Creo que uno de los trajes que más le gusta usar a la baja autoestima es el de mostrarnos perfectos. Es la prenda que nos lleva a ocultar los errores, esconder los fracasos, fingir que tenemos un absoluto control emocional, autoimponernos metas fuera de nuestro alcance, criticarnos en exceso, desaprobar nuestro valor y minimizar nuestros logros.
La perfección se deja ver cuando buscamos soluciones perfectas, respuestas perfectas, decisiones perfectas o cuando nos convencemos de que “es mejor no hacer algo si no lo vamos a hacer de manera perfecta” y, en nombre de la perfección, evitamos hacer para quedarnos en la cómoda incomodidad.
Pero lo que nos hace auténticos y nos diferencia como seres humanos únicos es justamente la imperfección, entonces ¿por qué rechazamos o negamos nuestra naturaleza imperfecta si ser imperfectos es ser nosotros mismos?.
Vivimos en un mundo altamente competitivo en donde se valora al que se destaca, al más exitoso, al mejor, al que tiene el mejor puesto, el mejor promedio, al más feliz, al que tiene el mejor auto o la mejor casa y, cuando no conseguimos sobresalir en algún ámbito, nos invade un sentimiento de fracaso, de que no tenemos valía y esto nos genera una enorme frustración.
Podemos pasarnos toda la vida buscando “la ilusoria perfección”. Pero el perfeccionismo es una trampa porque no existe, nos impide aceptarnos tal cual somos, se centra en lo que tenemos y no en quienes somos, nos hace creer que podemos controlar lo incontrolable, nos hace ocultar nuestra esencia y coloca nuestra mirada en el otro.
En cambio, nuestro auténtico valor es aquel que nos da el coraje para aceptar que somos imperfectos. Ser compasivos y amables con nosotros mismos es una virtud que necesitamos aprender y reforzar todos los días porque somos imperfectos, nos sentimos vulnerables, tenemos miedo, nos invade el dolor, nos enojamos, envidiamos, sentimos celos y no siempre encontramos las soluciones a nuestras dificultades. Pero justamente acá es donde reside nuestra verdadera belleza, porque es nuestra imperfección la que nos hace más humanos.
Si no nos mostramos como somos, nos estamos escondiendo a nosotros mismos y los otros tendrán una idea equivocada de quienes somos de verdad. No podrán apreciar nuestras verdaderas virtudes ni lo que tenemos para dar.
Si fuéramos perfectos no tendríamos motivación ni aspiración a algo más y tampoco tendríamos un propósito para estar en este mundo ya que, en mi opinión, entre otras cosas vinimos también a mejorar como personas.
Cuando tomamos la decisión de despertarnos de la ilusión y nos conectamos con quienes somos y con lo que tenemos para dar, descubrimos que:
- Cada uno de nosotros es un ser único y mostrarnos auténticos es nuestra mayor fortaleza.
- Todos tenemos un potencial y lo podemos desarrollar cuando sacamos lo mejor de nosotros.
- Todos fuimos creados con talentos y fortalezas únicas y tenemos la posibilidad de compartirlas para mejorar nuestro entorno.
Por eso, no hay nada más valiente que ser quienes somos
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