Entre la hiperconectividad, la exigencia de productividad y el ritmo acelerado, cada vez más personas enfrentan ansiedad, depresión y agotamiento emocional. Nos preguntamos qué está pasando con nuestra forma de vivir. ¿Vivimos a mil?
La respuesta no es simple, pero sí evidente en algunos aspectos. Vivimos en tiempos de inmediatez, donde todo debe resolverse rápido y mostrar resultados. Redes sociales, trabajos exigentes, agendas saturadas y, para muchas personas, una presión económica constante que aumenta la sensación de no poder frenar. La idea de “tener que poder con todo” se ha vuelto una presión silenciosa que agota.
Hoy, correr de una actividad a otra parece ser la norma. Pero en ese correr, muchas veces dejamos de habitar nuestros vínculos, nuestros espacios de descanso, incluso nuestras propias emociones. Y esa desconexión —de lo que sentimos, de lo que necesitamos, de lo que nos hace bien— es una de las grandes raíces del malestar actual
Ahí es donde se revela el arte de aprender a parar: un acto que no nace del automatismo, sino de la decisión consciente de elegir un ritmo más humano. Detenerse no significa renunciar a nuestros proyectos o metas, sino integrar la pausa como parte del camino, y no como un lujo inalcanzable.
Encontrar equilibrio entre lo personal, lo social y lo laboral o académico ya no es un lujo: es una necesidad vital. Priorizar el descanso, recuperar la conversación cara a cara, permitirnos no estar disponibles todo el tiempo y reconectar con lo que nos da sentido son claves para empezar a frenar. Y, sobre todo, aprender a respetar que cada persona tiene su propio proceso, sus tiempos y su forma de transitarlo. No todo es comparable: lo que para unos es rápido, para otros puede ser un recorrido más lento… y eso también está bien.
Porque estar en movimiento no es lo mismo que estar en equilibrio. Y vivir a mil puede hacernos sentir que hacemos mucho… mientras perdemos de vista lo que realmente importa.
La salud mental no es un tema menor ni pasajero. Es el cimiento desde donde construimos todo lo demás. Y quizás, si empezamos a mirarla con más cuidado, podamos empezar a construir un ritmo de vida más amable, más habitable… más humano.
Como sugerencia, animate a preguntarte: ¿qué parte de tu semana te pertenece solo a vos? Elegí un espacio, aunque sea pequeño, donde no haya productividad ni obligación. Solo presencia. A veces, el cambio empieza en algo tan simple como una pausa… y en darnos permiso para habitarla.
Lic.Prof. Micaela Saiff
Ig: @acompeypsi




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