Fue otro de los secretos mejor guardados por Sandro, después de su Mansión de Banfield y de sus grandes amores. Nada más y nada menos que un Castillo Medieval, dibujado y proyectado por él mismo, y construido con su impronta en pleno barrio de Boedo. Roberto Sánchez, el artista que se transformó en un verdadero mito, en su vida privada tenía gustos y pasatiempos tan exóticos como refinados. En 1980 compró una antigua casa, la hizo demoler y en 1985 presentó los planos para la aprobación. Construyó una casona de 1000 m2 cubiertos, de dos plantas, ubicada en la calle Pavón 3939. “Este lugar era una típica ‘casa chorizo’, estaba muy deteriorada. Robert pasó por acá, dicen que iba para Canal 11 (funcionaba a varias cuadras). Era una noche de luna llena por lo que la casa que estaba en venta se veía toda iluminada. Robert era fanático de la heráldica y lo concibió como un castillo. Adentro también lo decoró con espadas, mesas largas de madera de estilo medieval, bancos artesanales. En el ‘85 hizo un dibujo con solo un piso, y en el‘87 lo dibujó con dos pisos, como finalmente quedó construido. Lo pensó en etapas. Y lo construyó con la intención de hacer el estudio de grabación más grande de Latinoamérica. La realidad es que nunca se le dio ese fin, se lo terminó usando como oficinas. Y es el lugar donde empezó a trabajar mi mamá, Olga Garaventa, en tareas de limpieza y atendiendo el teléfono. ¡Fue aquí donde comenzó su romance con Roberto Sánchez!”, afirma Pablo Ferraudi (37), el hijo de Olga, que consideraba a Roberto como su segundo padre, ya que su papá biológico se llamaba Orlando.
Finalmente, Ferraudi cumplió con un sueño en el que se embarcó hace mucho tiempo: convertir el Castillo de Sandro en un bar temático sobre la figura del ídolo, y en un Centro Cultural que incluye cata de vinos y tapeo.“Mamá nació en la maternidad Sardá (en Parque Patricios), la misma donde nació Roberto. Otra causalidad es que el castillo queda a la vuelta de la casa donde vivíamos y donde actualmente sigo viviendo yo con mi familia”, comenta Pablo, que luego se enteró que su mamá estaba enamorada de Sandro, y el propio cantante lo terminó contratando como chofer y asistente, y con el tiempo hasta le “pidió la mano” de su mamá y la bendición para casarse con ella. “Cuando me fui a trabajar con él, yo tendría 24 años y Robert, 65, más o menos”, agrega. La última vez que Sandro ingresó al Castillo fue en 2003, para el lanzamiento de su disco “El Hombre de la Rosa”.
La simbología que tiene cada rincón del Castillo alimenta las versiones de que “El Gitano” integraba una Logia. “Cuando usaba los sacos sport, en la solapa o en el bolsillo tenía escudos. No me acuerdo si eran de la Orden del Temple, o algo por el estilo. No era extraño que él se sintiera atraído por la heráldica, por los castillos medievales y que le interesara la Orden de los Caballeros Templarios. Si él perteneció a esa Logia o no, a mí nunca me lo comentó. Pero hay un montón de signos—asegura Pablo Ferraudi, antes de seguir contando detalles de esta edificación tan especial—. Por la enfermedad pulmonar que padecía, le era difícil subir por escalera a lo que era su oficina (estaba en el segundo piso, ya que en el primero estaba la de su representante, Aldo Aresi). Entonces se hizo construir un elevador, al que uno entra desde el garaje. Es una especie de montacarga, como ‘un cajón’ donde yo por ejemplo no entro. Roberto era más chico y entraba. Adentro no hay botonera, uno se mete y lo tienen que llamar desde el segundo piso. No tiene ninguna protección ni resguardo, es medio peligroso. Ahora no se usa más. Mi mamá lo conoció saliendo del garaje donde está ese ascensor, cuando se iba con su camioneta a un show en Rosario”, explica.
El Castillo de Sandro, recientemente declarado Sitio de Interés Cultural por la Legislatura porteña, se transformó en un centro de reunión para Las Nenas (Fans de Sandro que en cada fecha de cumpleaños del ídolo se juntan en la puerta de la Mansión de Banfield). En el lugar están exhibidos objetos antológicos que pertenecieron al cantante. “Por ejemplo, la bata gris, esa que usaba Robert en la intimidad; no las coloradas que usaba en los shows. También un violín con el que encarnaba a El Loco del Violín’ en sus espectáculos; una copa de Martini (todos los días a las 19:40, tenía el ritual de tomarse uno acompañado por una aceituna); además un cáliz de cobre y una bandera argentina que ponía siempre al lado del piano en sus conciertos. También un laúd medio gitano, de seis cuerdas, que usó en la película ‘Embrujo de Amor’—dice Pablo, que se asoció con Luis Ortiz para llevar a cabo este emprendimiento para que el público pueda conocer por dentro (de lunes a viernes, de 10:00 a 22:00 horas) este majestuoso lugar, imaginado y habitado por Sandro, y que aún hoy conserva su espíritu—. Robert estaría muy feliz si viera cómo está este lugar y en qué se convirtió. El era un artista y acá se trabaja con arte. El Grupo Artístico de Boedo, que son artistas callejeros, pintó imágenes de Sandro de diferentes épocas en las paredes; hay tres pianos, se dan clases de Comedia Musical, Teatro, Fotografía, Música, Canto. Y se ofrece Degustación de Vinos… En el ingreso al Castillo se aprecia una enorme rosa iluminada que fue la misma que usó el cantante en sus conciertos del Gran Rex y que, posteriormente, solo fue sacada del Castillo para la grabación de una escena de la serie ‘Sandro de América’, que emitió Telefe”, agrega.
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