No son amigos, tampoco pareja. No hay título, pero hay mensajes, piel, celos y expectativas. Los “casi algo” se volvieron moneda corriente en tiempos de chats y redes, pero dejan huellas muy reales en la autoestima y en la forma en que nos vinculamos. ¿Por qué necesitamos etiquetas? ¿Y qué pasa cuando no las hay?
Un vínculo que “no es nada”… pero te importa demasiado
Quizás te pasó: mensajes todos los días, miradas cómplices, chistes internos, salidas que parecen citas… pero cuando alguien pregunta “¿qué son?”, se te hace un nudo en el estómago.
No son “novios”, no son “amigos”, no son solo “touch and go”. Son ese territorio difuso que muchas personas bautizaron como “casi algo”: un vínculo que se siente, se vive y hasta se sufre… pero que no termina de definirse.
Desde la psicología sabemos que estos vínculos pueden doler tanto (o más) que una relación formal que termina, justamente porque nunca tuvieron un marco claro. Y cuando no hay marco, la mente hace lo suyo: rellena el vacío con fantasías, miedos e interpretaciones. Ahí es donde la ansiedad encuentra terreno fértil.
Un poco de teoría: ¿por qué el cerebro ama las etiquetas?
Aunque suene poco romántico, a nivel psicológico las etiquetas cumplen funciones muy importantes.
La psicología cognitiva y la Terapia Cognitivo Conductual (TCC), con autores como Aaron Beck, vienen mostrando hace décadas que necesitamos organizar la experiencia a través de esquemas: ideas profundas sobre quiénes somos, qué valemos y qué podemos esperar de los demás. Las etiquetas ayudan justamente a eso:
- Organizan la experiencia
Nuestro cerebro tiende a clasificar: “esto es pareja”, “esto es amistad”, “esto es algo casual”. Esa clasificación no es solo social; ayuda a regular emociones y expectativas. Cuando no sé qué lugar ocupo, se dispara la incertidumbre… y con ella, la ansiedad. - Reducen la ansiedad
Desde la TCC hablamos de intolerancia a la incertidumbre: esa dificultad para convivir con el “no sé”. Un “casi algo” es pura incertidumbre:
No sé qué siente por mí.
No sé si está con otras personas.
No sé si esto va a crecer o se va a apagar.
Y cuando la mente no tiene datos claros, los inventa. Generalmente, en nuestra contra.
- Dan un marco a los acuerdos
La etiqueta no es una cárcel, es contexto. Anthony Giddens, cuando habla de la “relación pura” en la modernidad, plantea que los vínculos actuales se sostienen más en la negociación que en las viejas normas. Justamente por eso, si no hay diálogo ni acuerdos básicos, cada uno se arma su propia historia interna. Ahí empiezan los choques. - Impactan en la autoestima
Si me quedo siempre en el lugar de “la que no es nada oficial”, eso no pasa desapercibido para mi autoimagen. Los esquemas de Beck sobre el propio valor se van reforzando: “soy alguien a quien no eligen del todo”, “sirvo para el mientras tanto, no para lo estable”.
Apego, historia y “casi algo”
No es casual con qué vínculos nos enganchamos. La teoría del apego, iniciada por John Bowlby y más tarde ampliada por autoras como Mary Ainsworth, nos ayuda a entender por qué algunas personas se sienten relativamente tranquilas en sus relaciones y otras viven en alerta.
- Un estilo de apego ansioso puede llevar a engancharse especialmente con vínculos ambiguos: se activa la necesidad de confirmación constante, el miedo a que el otro se vaya y la tendencia a leer cualquier silencio como rechazo.
- Un estilo de apego evitativo, en cambio, puede sentirse “cómodo” en la no definición: se involucra, pero mantiene cierta distancia que evita sentirse atrapado.
Más adelante, modelos como los de Bartholomew y Horowitz mostraron cómo combinamos la imagen que tenemos de nosotros mismos con la imagen que tenemos de los demás. Si en el fondo pienso “no soy tan valiosa” y “los otros se terminan yendo”, un “casi algo” puede sentirse familiar, aunque duela.
Si a eso sumamos una historia de vínculos inestables, críticas, falta de registro emocional o experiencias de abandono, se vuelve fácil confundir intensidad con amor y ambigüedad con misterio.
“Sentía que si preguntaba ‘¿qué somos?’ lo perdía”
“Lucía”, 29 años (nombre ficticio)
“Nos escribíamos todos los días. Me contaba cosas de su trabajo, de su familia, de sus miedos. Nos veíamos seguido, dormíamos juntos, pero cada vez que yo quería hablar de ‘nosotros’, él cambiaba de tema.
Mis amigas me preguntaban si era mi novio y yo no sabía qué contestar. Me escuchaba diciendo: ‘no sé, estamos viendo’. Por dentro yo ya estaba re enganchada.
Empecé a tener ansiedad: miraba el celular todo el tiempo, leía sus mensajes una y otra vez para ver si había alguna pista de que quería algo más. Pero no me animaba a preguntarle de frente porque sentía que, si lo hacía, lo iba a espantar.
Un día desapareció. No hubo pelea, no hubo explicación. Solo silencio. Y me quedé con la sensación de que el problema era yo, de que había hecho algo mal. Ahí empecé terapia y entendí que no era que yo pedía demasiado, sino que me estaba conformando con muy poco.”
Los nombres y algunos datos personales fueron modificados para preservar la confidencialidad. Testimonio basado en casos reales de consultorio.
El refuerzo intermitente: por qué cuesta tanto soltar
Otro concepto clave viene de la psicología del aprendizaje. Desde los trabajos de B. F. Skinner sabemos que cuando una conducta se refuerza de manera intermitente (a veces sí, a veces no), se vuelve mucho más difícil de soltar.
Llevado a los vínculos, el patrón se ve así:
- Días de mensajes intensos, “te extraño”, charlas profundas…
- Seguidos por silencio, distancia, respuestas frías o esporádicas.
Cada vez que aparece un mensaje lindo después del silencio, funciona como una pequeña “recompensa” emocional. El cerebro registra: “aguanté, y al final volvió”. Y eso refuerza el enganche, aunque racionalmente sepas que no te hace bien.
Por eso muchas personas dicen:
“Sé que esta relación no me suma, pero no puedo cortar”.
No es falta de carácter: es un circuito de refuerzo emocional muy potente, que se puede trabajar, pero primero hay que verlo.
El costo emocional de vivir en un “casi”
Ser “casi algo” no es liviano cuando vos querés ser más. Algunas consecuencias frecuentes:
- Vivir en modo espera: del mensaje, de la respuesta, de esa confirmación que nunca llega.
- Ajustar tu comportamiento para “no espantar” al otro: callarte, minimizar lo que sentís, tolerar planes a último momento.
- Poner en pausa proyectos, amistades u oportunidades “por si esto en algún momento se define”.
- Empezar a dudar de tu propio criterio: “¿estaré exagerando?”, “tal vez soy demasiado intensa”, “capaz espero mucho”.
Todo esto va erosionando lentamente la autoestima y la confianza en vos misma.
“Era más fácil quedarme en el ‘casi’ que asumir que no me elegía”
“Santiago”, 35 años
“Yo decía que estaba bien así, sin etiquetas. Nos veíamos cuando podíamos, a veces pasaban semanas sin vernos pero seguíamos chateando. Cada vez que yo pensaba en cortar, aparecía con un mensaje tierno, una invitación, algo que me hacía sentir especial de nuevo.
Me repetía que no quería ‘presionarla’, que lo mejor era fluir. Pero la verdad es que me dolía cuando la veía subiendo historias con otras personas y yo no sabía qué lugar ocupaba.
En terapia me di cuenta de que yo mismo me contaba el cuento de que estaba todo bien, porque era más fácil sostener el ‘casi’ que enfrentar la idea de que ella no quería lo mismo que yo.
Ponerle palabras, decir ‘yo necesito algo más claro’, fue difícil pero liberador. No funcionó con ella, pero sí me ordenó a mí. Hoy, cuando conozco a alguien, trato de ser más honesto desde el principio, con el otro y conmigo.”
Los nombres y algunos datos personales fueron modificados para preservar la confidencialidad. Testimonio basado en casos reales de consultorio.
Del “casi algo” al “me elijo”
Salir de estos patrones no significa cerrarle la puerta al amor, sino empezar a construir vínculos que estén a la altura de lo que deseás.
Algunas claves que trabajo habitualmente desde la TCC, el mindfulness y el enfoque en autoestima:
- Poner en palabras aunque dé miedo
Decir “esto siento, esto necesito, así no me hace bien” es una forma de respeto hacia vos. Si del otro lado no hay intención de construir algo más claro, esa respuesta también es información valiosa, aunque duela. - Escuchar al cuerpo, no solo a la ilusión
El mindfulness ayuda a registrar cómo te vas de cada encuentro: ¿salís en calma o salís con un nudo en la garganta? ¿Dormís bien después de verlo o se te queda la cabeza dando vueltas? El cuerpo suele ser más sincero que la fantasía. - Pasar del “que me elija” al “me elijo”
Cuando la pregunta deja de ser “¿por qué no me elige?” y pasa a ser “¿quiero seguir en un lugar donde no se me elige claramente?”, algo profundo empieza a reacomodarse. Ahí empieza el trabajo real de autoestima. - Buscar acompañamiento si lo necesitás
Si notás que este tipo de vínculos se repiten, la terapia puede ayudarte a revisar esquemas, trabajar el apego y aprender formas nuevas de vincularte. No para volverte perfecta, sino para estar menos en guerra con vos misma.
Cierre: no sos “demasiado”, estás pidiendo lo justo
En una cultura donde parece más fácil dejar algo en visto que sostener una conversación honesta, pedir claridad, respeto y coherencia emocional puede hacerte sentir “exigente”. No lo sos.
Querer un vínculo que tenga nombre, lugar y cuidado no es ser intensa: es honrar tus necesidades afectivas.
Los “casi algo” pueden dejar cicatrices, sí. Pero también pueden marcar un antes y un después: el momento en que decidís no ser “casi” para nadie, y empezás a ser presencia completa en tu propia vida.
Lic. Paola Aquino
Psicóloga, especialista en Terapia Cognitivo Conductual (TCC), mindfulness y autoestima. Comunicadora y facilitadora de charlas motivacionales y espacios de bienestar emocional. Participa en un espacio de radio donde acompaña a la audiencia a pensar sobre vínculos, emociones y sexualidad desde un lenguaje cercano y sin tabúes.
Instagram: @tallerespsico_
YouTube: @demosdequehablar
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