El paso del tiempo no santifica a nadie. El correr de los años no vuelve más buena a una persona. Una persona no se hace más buena porque es más vieja. Por el contrario, el paso del tiempo tiende a reafirmar los rasgos de la personalidad. Las personas tienden a anclarse en ciertos patrones de comportamiento que sostienen a lo largo de la vida. Por supuesto, todos tenemos la capacidad de mejorar y cambiar hábitos. Pero no todos desean hacerlo.
En general, la primera mitad de la vida es un momento de siembra, de trabajo, de creación. Es un momento de fertilidad donde la vida está más enfocada hacia el mundo exterior que hacia el interior. En términos generales, las personas no se detienen a reflexionar cuando las cosas andan bien o cuando están persiguiendo un objetivo que quieren alcanzar. Su energía y enfoque está en formar una familia, fortalecer las relaciones de pareja o amistad, crecer laboralmente y disfrutar de los placeres de la vida.
La segunda mitad de la vida es totalmente diferente. Luego de muchas vivencias y algunos cuántos tropiezos, es esperable que la vida invite a las personas a reflexionar. Esto puede darse mediante factores externos, como una enfermedad, la pérdida de un ser querido o un cambio abrupto no elegido por la persona, o factores internos, como cuestionamientos que puede tener la persona respecto del origen y el sentido de la vida, o la inminente cercanía de la muerte. Así y todo, y aún en la vejez, la reflexión es un acto de consciencia y una decisión.
Las personas se vuelven más benevolentes cuando toman conciencia de sus errores y realizan cambios para mejorar, cuando trabajan en sí mismas y elevan su nivel de conciencia, cuando asumen la responsabilidad de sus actos y piden perdón a aquellos que lastimaron. Estas actitudes son señales de que la persona evolucionó con el paso de los años y pudo asumir sus errores y también sus aciertos. Se tomó el trabajo de ir hacia dentro y reflexionar acerca de su vida y sus vínculos.
La vida es sabia y existe una devolución de todo lo que hacemos. Nada ni nadie escapa a la ley espiritual comúnmente conocida como ley de causa y efecto. Las personas que tienen creencias espirituales y que creen en algo más allá de este plano físico, creen y confían en que si una persona durante su vida ha sembrado maldad, en la vejez recibirá la cosecha de su propia siembra. Y al mismo tiempo, si se ha ayudado a las personas y se ha sembrado amor, en la vejez estaremos acompañados y recibiremos ese amor que dimos durante toda nuestra vida.
Ser viejo no significa ser bueno. Desmitifiquemos esta creencia. El paso del tiempo no santifica a nadie.
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