Victoria de Suecia y Daniel Westling protagonizaron una de las bodas reales más recordadas de Europa en las últimas décadas. Fue el 19 de junio de 2010 cuando la heredera al trono y su prometido se dieron el “sí” en la catedral de San Nicolás, en Estocolmo, ante la mirada atenta de más de mil invitados y millones de personas que siguieron la ceremonia desde sus hogares.
La historia de amor entre la princesa y su exentrenador personal ya había capturado la atención de los medios, pero fue durante ese día, bajo una atmósfera solemne y emotiva, que se transformó en un cuento de hadas moderno. Ella llegó radiante, con un vestido de seda color perla diseñado por Pär Engsheden, una cola de cinco metros y la histórica tiara de camafeos, que supo usar su madre, la reina Silvia, el día de su boda.
La espectacular boda de Victoria de Suecia y Daniel Westling
Uno de los momentos más comentados fue el ingreso de la novia al altar. Victoria caminó primero junto a su padre, el rey Carlos Gustavo, y luego avanzó sola hacia Daniel. Un gesto simbólico que representó el respeto por la tradición y una declaración de independencia, en sintonía con su futuro rol como reina.
La ceremonia, de estilo luterano, estuvo cargada de detalles conmovedores, entre ellos, la música en vivo a cargo de la Real Filarmónica y composiciones originales escritas especialmente para la ocasión. Daniel, visiblemente emocionado, fue proclamado príncipe de Suecia y duque de Västergötland, antes de fundirse en un largo beso con Victoria que conmovió a todos los presentes.
Finalizado el acto religioso, la pareja recorrió las calles de Estocolmo en una carroza descubierta, saludando a una multitud que celebraba con banderas, flores y aplausos. Luego, subieron a una barcaza tradicional para continuar el paseo por las aguas de la ciudad, en un despliegue que combinó majestuosidad y cercanía.
La lujosa celebración del amor de Victoria de Suecia y Daniel Westling culminó con un banquete real y una fiesta que se extendió hasta la madrugada, coronando un evento que no solo unió a una pareja, sino que renovó el vínculo entre la monarquía sueca y su pueblo. Una boda inolvidable, que había sido muy esperada por la población sueca.
F.A

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