La infidelidad en la pareja: entre el dolor y las preguntas
La infidelidad desordena, duele y plantea preguntas que nadie quiere enfrentarse a responder. ¿Es apenas una traición o el estallido de algo que venía silenciado? ¿Se limita a lo sexual o también hiere desde la intimidad emocional, las omisiones y los pactos rotos? En esta entrega, la Lic. Ana Faingerch invita a mirar el fenómeno con honestidad clínica y humanidad, para entender lo que el hecho revela del vínculo y de las historias que lo sostienen.
“Para algunos, un mensaje en el celular o una mirada cómplice puede doler tanto como una aventura física; para otros, la verdadera herida está en la intimidad emocional”, observa la Lic. Faingerch.
¿Por qué decir que la traición es “la punta del iceberg”?
Cuando se habla de infidelidad, lo primero que suele aparecer es la palabra traición. Y, sin embargo, reducirla solo a eso es mirar apenas la punta del iceberg. Una infidelidad nunca ocurre en el vacío: habla de vínculos, de silencios, de deseos no dichos y también de las propias historias que cada uno trae consigo.
¿La infidelidad es siempre sexual? ¿Qué es lo que más hiere?
Aunque la mayoría la asocia con lo sexual, lo cierto es que cada pareja vive la infidelidad de manera diferente, y lo que para unos puede ser un desliz casi invisible, para otros se siente como un terremoto que sacude la confianza y el corazón. Para algunos, un mensaje en el celular o una mirada cómplice puede doler tanto como una aventura física; para otros, la verdadera herida está en la intimidad emocional: secretos compartidos, confidencias profundas, momentos significativos que se viven con alguien más. Hay quienes sienten que la traición no está ni en lo físico ni en lo emocional, sino en la mentira silenciosa que corroe la confianza y transforma la cercanía en desconfianza. La infidelidad también puede ser más sutil: cuando uno de los miembros vuelca toda su energía en el trabajo, en un hobby, o en su familia de origen, dejando al otro en un lugar secundario. Son infidelidades sin amantes visibles, silenciosas, que desgarran lentamente, recordando que el vínculo no se construye solo con presencia física, sino con atención, cuidado y cercanía.
¿Qué “mensaje” suele haber detrás de una infidelidad?
Lo cierto es que detrás de cada infidelidad hay un mensaje, aunque muchas veces disfrazado. Puede ser la necesidad de llenar un vacío, de recuperar una pasión perdida, de buscar en otro lado lo que no se encuentra en casa o incluso un modo inconsciente de escapar de uno mismo. A veces se trata de carencia, otras de exceso: exceso de deseo, de ansiedad, de necesidad de ser mirado. Y en ese terreno se vuelve evidente que no siempre la infidelidad ocurre “contra” alguien; muchas veces ocurre “desde” alguien que no logra acomodarse con su propia historia.
¿Qué suele pasarle a quien descubre la infidelidad?
El impacto suele ser devastador. Se sacuden los cimientos de la confianza y también la autoestima. La pregunta inmediata es “¿qué me falta a mí?”, como si la acción del otro fuera un espejo directo de un defecto propio. Esa es una de las heridas más difíciles: sentir que no fuimos suficientes. Sin embargo, es importante recordar que nadie puede serlo todo para el otro, y que muchas veces la infidelidad tiene más que ver con lo no resuelto en quien engaña que con lo que el engañado hizo o dejó de hacer.
¿Puede una infidelidad poner en palabras lo que estaba silenciado?
En otras ocasiones, la infidelidad pone sobre la mesa lo que llevaba tiempo silenciado: la rutina que apagó el deseo, la dificultad de hablar de lo que duele, la falta de ternura, la ausencia de escucha. Puede ser un llamado de atención doloroso, un golpe que revela que el vínculo se había quedado detenido en piloto automático.
¿Siempre marca el final de la pareja?
No necesariamente. Para algunos vínculos, sí es una herida mortal. Para otros, puede convertirse en un punto de inflexión. Hay parejas que, tras atravesarla, logran hablar con mayor honestidad, redefinen sus pactos y vuelven a elegir si desean seguir juntos o no. No se trata de romantizar el dolor, sino de reconocer que, en algunos casos, la crisis puede abrir la posibilidad de un vínculo más auténtico.
Si es síntoma, ¿qué preguntas ayudan a comprenderla?
La infidelidad no debería pensarse solo como un hecho a juzgar, sino como un síntoma a comprender. Y comprender significa animarse a preguntar: ¿qué lugar tenía yo en esta relación?, ¿qué intentaba expresar el otro en lo que buscó afuera?, ¿qué necesidades habían quedado sin voz entre nosotros?, ¿deseamos todavía compartir el camino o nos sostenemos solo por miedo?
¿Por qué insistís en que “no hay culpables absolutos”?
Más allá de las respuestas, lo esencial es entender que la infidelidad siempre habla del vínculo, no de culpables individuales. Una pareja se construye entre dos, y en ese entramado cada uno pone sus deseos, sus heridas y su manera de amar. A veces esas piezas encajan, otras se desacomodan, y allí aparecen tanto los encuentros como las fracturas.
¿En qué sentido la infidelidad “muestra lo oculto”?
La infidelidad, en definitiva, es una grieta que muestra lo que estaba oculto. Puede ser el principio del fin o el comienzo de algo distinto. Lo importante es no quedarse solo en la herida, sino animarse a leer lo que revela. Porque no hay culpables absolutos: hay responsabilidades, historias que se cruzan y silencios que hacen ruido. Y, sobre todo, hay seres humanos intentando amar con las herramientas que tienen. Al final, recuerda una verdad incómoda: amar no significa poseer ni garantizar exclusividad absoluta. Amar es elegir, una y otra vez, compartir el camino. Y cuando esa elección se interrumpe, la herida puede transformarse en separación, resentimiento… o en una oportunidad de construir una relación más consciente.
Cuando la herida se vuelve oportunidad
La infidelidad es un evento y, a la vez, un lenguaje. Rompe la confianza, pero también nombra lo que la pareja no pudo decir. Para salir del binomio castigo–absolución conviene un triple movimiento: verdad sin atajos, responsabilidad personal (cada quien por su parte) y redefinición de pactos con tiempos realistas. La reparación —cuando es posible— no depende de promesas grandilocuentes, sino de conductas consistentes: transparencia diaria, límites claros con terceros, ternura que habilite la vulnerabilidad y conversaciones difíciles sostenidas en el tiempo.
No todas las parejas continúan, y eso también puede ser un acto de cuidado. Pero si deciden seguir, el objetivo no es “volver a lo de antes”, sino construir algo nuevo donde el deseo, la lealtad y la palabra vuelvan a encontrarse. La confianza no se olvida: se reconstruye. A veces, ese trabajo inaugura la versión más honesta del vínculo.
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