Esa tarde de mentoría, Rose me dijo casi en susurro: “Estuve secuestrada por los militares. Nunca lo conté, sino hasta hace muy poco”. Ese fue el comienzo de un camino repleto de luz y sanación, pudimos destrabar los mecanismos que operan el miedo y el silencio y darle voz al dolor, una herida desde donde nació finalmente un libro, y con él, una nueva forma de habitar su historia.
Ahí radica el verdadero poder de la escritura como acto vital. Escribir le da voz a lo que fue callado, saca el dolor del cuerpo y lo pone sobre la página. Y cuando eso sucede, algo cambia.
La escritura ordena lo que adentro estaba disperso, esto porque el cerebro necesita estructura para procesar una experiencia, y cuando escribimos le damos un mapa. Es un acto que saca a la luz el caos, a la vez que descomprime; la emoción baja su intensidad, la mente gana distancia y lo que estaba atrapado en el cuerpo encuentra salida en el lenguaje. A partir de allí los dolores se suavizan, las ideas fluyen con más claridad y el caos se ordena, porque lo que no se escribe, lo que las palabras no pueden decir, se repite.
Escribir duele al principio. Se mueve lo que estaba quieto, protegido, anestesiado. Pero ese movimiento es la puerta de salida. Cuando una persona se anima a escribir lo no dicho, se reencuentra con partes de sí misma que había dejado fuera. Recupera su voz, su mirada, su coherencia interna. Deja de ser víctima de su historia y ocupa su lugar de protagonista, a la vez que nace una nueva identidad más conectada, más luminosa.
Para eso siempre recomiendo un acto simple y poderoso: escribir diez minutos cada mañana, sin filtros ni correcciones, a mano, lo que salga. Esa escritura permite escuchar lo que el inconsciente dice hace tiempo, aparecen patrones, emociones, límites necesarios, comienza la madurez emocional.
La escritura no borra la herida, la limpia, la vuelve comprensible, le da sentido, la transforma en creación.
Quien escribe deja de vivir en piloto automático y empieza a contarse otra historia; una más honesta, más propia, más viva.
La pregunta no es si te animás a escribir, sino ¿qué vida estás dispuesta a contarte a partir de ahora?
Laura Costa
@laurita.costa.ok
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