De ninguna manera quiere que lo encasillen, ya que sostiene que los canales de expresión van cambiando todo el tiempo. “En este momento es el canto, la música, mi definición siempre pasa por la diversidad. Soy un artista de fronteras entre los distintos lenguajes, me gusta la escultura y algún día proyecto terminar siendo un artista plástico”, enarbola Carlos Casella (47), un mix entre actor, cantante y coreógrafo con esencia de multifacético. Además de ponerle voz a dos de las canciones más recordadas de “Farsantes”, de interperetar la cortina musical de “Guapas” y de ser parte del mítico grupo “El Descueve”, la actualidad lo sorprende como prortagonista de “Babooshka, canciones de mujer”, un espectáculo al que califica de sorpresivo, tanto para el público como para él mismo. “Cantar las canciones de éstas mujeres me conectan con mi pasado y con mi gusto musical y estético. Son intérpretes a las que admiro mucho, son grandes estímulos para mí. Puede ser desde la admiración profunda como me sucede con Bjork (49), o desde un costado irónico, como con Gloria Trevi (47)”, analiza, y recuerda que entre sus invitadas al show no faltó una gran amiga suya, Grsiselda Siciliani (36): “La construcción de la química con Griselda empezó hace quince años, cuando ella venía a mis clases de danza contemporánea. En poco tiempo se convirtió en una alumna predilecta y en mi asistente, y luego nos hicimos amigos. Entre nosotros hay una impronta instantánea, y reconozco que trabajar con ella me dio más popularidad”.
Para comprobar su vocación diversificadora, Casella asegura que de la única cantante que es fan es la desaparecida Pina Bausch, una bailarina, coreógrafa y directora alemana pionera de la danza contemporánea, a la que simboliza como una Diosa de la Diversidad. “Era muy revolucionaria, fue toda una influencia para mí. Su carrera es una prueba de que arriba del escenario los caminos pueden ser muy sinuosos”, ejemplifica. Deseoso de tener en un futuro su propia productora, Casella le revela a CARAS un costado desconocido de su personalidad, como el espacio muy íntimo que estableció con el mundo vegetal. “Desde hace más de veinte años soy aficionado a los cáctus y a las suculentas. Son plantas de climas secos, por eso hay que cuidar que el tiempo de Buenos Aires no las mate. Todo comenzó cuando me mudé a una casa de San Telmo, hace muchos años, donde me habían dejado un cáctus. Lo crié durante un tiempo y no son mufa, como piensan algunos. Al contrario, creo que tienen la capacidad de limpiar los ambientes. Pasa que la gente les tiene idea por su imagen agresiva, y el mayor desafío es cuidarlos sin cuidarlos, aunque parezca una contradicción. A los cáctus no hay que molestarlos, hay que acompañarlos para que crezcan en forma salvaje. Tuve ejemplares grandes y pequeños, algunos con unas flores hermosas, en terrazas, patios y balcones. Trabajar con ellos me permite estar solo conmigo mismo”, admite delatando su simpatía hacia las cactáceas. Y traza una particular simbiosis con el reino vegetal: “Soy un jardinero del canto. Creo que ser un artista tiene mucho que ver con el arte de la jardinería. Fijate que dónde regás, dejás que los proyectos crezcan, y si de repente algo se estanca, le cambias algo y eso mismo vuelve a crecer”, comparó.