Hablemos de las amistades que ya no son. Dejar de vincularse con un amigo es tan doloroso como separarse de una pareja. Cortar con una amistad puede ser particularmente desafiante porque un amigo es alguien en quien confiás y con quien compartís apoyo emocional, una cierta continuidad y familiaridad, y muchos momentos de ocio y socialización.
Los amigos son un pilar de nuestro sistema de apoyo, a veces más importante que la familia. ¿Qué sucede cuando una de las dos personas en un vínculo de amistad ya no quiere relacionarse la otra? Una de las características principales de la amistad es la capacidad de elegir. Las personas elegimos a nuestros amigos. No tenemos ninguna obligación de cumplir los deseos de otra persona.
Es cierto que existe el “mandato social” de que las “buenas” personas siempre deben estar disponibles para los demás y que debemos seguir siendo amigos para siempre de los amigos que hicimos en un momento de nuestra vida. Pero esta es una expectativa social, y no estamos obligados a cumplirla. Nuestro bienestar mental y emocional debería ser nuestra prioridad, así como nuestro interés genuino por la otra persona.
Pensar los vínculos es muy complejo y desafiante porque nos obliga a enfrentar nuestras sombras, nuestros deseos y miedos. Nos obliga a ir hacia dentro y cuestionarnos nuestro papel en ciertas dinámicas, qué aportamos a la relación y qué nos aporta a nosotros. Es incómodo porque nos empuja a aclararnos y a ver cosas que no siempre queremos ver. En ocasiones, nos obliga a mirar de frente el duelo.
Pero los duelos son parte de la vida. Dejar una casa que vivimos durante un cierto tiempo es un duelo. Recibirse es un duelo. Cambiar de trabajo es un duelo. La vida está llena de duelos y de pérdidas. Es un constante morir y renacer de cosas, personas, situaciones. Las pérdidas son parte de la vida y se cuelan en cada momento de nuestra existencia, día tras día. Reclaman ser vistas y reconocidas.
A veces, una amistad se termina porque las dos personas que la conforman ya no tienen los mismos intereses comunes. Lo único que las mantiene unidas es el pasado que compartieron. Pero una relación sana no puede sostenerse únicamente en los recuerdos. Es necesario que haya disfrute y un propósito en común en el presente, así como planes para el futuro.
Las amistades sanas se sustentan en intereses compartidos. Es válido preguntarnos por qué a veces nos metemos a nosotros mismos o a los demás en una caja y nos condenamos a mantener vínculos que ya no resuenan con quien somos. Esto es limitante, insensible y roza lo estúpido.
Es liberador y expansivo cuando dejamos que nuestras relaciones fluyan y les damos aire para que vayan a algún lugar, o a ninguno. Cuando, por el contrario, las forzamos, sentimos el peso de nuestra propia resistencia, que nos termina ahogando.
Así que, si sentimos que algo ha cambiado en nuestras amistades de hace tiempo, es liberador y sanador hablar con la otra persona y compartir cómo nos sentimos, sabiendo que puede enojarse o tomar distancia. Pero aunque ese fuera el caso, es importante mantenernos fieles a quien somos y comunicar lo que sentimos en nuestros vínculos en todo momento.
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