El camino que llevó a Máxima Zorreguieta al altar de la Nieuwe Kerk, aquel 2 de febrero de 2002, involucró negociaciones silenciosas, resoluciones difíciles y un riguroso análisis político que trascendió cualquier historia romántica. Su unión con el entonces príncipe heredero exigió una ingeniería diplomática que incluyó al Parlamento neerlandés, al gobierno, a especialistas internacionales y a su propia familia. Al principio, ni la reina emérita Beatriz estaba muy de acuerdo con la boda: era plebeya y no hablaba una palabra en holandés. “¿No podrías haber elegido algo más fácil?”, le preguntó a su hijo. Pero Guillermo Alejandro estaba decidido.
Las negociaciones que permitieron que Máxima Zorreguieta se convirtiera en Reina de Holanda
El principal obstáculo surgió a comienzos del año 2000, cuando la relación se hizo pública y comenzaron las investigaciones sobre el pasado de Jorge Zorreguieta, quien había sido funcionario durante la última dictadura militar argentina. En una monarquía parlamentaria como la de los Países Bajos, el casamiento del heredero requiere aprobación parlamentaria, y la figura del padre de Máxima generó un inmediato conflicto institucional.
Para evaluar la situación, el primer ministro Wim Kok encargó una investigación reservada al historiador Michiel Baud, experto en América Latina. Su tarea consistía en determinar si Zorreguieta había tenido participación directa en delitos de lesa humanidad. El informe final señaló que, si bien no existía evidencia concreta de responsabilidad personal, era improbable que hubiera desconocido lo que ocurría en el país. Esa conclusión dejaba claro que su presencia en la boda sería políticamente inviable.
A partir de allí, el gobierno holandés abrió un canal de diálogo paralelo con Zorreguieta. Se realizaron reuniones en Nueva York, Bariloche y San Pablo con enviados del primer ministro, en las que se le pidió que no asistiera a la ceremonia. Los encuentros fueron tensos: el padre de la ahora reina insistía en que había sido injustamente cuestionado y se resistía a renunciar a su rol en un momento clave para su hija.
Máxima se involucró de primera mano para que se pudiera aprobar su matrimonio
La situación avanzó recién cuando Máxima participó personalmente en la conversación. Según los registros de la época, debió explicarle que su presencia podría impedir la aprobación parlamentaria del matrimonio. Tras aquel intercambio, Zorreguieta aceptó no asistir, y su esposa decidió acompañar esa postura permaneciendo también al margen de la celebración.
Con ese acuerdo, el compromiso pudo anunciarse públicamente. Aunque la ausencia de los padres en la boda implicó un costo emocional de la ahora reina, permitió que el casamiento fuera aprobado sin poner en riesgo la estabilidad institucional de la Corona. Aquellas negociaciones discretas, desarrolladas durante meses, resultaron decisivas para que Máxima Zorreguieta iniciara el camino que años más tarde la conduciría al trono de los Países Bajos.
F.A
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