El arte siempre ha sido una forma de expresar lo que llevamos dentro. Nos muestra con variantes infinitas quiénes fuimos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Lo que elegimos pintar, cómo lo hacemos, los colores que usamos, las formas que nacen en nuestras manos… todo habla de nuestra historia y de la forma en que vemos el mundo.
En mi caso, el arte no se queda colgado en una pared. Se mueve, rueda, corre, respira libertad. Porque lo que hago con la pintura va más allá del objeto: transformo cada pieza en un reflejo de quien la lleva. Ya sea un casco, una moto, un auto o cualquier superficie que me desafíe, lo que busco es crear algo único, personal, que tenga vida propia. Mi arte se expande, crece, y va encontrando nuevas formas de decir lo que las palabras no alcanzan a contar.
Una parte fundamental de este proceso es el vínculo con cada cliente. Customizar un casco no es solo aplicar pintura. Es sentarme a hablar, escuchar, mirar. Entender quién sos, qué historia llevás puesta, qué querés transmitir cuando te ponés ese casco y salís a la calle. Es un diálogo entre tu identidad y la mía, entre lo que soñás y lo que puedo transformar en imagen. Porque la verdadera personalización no se hace desde un diseño estándar, sino desde la conexión.
Cada pieza que entregó tiene algo de mí y mucho de quien la inspira. Hay cascos que cuentan historias de amor, de lucha, de viajes, de pasiones. Hay autos que gritan rebeldía o nostalgia. Hay motos que llevan símbolos que solo su dueño entiende, pero que yo tuve el privilegio de interpretar. Eso es lo que me mueve: el poder de convertir el objeto en una obra de arte viva.
Muchas veces me preguntan si no me da lástima que mis trabajos están expuestos al viento, al sol, al asfalto, al uso cotidiano. Y siempre respondo lo mismo: el arte no es para ser guardado. El arte está hecho para moverse, para acompañarnos, para ser parte de la vida real. Por eso, cada trazo que pinto lleva la misma entrega que si fuera para un museo, pero con la adrenalina de saber que va a salir a la ruta, a la pista, a la calle.
Pinto lo que se pueda pintar. Y siempre hay algo más que se puede. Porque mientras haya alguien con ganas de contar su historia a través de lo visual, mientras exista la necesidad de diferenciarse, de dejar una marca, yo voy a estar ahí con mis pinceles, mis aerosoles, mis ideas, lista para transformar lo común en extraordinario.
Hoy, mi arte se expande. Ya no se queda solo en los cascos o las motos. Busca nuevas superficies, nuevos desafíos, nuevos territorios. Pero siempre con la misma esencia: conectar desde lo visual, desde lo emocional, desde lo único.
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