba centrada en que naciera un heredero varón para garantizar la línea sucesoria, Elena crecía bajo la sombra de expectativas que no estaban diseñadas para ella. El rey Juan Carlos llegó a contemplar la posibilidad de cambiar la Constitución para que su primogénita heredara el trono. Pero finalmente, cuando nació Felipe, el plan se desechó. Lo que podría haber sido un acto de empoderamiento para Elena, terminó por convertirse en un gesto de desconfianza.
Esta percepción afectó notablemente su autoestima. Fue una estudiante con dificultades, necesitó refuerzos permanentes e incluso clases los fines de semana. El peso de no estar a la altura de lo esperado y de ser constantemente comparada con su hermano terminó de consolidar una inseguridad profunda.
Con el tiempo, y siguiendo los lineamientos del deber, la infanta se casó con un aristócrata, más por mandato que por amor. Aquella relación terminó siendo tan frustrante como predecible: carente de vínculo emocional, sin pasión ni entendimiento, y con la sombra de sus padres como modelo de lo que no debía repetirse, pero que finalmente se repitió.
El distanciamiento entre Juan Carlos y Sofía fue notorio y sostenido. Para Elena, de fuerte convicción religiosa y educada en los valores tradicionales, esa ruptura supuso un golpe profundo e impactó en su visión del amor y de la familia.
Hoy, a sus 61 años, la infanta continúa con su tratamiento psicológico. Fiel a su padre incluso en los momentos más controversiales y en desacuerdo con algunas decisiones de su hermano Felipe VI, Elena optó el bajo perfil, pero manteniendo su compromiso como representante de la Corona española.