Si mi atención se queda pegada en mis interpretaciones, le doy el poder a mis pensamientos de sumergirme en el infierno. Son mis interpretaciones las que le dan entidad al infierno y me permiten vivir en él, sintiendo el efecto de mis pensamientos y creyendo que lo que interpreto habla de lo que percibo. Claro, el que evita, encuentra el testimonio de su interpretación en la escena que está percibiendo. Y de esa manera, se entra en el círculo que se retroalimenta: Pierdo de vista que yo soy el pensador, yo soy el interpretador… me identifico con mis pensamientos e interpretaciones y comienzo a darles entidad al creer que hablan verdaderamente de lo que estoy percibiendo en la escena. Y a la vez, encuentro en la escena el justificativo necesario para sostener la interpretación que hago, depositando la autoridad personal en aquello que aparentemente está fuera. Y así se llega a al pensamiento: estoy así porque estoy viviendo esta escena, siento esto porque esa persona hizo tal cosa. Ese es el círculo que se retroalimenta, el círculo que fabrica el que evita.
Abrirme a lo inevitable me coloca nuevamente en mi propia autoridad. Me permite devolverle a mis interpretaciones el lugar que merecen, sólo un punto de vista, nunca la verdad. Me permite reconocer al que evita, al que interpreta desde su perspectiva personal y experiencias pasadas, al que tiene miedo de sentir, de sentir la vida. Una vez que me abro a lo inevitable puedo ir a ver qué hay debajo de mis interpretaciones, y sólo ahí es posible encontrar la verdadera paz: un lugar al que caigo al ubicar a los pensamientos en el lugar que corresponde.
Abrirme a lo inevitable es ejercitarme en sentir lo que ya está aquí. Es dejar de inventarme paraísos o infiernos, es animarme a sentir la Vida. Abrirme a lo inevitable es ejercitarme en la elegancia del vivir, ¿cómo decido vivir lo inevitable? Puedo poner la atención en la actitud que estoy teniendo para vivir esto que la Vida ahora me regala. Para la Vida no hay regalos buenos o malos, el presente es para ser atendido, amado, incluido, sentido. Esa es la humilde y constante pretensión de lo inevitable.
Libertad-Poder-Amor. Libertad al des.cubrir el punto incondicionado desde donde puedo recibir lo que vivo. Ese punto es el mismo lugar donde encontramos la verdadera paz, un lugar interno que está más allá de las culturas, los sistemas de creencias, las experiencias pasadas y todo el conjunto de interpretaciones humanas. Es un punto de silencio, anterior al movimiento. Un punto donde encuentro descanso de todas las imaginaciones humanas. Un punto desde donde recupero mi Poder. Poder como el ejercicio de elegir la actitud con la que vivo lo inevitable. Como dice Fito Paez: “es solo una cuestión de actitud”. Yo soy el responsable de mi propia actitud, nunca está realmente determinada por la escena o circunstancia que vivo. Yo tengo el poder de elegir cómo vivir este instante. Mi actitud es mi responsabilidad y mi poder. Se abre la posibilidad de amarlo todo. Amor como la capacidad de atender e incluirlo todo. Todo es amable. Es más, yo soy ese amor. Religarme con la vida, despertar de la ilusión de separación, sentir la unión me conecta con el flujo inacabable que penetra todo lo que existe, incluyéndome, uniéndolo todo. El Amor es inevitable.
Pablo Dameli
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