Marcelo Longobardi, una de las voces más destacadas del periodismo argentino, se sentó en el living de +Caras y compartió con Héctor Maugeri una charla íntima y reveladora. Lejos del personaje público, el periodista abrió las puertas de su historia personal con honestidad brutal. Desde sus inicios en una familia de clase trabajadora hasta los conflictos con el sistema escolar que lo marcaron de por vida, reveló que no terminó el colegio secundario, y que esa herida tardó años en procesarla.
Como si tuviera kilos de reflexión interna, lanzó con claridad: “Yo soy hijo del método, no de la inteligencia”. Y agregó: “No terminé el colegio. Todo el mundo lo sabe. Me costó muchos años de terapia contar eso, incluso a mis hijos. Mi psicóloga me hizo creer que, en lugar de ser un desmérito, era un atributo: no haber terminado el colegio y haber llegado a alguna parte”.

El tiempo parece darle la razón a una prima de él, Martita. Estudiante de psicopedagogía, le hizo un test de coeficiente intelectual a Marcelo, quien era solo un chico. El resultado fue muy alto. “Una cifra superior al promedio familiar”, dice con humor. Sin embargo, su mamá no creyó en nada y dijo: “¡Qué va a tener!”, y le arrojó el resultado al piso.
Por su sólida carrera periodística fue ganador de todo tipo de distinciones como el premio Martín Fierro, Konex, como también nominado a los Emmy Awards pero, lejos de considerarse brillante, Longobardi no se considera inteligente. “Al contrario, creo que soy un desastre. He hecho un enorme esfuerzo para llegar a donde estoy. Lo que ocurrió con mi carrera fue el resultado de un esfuerzo metodológico, disciplinado, rutinario, muy fuerte. Eso me cansó mucho”, asegura.
Marcelo Longobardi y sus días infernales en el colegio
Su camino no fue ni recto ni fácil. Además de ser criado en una familia que apenas conocía el concepto de vacaciones (recién pisó Mar del Plata a los 14 años), la escuela, lejos de ser un refugio, también se convirtió en un espacio hostil. “Sufrí mucho bullying. Fui a un colegio de curas salesianos, era un lugar jodido, diabólico, complejo”, revela, y explica que “había una dramática preferencia por los que jugaban bien al fútbol. Si lo hacías, eras Gardel; si no, un idiota. Y yo estaba entre los otros”.

“Sufrí mucho bullying por diversas razones, porque tenía orejas muy grandes, tonterías. Lo revisé y me resultó interesante entender mi vida”, dice. Frente a esto, la rebeldía fue su vía de escape y un día explotó: “Me volví imposible para los curas. Fue de un día para el otro. Al punto tal que a mi hermano no lo dejaron entrar al colegio por mis antecedentes”.
De esta forma, su expulsión solo fue una consecuencia lógica. “A los quince años me echaron. Visto hoy, mis actos de indisciplina eran menores. Pero un día me descubrieron falsificando la firma de mi papá en un parte donde me llamaban ‘el mismísimo Satanás’”, recordó entre risas.

“Yo venía dándole tantos disgustos a mi padre, que estaba desempleado, que se me ocurrió de manera piadosa falsificar su firma. Quise hacerlo tan bien que la sobreescribí y me pasé de tinta. El cura se dio cuenta, me agarró de la oreja y me depositó a una cuadra del colegio”, relata con humor.
Con la dignidad herida pero la convicción intacta, regresó a su casa. “Le dije a mi papá que me habían echado. Para evitar una catástrofe, le dije: ‘No te preocupes, hoy me voy a trabajar’. Agarré el diario, busqué un empleo y al día siguiente tuve suerte: conseguí trabajo como cadete en una empresa”.
Durante la entrevista con Héctor Maugeri, Marcelo Longobardi dejó claro que su camino, no exento de tropiezos, lo construyó a fuerza de disciplina, constancia y sobre todo, método. Esa primera experiencia laboral sería el punto de partida de un carrera profesional que, sin títulos ni diplomas, lo llevaría a lo más alto del periodismo argentino.

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