miércoles 17 de diciembre del 2025

Marianela Camporro, Master en Relaciones Afectivas

Navidad, familia y heridas abiertas: cómo pasar de vínculos infantiles a relaciones adultas.

Marianela Camporro, Master en Relaciones Afectivas
Marianela Camporro, Master en Relaciones Afectivas | CONTENT LIKE
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La llegada de la Navidad y el cierre de un año suelen funcionar como un espejo emocional. Las reuniones familiares, los rituales y las ausencias reactivan recuerdos, expectativas y, muchas veces, viejas heridas. No es casual: los vínculos familiares son los primeros escenarios donde aprendimos a amar, a esperar y también a frustrarnos. Por eso, estas fechas no solo celebran, también remueven.

Uno de los conceptos que hoy gana cada vez más espacio en la psicología y el coaching relacional es la desidealización parental. Crecer emocionalmente implica, tarde o temprano, dejar de ver a los padres como figuras perfectas o todopoderosas y comenzar a verlos como personas reales, con límites, errores y su propia historia. Este proceso no rompe el vínculo; por el contrario, lo vuelve más honesto y saludable.

Cuando niños, adolescentes o incluso adultos sostienen la fantasía de padres ideales, suelen quedar atrapados en relaciones de dependencia emocional, expectativas irreales o reclamos constantes. La desidealización permite algo fundamental: construir una identidad propia, fortalecer la autoestima y relacionarse desde un lugar más adulto, sin necesidad de aprobación permanente.

En los vínculos familiares sanos, el amor no se mide por el control ni por la sobreprotección. Se expresa en comunicación abierta, en la posibilidad de decir lo que se siente sin miedo, y también en el respeto por los espacios personales. Acompañar no es invadir; apoyar no es decidir por el otro. Padres e hijos que logran evolucionar juntos entienden que el vínculo cambia con el tiempo y que cada etapa requiere nuevas formas de encuentro.

Ahora bien, diciembre suele traer una presión silenciosa: la idea de que “hay que resolver todo antes de fin de año”. Sanar, perdonar, hablar, cerrar ciclos. Como si la última semana del calendario tuviera poderes mágicos. Y no los tiene. La vida sigue después del brindis, y las fechas son, en esencia, números que enfocan nuestra atención en determinados eventos, pero no determinan nuestros procesos internos.

Está bien que la Navidad invite a reflexionar, pero no es realista —ni sano— intentar resolver una vida entera en pocos días. Los vínculos se trabajan con tiempo, conciencia y paciencia. A veces, el acto más adulto no es confrontar ni arreglar, sino respetar los propios límites, elegir qué conversaciones pueden esperar y permitir que el año termine sin exigencias imposibles.

Celebrar también puede ser eso: habitar los vínculos con mayor aceptación, entendiendo que crecer emocionalmente no significa romper lazos, sino transformarlos.

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