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Freud fue el primero en plantear que la figura paterna es indispensable para que el niño abandone ese mundo ideal, la relación simbiótica que tiene con la madre, donde todo le llega a través de ella y sin necesidad de hacer ningún esfuerzo.
El padre es quien muestra al hijo que hay un “más allá”.
Para que el hijo pueda tomar el amor de su padre, es necesario que la madre le dé al niño esa habilitación, porque la relación con la madre es innata, más con el padre se forja y si desde el alma, la madre no habilita al hijo a tomar el amor de su padre, el hijo no puede ir hacia él.
Por eso es importante que los hijos estén ubicados en su lugar de ser hijos y no en medio de lo que es o resultó la relación entre su padre y su madre. Lo que es la relación entre los padres sólo corresponde a ellos.
Frecuentemente, en las Constelaciones Familiares se ve cómo un hijo no puede ir hacia su padre, porque la madre de éste lo rechaza, rechaza parte de su historia, de su sistema familiar, sus creencias, o cualquier otra cosa.
Tenemos que tener presente que un hijo para estar en paz consigo mismo, debe tener en su alma, tanto a su padre como a su madre por igual. Si hay guerra entre los padres, hay guerra en el interior de los hijos, porque es muy difícil para ellos tener que elegir entre mamá o papá.
Por lo tanto es fundamental que cuando los hijos todavía son niños, ellos puedan observar que entre su mamá y su papá se miran mutuamente y se respetan como padre y madre de su hijo, más allá de la relación de pareja.
Tomar a nuestro padre, tal como fue, con lo que nos dió y con lo que no, nos da la fuerza para crecer, para ser realmente adultos y no sólo niños en edad adulta. Y así estar en paz con lo que realmente somos.
“Honrar el pasado, sentir el presente, caminar libre hacia el futuro”
Paula Soler Alonge
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