Cuando el último apagón de “El principio de Arquímedes” anuncia el final, una leve sensación de impotencia, crueldad e incertidumbre se percibe en cada uno de los espectadores. Es que la obra finaliza proponiendo un desenlace personal y privado. La respuesta no esta en el guión sino en el espectador, quien deberá tomar partido y oficiar de jurado. La propuesta es provocadora y evoca los prejuicios, miedos y sospechas a través de un gesto, aparentemente inofensivo. También expresa la miseria humana. La cobardía y el temor a ser señalado por una sociedad que sólo escupe y califica. El texto del español Josep Maria Miró es dinámico e inteligente. Sobre una puesta ingeniosa, donde juega con el tiempo y la mirada de quien dice lo que tiene que decir, el diseño escenográfico acompaña de manera original, invitando al espectador a verlo todo como si fueran espejos. Su protagonista, Esteban Meloni, vuelve a demostrar que sobre el escenario lo puede todo y más: es creíble, transmite sentidos y todo lo realiza con las emociones expuestas. Su desnudo -tan comentado en estas últimas semanas- está integrado a una escena que lo exige y lo justifica. Beatriz Spelzini muestra un gran nivel de profesionalismo y Martín Slipak está a la altura de la reflexión que propone la obra. También acompaña Nelson Rueda, en un papel menor pero no menos comprometido. La directora, Corina Fiorillo, interpretó a la perfección el texto elevando la propuesta artística. “Esta obra nos enfrenta a nosotros mismos”, dice. Sin desconocer que cuanto uno más se conoce, se acentúan los colores de las crudezas, los fantasmas y esos viejos miedos que siempre paralizan. Verla es una obligación. HM
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