El 19 de abril de 1956, el mundo entero posó sus ojos en Mónaco para presenciar una de las bodas más icónicas del siglo XX. La protagonista era Grace Kelly, una de las actrices más talentosas y elegantes de su generación, quien dejaba atrás su exitosa carrera en Hollywood para convertirse en princesa consorte del pequeño principado.
Nacida el 12 de noviembre de 1929 en Filadelfia, Grace Patricia Kelly creció en el seno de una familia de origen irlandés y alemán. Hija de John Brendan Kelly, un prominente empresario de la construcción, y Margaret Katherine Majer, educadora y exatleta, Grace demostró desde joven una inclinación por las artes escénicas. Su decisión de estudiar en la Academia Americana de Arte Dramático la llevó a Nueva York y, poco después, a la meca del cine: Hollywood.
Con una belleza innata y un talento innegable, Kelly se convirtió en una de las actrices más destacadas de la década del '50. Fue musa del legendario director Alfred Hitchcock, quien la dirigió en películas como La ventana indiscreta (1954), Para atrapar al ladrón (1955) y Crimen perfecto (1954). Su actuación en La angustia de vivir (1954) le valió un premio Oscar a la Mejor Actriz con tan solo 25 años, consolidando su estatus de estrella.
Grace Kelly y un amor de cuento de hadas
En mayo de 1955, Grace Kelly viajó a Francia para asistir al Festival de Cine de Cannes, sin saber que ese viaje cambiaría su destino para siempre. Fue allí donde conoció al príncipe Rainiero III de Mónaco, quien quedó inmediatamente cautivado por su elegancia y encanto. El romance avanzó rápidamente y, en enero de 1956, la pareja anunció su compromiso.
La boda, celebrada en abril de ese mismo año, fue catalogada como la "Boda del Siglo" y atrajo la atención de millones de espectadores en todo el mundo. La novia lució un espectacular vestido diseñado por Helen Rose, de la Metro-Goldwyn-Mayer, confeccionado con encaje de Bruselas y perlas, un diseño que con el tiempo se convertiría en uno de los más icónicos de la historia de la moda nupcial.
El enlace no solo marcó la unión de dos personas, sino también la transformación de Mónaco en un epicentro del glamour y el lujo. Con su carisma y sofisticación, Grace Kelly logró posicionar al pequeño principado en el centro de la escena internacional, atrayendo a celebridades y personalidades de la aristocracia.
Sin embargo, la transición de estrella de cine a princesa no fue sencilla. Grace tuvo que renunciar a su carrera en el cine, un sacrificio que marcó un punto de tensión en su matrimonio con Rainiero. Además, su relación con la familia Grimaldi no fue del todo fácil. Su suegra, la princesa Carlota, y su cuñada Antoinette mantuvieron una actitud distante hacia ella, lo que hizo aún más desafiante su adaptación a la vida en la realeza.
Pese a los obstáculos, Grace se dedicó de lleno a su papel como princesa consorte, promoviendo la cultura, la filantropía y la educación en Mónaco. Junto a Rainiero, tuvo tres hijos: Carolina, Alberto y Estefanía, quienes con el tiempo se convirtieron en figuras centrales de la realeza europea.
VO

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