sábado 27 de diciembre del 2025

La nueva epidemia invisible: mujeres fuertes por fuera, desbordadas por dentro

En silencio, miles de mujeres viven una contradicción que las quiebra: sostienen todo menos a ellas mismas. Postergan la terapia, dejan para después el descanso, se olvidan de sus necesidades y avanzan como pueden mientras su cuerpo pide auxilio. Esta epidemia emocional no se ve, pero arrasa con todo. ¿Cómo empezar a sanar antes de que el cuerpo hable más fuerte? Instagram: psicologa.antonellarc

La nueva epidemia invisible: mujeres fuertes por fuera, desbordadas por dentro
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En mi consultorio recibo a diario a mujeres que llegan diciendo: “No sé qué me pasa”, “Estoy agotada”, “No puedo más”, “Todo me pesa”. Muchas viven con un nudo en la garganta, el estómago cerrado, insomnio, irritabilidad o una angustia que sube y nunca termina de salir. Y, sin embargo, siguen. Siguen trabajando, cuidando, resolviendo, sosteniendo. Lo que descubro, una y otra vez, es lo mismo: son mujeres fuertes por fuera, pero por dentro están cansadas de serlo.

La mayoría llega cuando ya no puede postergar más. Antes intentaron “aguantar un poco”, acomodarse, dormir mejor, comer mejor, descansar el fin de semana. Pero nada alcanza cuando una mujer lleva demasiado tiempo dejándose para después. Muchas han dejado hobbies, momentos propios, amistades, incluso sueños. No es falta de interés: es falta de espacio interno. No pueden más porque dieron demasiado.

¿Por qué pasa esto? Porque crecimos escuchando que pedir ayuda es molestia, que el cansancio se tapa con voluntad, que parar es perder. Así, la terapia se posterga, el cuerpo se ignora y el malestar se normaliza. Pero lo que no se trabaja a tiempo se convierte en una presión permanente que impacta en la respiración, la digestión, el sueño y la estabilidad emocional. La vida empieza a sentirse pesada incluso cuando “todo está bien”.

Por eso hablo de epidemia: porque no afecta a unas pocas; atraviesa generaciones enteras de mujeres que no tienen permiso para aflojar. Y como toda epidemia silenciosa, avanza sin ruido, arrasa lentamente y deja marcas invisibles: pérdida de deseo, dificultad para disfrutar, desconexión del cuerpo, sensación de vivir en modo supervivencia.

Empezar a trabajarlo es urgente porque nadie puede sostenerse mucho tiempo desde la exigencia. Cuando el cuerpo comienza a gritar, ya hubo meses, incluso años, de señales ignoradas. El primer paso no es hacer más, sino hacer menos: registrar el cansancio, validar el dolor, permitirse necesitar. A veces eso significa pedir ayuda; otras, frenar; otras, animarse a poner límites que siempre dieron miedo.

Y entonces pasa algo profundo: cuando una mujer deja de postergarse, se reorganiza. Empieza a habitar su cuerpo de otra manera. Recupera momentos, deseos, energía. La vida deja de arrastrarla y vuelve a tener dirección. La verdadera fortaleza no es poder con todo; es poder con una misma sin perderse en el intento.

 

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