La ansiedad viene rondando la vida de las personas desde hace muchísimos años, pero está teniendo mucha visibilidad y un foco importante recientemente. Por lo general, la palabra ansiedad tiene una connotación negativa, pero ¿qué tan así es esto?
La ansiedad, así como cualquier otra emoción, existe porque es necesaria. Es decir, no es algo que podamos sacarnos de encima. Hay dos problemas principales en torno a la ansiedad: 1) cuando es disparada por situaciones que en realidad no representan un gran conflicto, es decir, cuando catastrofizamos lo que nos sucede y 2) el no tener las herramientas emocionales para gestionarla.
Cuando sufrimos de ansiedad crónica, tendemos a anticiparnos mucho a las cosas y buscamos tener el control, no pudiendo tolerar la incertidumbre. Acá radica otro desafío a trabajar; la idea de que podemos controlar todo lo que va a sucedernos tan solo mediante el acto de la preocupación. Para traducirlo de otra forma, cuando estamos “maquinando” sobre un tema, probablemente estamos atacando lo que nos pasa de una forma ineficiente.
Tuve un paciente, le llamaremos Pablo, al que se le rompió el auto justo antes de irse a pasar el fin de semana afuera. Se puso a pensar y repensar qué había tocado, qué podría haber hecho diferente, cómo hacer para que esto no le pase más, etc. Una de las cosas que trabajamos con él fue justamente cómo así generaba una sensación de control a corto plazo. Buscar respuestas a cosas que no entendemos nos brinda un pseudo alivio momentáneo. Pero lo que está haciendo Pablo es preocuparse sin modificar su situación.
Podríamos decir que el ser humano, en términos generales, busca evitar el peligro y estar a salvo, no siempre importa cómo. La ansiedad también nos lleva a evitar situaciones que nos alarman, o a buscar seguridad en ciertas rutinas, como ser re-chequear muchas veces lo mismo, buscar confirmación de otras personas, repetir un ritual, entre otros. El problema con esto es que solo brinda soluciones a corto plazo, pero a la larga terminamos confirmando nuestros mayores miedos y no desarrollando las mejores estrategias para enfrentarlos. Es como si le dijéramos a nuestro cerebro “uy sí, hacés bien en preocuparte”.
En mi próxima nota voy a hablar un poco más acerca de cómo gestionar mejor la ansiedad. Los dejo con esta reflexión final, que es algo que les pregunto mucho a mis pacientes “¿para qué estás pensando en esto?; ¿cuál es el objetivo que buscás?”. Muchas veces la respuesta es “para no sentirme tan mal”. La ansiedad no es algo de lo que debamos escapar, es algo que tenemos que escuchar. Lo que resistimos, permanece.
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