Daniel Radcliffe, de 27 años, cobró fama mundial por interpretar en la pantalla grande al entrañable mago Harry Potter. Pero más allá de su trabajo cinematográfico, también se habla de una condición psicomotriz que presenta desde pequeño, la dispraxia, caracterizada por la desorganización en el movimiento que comienza a manifestarse en la niñez y que puede afectar distintas áreas, como el lenguaje, el desarrollo emocional y las habilidades motoras.
La dispraxia del desarrollo, cuyo nombre científico es trastorno del desarrollo de coordinación motora (TDCM), vulgarmente se conoce como el “síndrome del niño torpe”. Pero se puede presentar tanto como síndrome o como síntoma. En el primer caso no se encuentran trastornos neurobioquímicos, anatómicos, ni sensoriales ni hay otro signo de anormalidad neurológica. Y si bien no los niños que lo sufren no tienen problemas intelectuales, si presentan grandes dificultades para adquirir habilidades motrices muy necesarias para la vida cotidiana.
En cambio, como síntoma, el trastorno motriz puede ser un signo de patologías específicas como hipotiroidismo o hipoacusia congénita, trastornos del espectro autista, o bien dislexia, entre otras.
“La prevalencia de los trastornos de la coordinación motora es en promedio del 7 % de chicos en edad escolar y es más frecuente en varones que mujeres”, indicó el neurólogo infantil Hector Alberto Waisburg, quien también es consultor del Hospital de Pediatría J. P. Garrahan. Agregó que el “el diagnóstico se hace entre los 6 y 12 años y raramente antes de los 5”.
El neurólogo detalló que la disfunción motriz puede tener varios tipos de manifestaciones, entre ellas la debilidad (dificultad para generar adecuada fuerza contra la resistencia); ataxia (problemas para coordinar los movimientos corporales, y mantener la estabilidad y apraxia (dificultad para realizar destrezas motrices).
Entre las habilidades para las cuales este trastorno puede causar dificultad están el abotonarse y desabotonarse la ropa, pedalear bicicletas, colorear dentro de las líneas, atarse los cordones, usar cuchillo para comer y saltar rítmicamente, entre otras.
“Estas dificultades no mejoran espontáneamente con el tiempo, sino que persisten hasta la adolescencia y adultez. Cabe aclarar que los pacientes se benefician con una intervención terapéutica temprana porque durante los primeros años de vida el cerebro tiene ‘plasticidad’, momento en que se facilitan los mecanismos compensadores. Librada a su evolución, la sintomatología tiende a cronificarse”, explicó Waisburg.
Los pacientes con dispraxia no conforman un grupo homogéneo, sino que hay distintos grados de severidad. Y puede presentarse con comorbilidades como trastornos del aprendizaje, trastornos atencionales e “inmadurez emocional”. Al respecto, el médico aclaró que “los niños más severamente comprometidos están en riesgo de desarrollar problemas conductuales”.
Se puede sospechar de dispraxia en niños cuando las actividades de la vida diaria, que requieren coordinación motora, están muy por debajo de lo esperado para edad cronológica y nivel de inteligencia. Además, se deben descartar otros problemas como anormalidades de la visión, y audición, sin la presencia de otro trastorno neurológico primario, concluyó el experto.